Hablar —escribir— se ha vuelto una paradoja cruel: decirlo todo y, al mismo tiempo, no poder decir nada.

Hablar —escribir— se ha vuelto una paradoja cruel: decirlo todo y, al mismo tiempo, no poder decir nada.
Repasaba los eventos del día, de los días. No podía estar perdiendo la cabeza. Todo debía tener un significado que yo aún no terminaba de entender
Colgaba del perchero la mochila donde guardaba las cartas que debía entregar, miraba la televisión con desidia y abría un libro en la misma página, para leer el mismo párrafo.
Ha sido un año para descubrir al mejor jugador del mundo y, también, para descubrir la confianza y la paz que se pueden alcanzar en pareja.
Luego vio la tierra seca y las plantas muertas que yacían en las macetas. Al final, vio hacia al fondo y notó que ya había moscas en la habitación.
Nadie a la redonda más que el suspiro de la ciudad. Mido el ritmo de mi respiración para calibrar mis angustias
El Starbucks de Polanco olía a café caro y pretensión. Luis llegó con tatuajes —pequeñas constelaciones en su muñeca izquierda— que eran lo único que delataba al muchacho que fue.
El infierno es una fiesta con derecho reservado: dichosos lo que han sufrido porque de ellos será el pecaminoso reino de los subterráneos.
Me despierto por la noche y me desvelo recordándola. Pero me pasa que tiendo a recordar siempre las mismas cosas. Eduardo Sacheri; La pregunta de sus ojos La obscuridad de tu bolso. Tus huellas dactilares. Las líneas de grafito. El doblez en las esquinas. La luz del habitáculo. El aroma del café. El sonido de […]
Como si en cada pliegue, en cada latido, en cada deseo, hubiera una huella divina. Una promesa. Un lenguaje. Una ofrenda.
El sueño que solía visitarme tenía que ver con un olor, un aroma que solo percibí unos segundos.
No hay un solo poeta que haya vivido en la comodidad y el lujo, que al final del día es lo único que vale la pena, porque es lo único que se puede tocar y disfrutar.
Era posible, también, que supiera tocar el piano, narrara juegos de beisbol, dominara el euskera o, quizá, cantara en italiano todas esas canciones llenas de pop melancólico ochentero, como Umberto Tozzi.
Cuando abro los ojos, me pide que diga algo, pero mis palabras se han desperdiciado todas en la poesía que ahora muere en el librero de alguno de mis amigos.
Diez números. Una simple hoja de papel. Y el peso de ambos desvaneciéndose con el sonido de una descarga de agua.
Cuando vivía con la tribu Niúachi, en la región de los grandes lagos, un anciano me contó esta historia. Hace muchos años, un sapo y una rana vivían en un pequeño estanque. El sapo, aburrido de no hacer mucho, quería salir y conocer a otros como él. Pero solamente pensaba llegar hasta San Luis (Missouri). […]
Soy el sentimiento que trataba de esconder y de negar. Soy el sentimiento que, hoy, trata de llegar a la parte más lejana del cerebro y a lo más oculto para el corazón, al sitio en el que menos molestaría, a un sitio donde acampa el olvido.
A su llegada, la enfermedad arrasa con todo, es feroz a la hora de atacar, es implacable. Parte esquemas, reduce el lenguaje y destruye todo lo establecido.
Llegué en punto de las 16.44 horas, un minuto antes de lo acordado. Ella también fue puntual. Me sonrojé. Como hoy. Como siempre. Fue entonces que escuché «hola» y supe que –al instante –me sobrarían ciento setenta y nueve minutos para el resto de la historia.
No sabe Claudia, cogida de mi mano, que algunos, a cierta edad, tratamos de asumir con cordura y templanza lo que ya no podremos ser, además de todo aquello que nunca podremos dejar de ser.