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Al mundial por derecho propio

Ryszard Kapuściński, arquetipo del reportero moderno, corresponsal de la agencia de noticias de Polonia en África, apunta que en 1950 tuvo lugar un mitin en la plaza West End de Acra, hoy capital ghanesa, cuyo orador principal fue Nkrumah.

Actualmente vemos con normalidad que las selecciones nacionales de futbol de los países africanos acudan a las fases finales de los mundiales. Pero no siempre fue así. Si ya no sorprende que cada cuatro años accedan a esa instancia es gracias al reclamo de un líder político que cambió la historia de ese continente: Kwame Nkrumah, el libertador de Ghana.

El territorio que desde 1957 es la república de Ghana fue dominio del imperio británico durante los noventa años previos. Mientras fue colonia, Ghana no se llamó así, sino Costa de Oro, donde nació Nkrumah en 1909. Luego de ejercer como profesor en algunas escuelas católicas, a la edad de veintiséis partió rumbo a Estados Unidos para estudiar, primero, economía y sociología, y después teología —aunque en el interregno entre unos y otros studies quiso inscribirse a la maestría en periodismo, pero no pudo pagársela— en la Universidad Lincoln de Pensilvania, institución que presume de ser la primera en el mundo en acoger entre sus alumnos, tal como lo hace desde mediados del siglo XIX, a jóvenes varones de ascendencia africana. En 1945, un decenio después de su llegada a Pensilvania, Nkrumah se instaló en Londres. En la metrópoli también conocida como The Big Smoke por las grandes humaredas concomitantes a su pasado industrial, se matriculó en Derecho en el University College London (UCL) y en la London School of Economics (LSE).

Pero como bien apunta Ama Biney —investigadora adscrita a la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Liverpool— en la ribera del Támesis Nkrumah se dedicó de plano a impulsar la independencia de las naciones africanas. “A pesar de sus grandiosas intenciones académicas, Nkrumah se vio inmediatamente involucrado en una intensa actividad política en la capital imperial. Sus aspiraciones doctorales fueron rápidamente abandonadas”, sostiene Biney en la biografía intelectual de Nkrumah que escribió.

Porque en la segunda mitad de los años cuarenta del siglo XX, mientras Europa apenas empezaba a explorar la posibilidad de darse a sí misma la forma de organización federal que hoy es la Unión Europea, Nkrumah ya soñaba con la unidad de África. Si el Viejo Continente finalmente apostó por la confraternidad entre sus Estados como fórmula para superar el horror de las dos guerras mundiales —como felizmente ocurrió, aunque al cabo de varias décadas— al panafricanismo de Nkrumah lo amasó otro horror: el colonialismo. Y así lo pregonaba en sus discursos. Ryszard Kapuściński, arquetipo del reportero moderno, corresponsal de la agencia de noticias de Polonia en África, apunta que en 1950 tuvo lugar un mitin en la plaza West End de Acra, hoy capital ghanesa, cuyo orador principal fue Nkrumah. El célebre periodista cuenta que “Kwame Nkrumah habló entonces de la libertad. Ghana tenía que ser independiente y era por lo que había que luchar”.

Y Kwame luchó, pero lo hizo —como sostiene Kapuściński— “por medios pacíficos”. Inspirado en Mahatma Gandhi, Nkrumah eligió la no violencia que lo condujo al éxito. Tal como lo muestra una de las fotografías con las que la editorial Anagrama ilustró la versión en español del libro de Kapuściński que incluye sus crónicas sobre Nkrumah, para sellar la anhelada independencia y patentizar la tersura con que se logró el libertador bailó en Acra en marzo de 1957 con la representante de la corona británica, Marina de Grecia, duquesa de Kent y prima de Felipe, el príncipe consorte en tanto esposo de la Reina Isabel II, monarca que también visitaría a Nkrumah en 1961. Y es que como bien lo afirma Kapuściński, “las ex colonias británicas (de África), consiguieron obtener la libertad con instrumentos constitucionales”. Está visto que, aunque truncos, de mucho sirvieron los estudios jurídicos de Nkrumah en Inglaterra.

Conseguido el objetivo de liberar Ghana —denominación para el nuevo país que fue escogida por Nkrumah, muy probablemente porque fue el nombre del territorio en la época medieval, en la que conoció siglos de esplendor— su artífice no iba a conformarse. Su siguiente meta sería que el resto de las naciones africanas también se volvieran dueñas de sus destinos. Kapuściński se paró muy cerca de Nkrumah, lo tuvo a pocos metros de distancia, cuando en 1958, un año después de asumir la jefatura del Estado recién creado, ante una multitud congregada en West End con motivo del octavo aniversario del discurso que precipitó el proceso independentista, dijo: “la independencia de Ghana no pasará de ser una frase vacía si no aparece vinculada al objetivo común de liberar a todo el continente africano”.

Porque como Kapuściński lo subraya, el tema favorito de Nkrumah era África. Su pretensión era “crear una Unión de Estados Africanos”. Consecuente con ese fin, participó destacadamente en 1963 en la Cumbre de Addis Abeba, en la que treinta y dos países africanos constituyeron la Organización para la Unidad de África (oua). Para el polaco, el ghanés, “fue la personalidad más importante de aquel acontecimiento, el verdadero protagonista de aquel encuentro (…). Con seguridad era el más grande entre los nuevos jefes de África”. En Los cínicos no sirven para este oficio —libro que reúne algunas de sus conferencias dictadas en Italia y que está considerado un auténtico manual de periodismo— el autor de La guerra del fútbol repasa lo acontecido en aquel cónclave celebrado en la capital de Etiopía:

Recuerdo perfectamente el momento en que Nkrumah se presentó ante la asamblea a de Addis Abeba. La cumbre estaba viviendo un momento de cansancio: los delegados abandonaban las salas, se iban al bar, hablaban con los periodistas, pero de repente, una sacudida eléctrica nos recorrió a todos.  Se había corrido la voz: Nkrumah subió al estrado y se hizo el silencio de inmediato. Era un líder carismático, un hombre capaz de provocar grandes emociones, un personaje apasionante.

Seguramente asesorado por uno de sus ministros, Kofi Baako, quien levantaba entusiasmo entre la juventud por ser político al tiempo que futbolista amateur, al año siguiente de la cumbre Nkrumah encontró en el futbol una causa para abonar a la unidad africana. En 1964 la FIFA determinó que, de los dieciséis espacios disponibles para el mundial que habría de celebrarse en 1966 nada menos que en Inglaterra, diez serían para representativos europeos, cuatro para sudamericanos (incluido el campeón defensor, Brasil, exento de eliminarse por haber conquistado la Copa del Mundo en Chile 62), uno para algún centroamericano, caribeño o norteamericano (a la sazón, México), y el restante se lo tendrían que disputar entre todas las selecciones provenientes de Asia, Oceanía y África.

Tan desigual y excluyente reparto motivó que, por instrucciones de Nkrumah, la federación ghanesa de futbol elevara su inconformidad ante el organismo rector del futbol internacional.

Ghana solicitó a la FIFA que se le quitara un lugar a Europa y que se le diera a África. Arropado su reclamo por la Confederación Africana de Futbol (CAF) que encabezaba el etíope Yidnekatchew Tessema, los quince países ahí agrupados hicieron frente común y lanzaron una advertencia: que de no concedérseles un lugar se marginarían de la competencia. África basó su demanda en argumentos de lo más británicos: invocó tanto el fair play como en un concepto de justicia muy inglés: la equity (equidad), que desde 1474 dio lugar a una jurisdicción paralela al common law, de acuerdo con la cual, según escribe André Maurois en su célebre Historia de Inglaterra, la corona puede, en ciertos casos, “violar la ley para asegurar la justicia”.

En aras de proteger la equity, la FIFA, presidida entonces por el inglés Stanley Rous, bien pudo apartarse de la distribución entre confederaciones que aprobó en 1964 y con ello darle cabida, por primera vez, a un representante de África, pero no fue así. No obstante haber sido calificada como “razonable” por Helmut Kaser, secretario general de la FIFA, la petición fue denegada y, en consecuencia, los países africanos cumplieron su advertencia de no participar, restándole así mundialidad al mundial de 1966.

Por considerarse injustamente discriminados, los africanos en bloque se autodescartaron de participar en el mundial organizado por los inventores del futbol, por lo que sus federaciones nacionales, afiliadas a la CAF, se abstuvieron de enviar equipos representativos a la eliminatoria en protesta porque la FIFA no les asignó un lugar para ser ocupado sólo por alguna de ellas en la fase final.

Sin embargo, gracias a la presión ejercida de cara al mundial de 1966, en 1968 la FIFA recapacitó y decidió que África tuviera un lugar por derecho propio a partir del siguiente mundial, México 70.

De nuevo, al igual que en la lucha por la independencia nacional, los métodos pacíficos empleados por Nkrumah surtieron efectos positivos en los ingleses. Fue por su boicot al mundial inglés que terminó por beneficiarse toda África y su futbol.

La primera selección africana que usufructuó la prerrogativa conquistada por Nkrumah fue la de Marruecos. La estrenó en el primer mundial mexicano, en el que se le asignó como sede de sus tres partidos de fase de grupos la ciudad de León. En su primer encuentro, si bien consiguió anotar por conducto de Houmane Jarir, terminó por caer apenas 2-1 ante el representativo de Alemania Federal, que logró la diferencia a su favor a través del tanto anotado por el postrero campeón goleador del certamen, Gerd Müller. Mientras que en su segundo compromiso los marroquís fueron superados 3-0 por la selección del Perú, a la que su entrenador, el astro brasileño ‘Didí’, supo imprimirle el jogo bonito a través de un finísimo conductor: Teófilo Cubillas. El único punto que cosecharon los magrebíes fue resultado de su empate 1-1 contra Bulgaria gracias al gol de Mahjoub Ghazouani.

En los trece mundiales disputados entre México 70 y Qatar 2022, Marruecos pasó de no poder superar la primera ronda a convertirse en la cuarta mejor selección del planeta. En ese arco temporal de más de diez lustros, en los que sólo alcanzó la fase final en seis ocasiones, Marruecos consiguió lo que México, a pesar de haber acumulado diez presencias en ese lapso, no ha podido lograr hasta la fecha y no da visos de poder hacerlo en Norteamérica 2026 a pesar de ser parcialmente local: llegar al sexto partido. Durante ocho ediciones, de 1994 a 2018, la obsesión mexicana fue llegar al quinto encuentro. Ahora, ya ni eso. En Qatar 2022 El Tri no pudo siquiera llegar al cuarto, disputando tan sólo sus tres enfrentamientos obligatorios correspondientes a los dieciseisavos de final.  

Hace menos de un mes, el pasado 31 de mayo, día en el que de la mano de Luis Enrique el París Saint Germain levantó la primera Champions League de su historia, recordé que no es el único club francés en ganar la máxima competencia europea de clubes. En 1993 lo consiguió otro conjunto galo, el Olympique de Marsella, contando en su alienación con dos futbolistas ghaneses: Abédi Ayew, que de tan buen jugador que era se le conoce como Abédi Pelé —padre de los hoy futbolistas Jordan, André e Ibrahim, quienes militan en el Leicester City de la Premier League, en el Le Havre de la Ligue 1 y en el Lincoln Red de la Liga de Gibraltar, respectivamente—, y Marcel Desailly, el defensa nacido en Acra que salió campeón mundial con la selección de Francia en 1998.

Por Kapuściński sabemos que Nkrumah, incluso cuando reía, mantenía una mirada triste. Pero de haberle alcanzado la vida para haber estado presente aquel 26 de mayo de 1993 en el Olympiastadion de Múnich cuando otro africano, el marfileño Basile Boli, marcó el gol por el que Les Phocéens —por aquello de que Marsella fue fundada por griegos provenientes de la ciudad de Focea, hoy perteneciente a Turquía— se impusieron al AC Milán de Fabio Capello, su tristeza habitual seguramente habría cedido ante la alegría.

En México también hemos disfrutado del talento cosechado por el futbol de Ghana. Nacido en 1965 —un año antes de que un golpe de Estado derrocara a Nkrumah y lo arrojara al exilio en Guinea— Isaac Ayipei arribó en 1991 a los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara (UdeG). Delantero potente de tremenda pegada —que se lo pregunten al portero paraguayo Rubén ‘La Bomba’ Ruiz Díaz, en cuya mandíbula se impactó un potente remate del ghanés y fue a parar al hospital conmocionado— Ayipei fue contratado por el conjunto melenudo durante la rectoría de la UdeG a cargo de Raúl Padilla para acompañar en el ataque a Octavio Mora y a Hugo Aparecido luego de la marcha de Daniel ‘Travieso” Guzmán al Atlante. Terminado su primer torneo con los universitarios tapatíos, Ayipei fue transferido al campeón defensor, el León, donde permaneció tres temporadas, luego de lo cual prolongó su estadía en canchas mexicanas vistiendo las camisetas de los Tiburones Rojos del Veracruz y de los Reboceros de La Piedad.

Durante los tres años y cuatro meses en los que, en el tránsito hacia su independencia, Ghana aún se mantenía dentro de la órbita de la corona de Isabel II, Nkrumah desempeñó el cargo de primer ministro. Para julio de 1960, ya convertida Ghana en república, se le nombró presidente. Esa conversión podría considerarse suficiente para evidenciar que en la mente de Krumah, como lo dicta la tipología de las formas de Estado y de gobierno, reino y república eran conceptos antitéticos. Sin embargo, el futbol que todo lo concilia hizo que el líder desafiara el oxímoron y creara un equipo de futbol que llevó por nombre Real Republicans.

“Real Republicans fue un equipo fundado por Kwame Nkrumah”, dijo en entrevista difundida en 2016 Kofi Pare, futbolista olímpico ghanés en Tokio 1964, mostrando para una cámara de video la camiseta del team a rayas blancas y celestes horizontales, parecida a la de los Pumas, no los de la UNAM sino los de la selección nacional de rugby de Argentina. ¿Qué podría haber llevado a Nkrumah a conjugar en la denominación del equipo monarquía y república siendo, como lo son, agua y aceite? De acuerdo con el periodista español Miguel Ángel Lara y con el escritor ghanés Fiifi Anaman, el nombre fue elegido en honor al Real Madrid.

La admiración de Nkrumah por el club merengue no se limitó a lo nominal. Acabó materializándose en un partido amistoso entre ambos equipos reales. Tal como lo relata el periodista Lara, el 19 de agosto de 1962 la oncena blanca “apenas pudo empatar a tres con un gol de Di Stéfano a falta de un minuto” para el término del encuentro celebrado en Acra, luego del cual, según el relato de Lara, el presidente Santiago Bernabéu visitó a Nkrumah en palacio para entregarle “la insignia de brillantes del club”.

En las páginas del diario Marca Lara apunta que al reportear aquella gira del Madrid por África, a los futbolistas del conjunto ghanés “los medios españoles (los) llamaban en sus crónicas ‘Black Stars’”, sobrenombre que terminaría por ser el mote para la posteridad ya no del club fundado por Nkrumha, sino de la selección nacional de Ghana. Por eso no me extraña que al libro en el que retrata a Nkrumah y a su homólogo congolés Patrice Lumumba, Kapuściński le haya puesto por título Czarne gwiazdy, o sea, estrellas negras en polaco, lo que seguramente es un guiño futbolero de alguien tan futbolero como el famoso reportero, quien escribió, en otra de sus obras, El mundo de hoy, que sólo gracias al futbol se explicaba la presencia de un televisor en su casa.

Rumbo a la Copa del Mundo del próximo año Ghana marcha a la cabeza del grupo I de la eliminatoria africana, por lo que parece inminente que su asegure su pase en alguno de sus dos próximos compromisos, a disputarse el 1º y el 8 de septiembre. Si en el año que resta para su inauguración las andanadas de Donald Trump contra sus vecinos no dinamitan la celebración del certamen, veremos a Iñaki Williams de nuevo enfundado en el uniforme de las Estrellas negras, jugando en estadios de Estados Unidos, México y Canadá.

Mientras en Qatar 2022 tuvo cupo para cinco selecciones, en Norteamérica 2026 África dispondrá del doble de boletos: tiene nueve directos más uno vía repechaje. Tiempo de bonanza que no debe hacernos olvidar que fue gracias a la visión y al empeño de Kwame Nkrumah que el futbol del continente negro pudo, por primera vez, contar con uno.