Enamorarse es como estar a punto de vomitar.
Sabes que viene, que sucederá, y ya está.
Es así de simple.
─Barista anónimo de un café. Dentro de un callejón de mi ciudad.
Arrástrate por el desierto. Con la lengua seca y los ojos ardiendo, siente cómo el sol te deshace los recuerdos, cómo la arena te reclama cada promesa rota. Con las manos vacías de tanto ofrecer. No busques sombra, ni redención. Ya no. Que cada grano que se adhiera a la piel, te recuerde todo aquello de lo qué pienses que estás hecha. Todavía no sé quién soy, cuando me preguntan de qué clase de arena me compongo. ¿Cómo te repartes con las personas, sin quedar perdida en el camino a no tener nada? Ya no quiero quedarme con nada. A veces me pesa más la carne que el alma.
Arrástrate. Como serpiente herida, sin miedo a la nostalgia, como dios exiliado, como amante sin nombre. Cuando tu aliento sea un susurro de polvo, el desierto te mostrará sus secretos. Que cada paso te queme los huesos, que cada soplo de arena te recuerde el temblor de sus manos que se obligan a olvidar tu nombre. ¿Y qué esperabas?, ¿que el amor bastara?, ¿que los corazones destinados a la soledad pudieran, por un segundo, olvidar?
¿Cuál es la fórmula para detener un corazón roto?, ¿qué podemos ofrecer? Si lo único que nos pertenece es uno apenas palpitable, corrugado, sofocado, ciego a sí mismo. Una oración enmudecida. Un navegante a la deriva sobre la arena del desierto. Algunos corazones nacen para sentir demasiado, para arder por dentro, para escribir poemas que nadie leerá y amar a quienes jamás los elegirán. Los calumniados, los dramáticos, los intensos. Los que se dan contra la pared y se lanzan a los lobos, esperando ser devorados. Estoy cansada de susurrarle a mi corazón peticiones que mi cuerpo no podrá sostener. ¿No se supone que de eso se trata la guerra? Sobrevivir. ¿Cuáles la diferencia de buscar señales en el polvo? Aunque ya no quede más piel, ni lágrimas, ni nombres y puedas decir que llegaste limpio. Intacto. Pulcro. Sobrevivir hasta el último latido de amor. De labios para afuera.
Dulce desierto, mírame.
Como si aún tuviera la capacidad de purgar todo aquello que siento. Como si pudiera arrancarme el corazón con las uñas y dejarlo secarse bajo el sol que ya nada perdona. Como si querer contemplar a las personas se tratase de una salvajada. Me pregunto si también tuviste que fingir. ¿Cuáles habrán sido todas esas palabras que tuviste que callar? Me pregunto si alguien te sacudió de sus días. Me pregunto si alguien solo se sentó frente a la vida y te olvidó.
Terrible desierto, escúchame.
Ahora estás aquí, confundido a un suspiro con la garganta hecha polvo, las paredes colapsando por el hueco que al parecer nadie puede ver. Hazlo con rabia, con ternura, con los labios partidos. Hace frío en el desierto. Me pregunto si tu imagen también lo siente, ¿también lamentaste amar a quien no te mira, de llevar dentro un jardín que nadie quiso regar? Como quien no cree en lo sagrado.
Me encuentro aquí. Justo aquí.
Con el alma en penitencia y el cuerpo en vigilia. Aunque no entienda todo, aunque me duelan las preguntas, aunque a veces crea que me hiciste demasiado sensible para este mundo. Todavía existe algo que brilla, incluso cuando peco de ingenua. Aunque mi carne quiera ser templo y abrigo a la vez. Hacer las paces con caminar con estas dudas entre los dedos. ¿Qué significa cuando la piel también llora, cuando la envoltura también arde? Tú tan eterno y yo tan efímera, tan táctil, tan suspirable, tan olvidable, tan ignorable. Me pregunto si también mi cuerpo está llamado a ser desierto.
Querido desierto, léeme.
Así es como se pierde un alma en los ecos de su humanidad no resuelta. Como si en cada pliegue, en cada latido, en cada deseo, hubiera una huella divina. Una promesa. Un lenguaje. Una ofrenda. ¿A quiénes quieres amar a través de mi persona? Ya no quiero ser sólo alma. Quiero que mi cuerpo también sea digno. ¿No fuiste tú quien tocó cuerpos, quien los sanó con saliva, barro y ternura? ¿No fuiste tú quien eligió encarnarse, habitar hueso, sangre para mostrarnos que lo divino también sesuda? ¿No es acaso divino este temblor que te habita? Quien acomodó piel y ternura en una misma oración. Quién redimió desde dentro, llorando miedo, amando con heridas y fallas, queriendo lo que no deberíamos en silencios.
Déjame ser tu hija, incluso cuando no lo parezca. Déjame sentir que este cuerpo también es oración y susurros llenos de letanías. Una mujer que ora con toda la existencia que le queda. Tal vez no todos los cuerpos serán abrazados. Tal vez hay corazones que nacen para arder, no para ser habitados. Hay una forma de santidad en la espera, en tus lágrimas no vistas, en tus preguntas sin respuesta. Con la poesía de quien sabe que su cuerpo es un templo, es suficiente para arder y seguir caminando.