El sueño que solía visitarme tenía que ver con un olor, un aroma que solo percibí unos segundos.
Reverberación

El sueño que solía visitarme tenía que ver con un olor, un aroma que solo percibí unos segundos.
No hay un solo poeta que haya vivido en la comodidad y el lujo, que al final del día es lo único que vale la pena, porque es lo único que se puede tocar y disfrutar.
Era posible, también, que supiera tocar el piano, narrara juegos de beisbol, dominara el euskera o, quizá, cantara en italiano todas esas canciones llenas de pop melancólico ochentero, como Umberto Tozzi.
Cuando abro los ojos, me pide que diga algo, pero mis palabras se han desperdiciado todas en la poesía que ahora muere en el librero de alguno de mis amigos.
Diez números. Una simple hoja de papel. Y el peso de ambos desvaneciéndose con el sonido de una descarga de agua.
Cuando vivía con la tribu Niúachi, en la región de los grandes lagos, un anciano me contó esta historia. Hace muchos años, un sapo y una rana vivían en un pequeño estanque. El sapo, aburrido de no hacer mucho, quería salir y conocer a otros como él. Pero solamente pensaba llegar hasta San Luis (Missouri). […]
Soy el sentimiento que trataba de esconder y de negar. Soy el sentimiento que, hoy, trata de llegar a la parte más lejana del cerebro y a lo más oculto para el corazón, al sitio en el que menos molestaría, a un sitio donde acampa el olvido.
A su llegada, la enfermedad arrasa con todo, es feroz a la hora de atacar, es implacable. Parte esquemas, reduce el lenguaje y destruye todo lo establecido.
Llegué en punto de las 16.44 horas, un minuto antes de lo acordado. Ella también fue puntual. Me sonrojé. Como hoy. Como siempre. Fue entonces que escuché «hola» y supe que –al instante –me sobrarían ciento setenta y nueve minutos para el resto de la historia.
No sabe Claudia, cogida de mi mano, que algunos, a cierta edad, tratamos de asumir con cordura y templanza lo que ya no podremos ser, además de todo aquello que nunca podremos dejar de ser.
Se acabará la luz, la tierra, la lluvia de septiembre que nos tocó y el sol de octubre que nos iluminó. Será el final de todo, incluyendo el mío.
Aprendimos a soñar con finales perfectos. Estoy cansada de soñar con finales perfectos, ¿qué sucede cuando descubrimos que la perfección no es más que una ilusión?
Me causaba congoja el hecho de imaginar que esas palabras buscaban otro destino, que salieron en busca de un lugar y no lo encontraron, que evidentemente estaban dirigidas a alguien y que, por alguna circunstancia que ignoro o de la que nunca llegaré a tener conocimiento preciso, se desmoronaron, cayeron y quedaron expuestas y abandonadas.
A veces me despierto con la sensación de tener aquella primera canción que garabateamos en las paredes del baño atorada en la garganta. “Viento, amárranos. Tiempo, detente muchos años”.
De sus fotos en todos lados he aprendido que ningún exilio es definitivo. Porque él ha sobrevivido a un par. La patria se encuentra en la piel. En las banderas cubanas que decoran nuestros libreros, en los álbumes de fotos guardados en el cajón, en la chamarra de cuero que estuvo en París.
Cuentan que a lo que Genaro siempre le tuvo más miedo fue a ser torturado. Cuentan también que todas las madrugadas aún se despierta gritando lleno de terror y que todavía se levanta escurriendo agua verde.
Ahí hay un café. Ahí K te dio el último beso que te daría antes de irse. Ahí leíste por primera vez a Cavafis. Ahí escribiste tu primer poema. Ahí esperaste en vano a T durante horas. Ahí pasabas el tiempo cuando no querías volver a casa.
Los Gunners, los Rangers, los Black Eagles, los Bucks e incluso un Dynamo fueron los nombres de algunos de los equipos en los que se repartían varias de las personalidades que llevaron a Sudáfrica a iniciar el siglo XXI como un ejemplo de inclusión y amnistía.
Me pregunto si alguien reza por mí, así como yo rezo por ellos. Me pregunto si hay alguien del otro lado de mis miedos, esperando, guardando luto por mi valentía.
Al dolor no le queda espacio entre las risas, el vino y la comida. No hay un centímetro en el que quepa el dolor. No cabe en la mesa porque está decorado por un mantel de flores. No cabe en las paredes porque están nuestras fotos, ni en el centro de la mesa porque hay vino, ni en las sillas porque están mis amigos.