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Foreigner: El verdadero juke box hero

¿Debemos confiar, entonces, en que Foreigner es en realidad un producto mental de Mick Jones? ¿Debemos confiar en la alineación actual, curada por él, a sabiendas de que fue también él quien construyó ladrillo a ladrillo a la banda que se mitificó en los ochentas? ¿O ahora Foreigner es únicamente el cúmulo de rolas que compusieron en su momento y no importa demasiado quién las interprete?


He will come alive tonight.


JUKE-BOX HERO – FOREIGNER

Mi mamá y yo hemos dicho la misma frase un buen número de veces: qué bien se ve, eh. El protagonista ha variado; la frase se mantiene. Es lo que tiene, supongo, haber heredado el gusto por el rock sesentero y setentero; uno, entrado el siglo XXI, se prepara para ver a los otrora superhéroes en horas bajas, debilitados, avejentados. Hubo quien consiguió sobrevivir a los setentas y ochentas (poca cosa) y, encima, le pedimos que se mantenga vigente cincuenta o cuarenta años después. Quizá, también, es por eso mismo que atestiguar el vigor y la fuerza de Bruce Springsteen es algo que difícilmente se olvida. Es por eso mismo que haber visto a Paul McCartney cerca de la medianoche, driblando el quiebre de su voz en Nineteen Hundred and Eighty Five, ante un pletórico Corona Capital, resultó entrañable. Es hermoso cuando a un héroe se le ven las costuras; se humaniza.

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No son pocas las bandas condenadas por la tiranía del one hit wonder. Foreigner, cabe aclarar, no es una de ellas; sí es, sin embargo, una banda de rock castigada por su más grande éxito: I Want To Know What Love Is. El rock ochentero, orientado muchas veces a la laca y el estribillo cursi, suele abrazar a Foreigner como buque insignia; no hay, sin embargo, muchas otras canciones en el repertorio que pudieran permitirnos ubicarlos como una agrupación equiparable a, yo qué sé, Poison o Boston (si acaso, tal vez, Waiting For A Girl Like You podría andar por ahí, aunque se parezca acerca más al estilo del Phil Collins solista). Hay, por poner un ejemplo, mucho más coqueteo con la balada romántica en Queen, aunque el slide tribunero de Brian May y el rango vocal de Freddie Mercury lo suela maquillar un poco. Pónganse Double Vision y díganme que no es un escarceo total con el rock progresivo.

Foreigner, sin embargo, ya no existe. O sí. No lo sabemos. Existe una banda que gira con el nombre de Foreigner y no cuenta en sus filas con ningún miembro fundador. Lou Gramm, vocalista de siempre, fue sustituido en 2005 por Kelly Hansen, diez años menor. Mick Jones, la cabeza del proyecto, fue diagnosticado con párkinson en 2015: dejó de girar con la agrupación y sus apariciones se reducen a trabajos de estudio. Ed Gagliardi falleció en 2014; Ian McDonald, en 2022. Al Greenwood dejó la banda en 1980; Rick Wills en 1991 y Dennis Elliott en 1993. Jones quedó al mando y, para ponerlo en términos futbolísticos, reformó el plantel. Sammy Hagar, encargado de inducir a Foreigner al Salón de la Fama del Rock el año pasado, abordó el tema arguyendo que la renovación de la alineación solamente demuestra que «las canciones son buenísimas». Acto seguido, en un evento que suele estar atiborrado de reencuentros y presentaciones que realizan a regañadientes ex compañeros de banda que ahora no pueden verse ni en pintura, Foreigner -la versión antigua, pues; la inducida al Salón de la Fama- no tocó. Tocaron los nuevos, secundados por Slash, Chad Smith, Demi Lovato, Kelly Clarkson y el mismo Hagar (incluso Kelly Hansen, quien no fue como tal incluido en la inducción, tuvo su gran momento al echarse Hot Blooded con él). Rick Wills y Al Greenwood fueron arrumbados al rincón para solamente corear I Want To Know What Love Is. Dennis Elliott decidió el mero día no acudir. Días después, Lou Gramm declaró en Rolling Stone que, palabras más, palabras menos, todo había sido una broma de mal gusto. Foreigner es, también, un novelón.

El Salón de la Fama, ese extraño embrollo abocado a lo comercial, se había negado a incluirlos. Lo que se sintió como un triunfo, una suerte de justicia poética, se tornó en un guamazo seco. Diversas fuentes relacionadas con la nueva agrupación delimitaron que los habían invitado a tocar con ciertos refuerzos en pos de que las canciones se escucharan mejor. Algo adujeron sobre la edad, la débil voz de Gramm y el tiempo que el resto de los fundadores llevaban sin tocar en vivo (al menos, pues, ante un público tan amplio y en una transmisión disponible por streaming). ¿A qué aspiramos como público? ¿Qué buscamos cuando queremos escuchar a Foreigner? ¿Queremos las canciones interpretadas de manera impoluta, limpísima, a lo Guitar Hero, aunque esté a cargo de una nueva alineación? ¿O queremos al Foreigner original -lo que queda, al menos-, avejentado, sin el vigor de los ochenta por el mero hecho, simple e irresoluble, de que ya no tienen veinte o treinta años? Leía hace poco a Chrissie Hynde, vocalista de los Pretenders, estableciendo que la banda original, como tal, había sido la de los tres primeros álbumes; lo demás es un esfuerzo por alcanzar cierta vigencia y realizar un homenaje a lo que fue. Es famosa, también, la frase lapidaria de Robert Plant repetida hasta el cansancio cuando surge la posibilidad de una reunión con Jimmy Page y John Paul Jones: «no quiero armar una banda de covers de Led Zeppelin». Plant no volverá al desgañite setentero, pero la gente quisiera, me parece, alcanzar a saborear algo remotamente cercano. Joe Talbot, vocalista de IDLES, reivindicó la reunión de Oasis bajo la idea de que lo que iba a suceder en el escenario escapaba a cualquier noción lógica y se basaba, más bien, en la alquimia: «he visto a Noel Gallagher con su banda y he visto a Liam Gallagher, también, con su banda (…) no se trata de que suenen distinto, como tal, estando juntos; sí hay, sin embargo, una energía distinta si ambos están en el escenario con el logo de Oasis detrás». ¿Tiene sentido ver a una nueva formación tocar los viejos hits? ¿Hasta qué punto representa un esfuerzo por no admitir el paso del tiempo? Qué emocionante habría sido ver sobre el escenario a Lou Gramm, Rick Wills, Al Greenwood y Dennis Elliott, en la forma que fuese, con la velocidad que fuese y la destreza que fuese, interpretar los hits que lanzaron hace más de treinta años. Qué plástico y anticlimático resultó ver al resto.

Mick Jones, dicho sea de paso, el puente entre los viejos miembros de Foreigner y esa nueva, diestra y abstracta agrupación, no acudió a la ceremonia dada su enfermedad. Al quite entró su hija, vitoreando a miembros antiguos y actuales por igual en un discurso escrito por su padre. Gramm, por su parte, reivindicó solamente a la antigua formación. En honor a la verdad: el único miembro fundador de Foreigner es Mick Jones; los demás, incluso Gramm, fueron sumándose con el paso de los años. Él me eligió, suele decir Gramm; de entre muchas voces, Mick Jones supo que el muchacho de Rochester, Nueva York, tenía con qué. ¿Debemos confiar, entonces, en que Foreigner es en realidad un producto mental de Mick Jones? ¿Debemos confiar en la alineación actual, curada por él, a sabiendas de que fue también él quien construyó ladrillo a ladrillo a la banda que se mitificó en los ochentas? ¿O ahora Foreigner es únicamente el cúmulo de rolas que compusieron en su momento y no importa demasiado quién las interprete?

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El novelón no termina. Foreigner arrancó el 2025 con la noticia de que Kelly Hansen no podría girar con la agrupación en la vuelta por Sudamérica relativa a lo que pareciera ser el tour de despedida de la banda. ¿Quién entró al quite? Lou Gramm. ¿Cómo? Quién sabe. Gramm delimitó que había resuelto sus diferencias con Mick Jones y con los nuevos miembros de la banda. Un poco de orgullo debe haber habido: cuando uno ve que el delantero que a uno le arrebató la titularidad se lesiona, hay que adueñarse de los minutos disponibles. Gramm fue anunciado como parte de una gira que pasaría por México, Perú, Argentina y Brasil. El encabezado del tour, sin embargo, es extrañísimo: Foreigner + Lou Gramm. Algo así como The Rolling Stones + Mick Jagger. Algo así como Bon Jovi + Jon Bon Jovi. El comunicado de Kelly Hansen, frío y seco, establecía solamente que Lou Gramm sería una suerte de cantante de apoyo y que el verdadero encargado de sostener el rollo vocal sería Luis Maldonado, guitarrista que ha girado, por decir algo, con Jack White

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Híjole, dijo mi mamá allá por la tercera canción en la que intervino Lou Gramm. Se ve que no se llevan, le respondí. Era la tercera vez que Jeff Pilson y Bruce Watson, bajista y guitarrista, respectivamente, pasaban casi por encima de Lou Gramm como si no existiera, relegándolo a un insultante segundo plano. Tardó, además, varias rolas en salir.

Así como cuando tu equipo está asediando el arco rival en un partido de vida o muerte y te convences de que el gol tiene que caer sí o sí en el enésimo tiro de esquina, cuando arrancó Juke Box Hero supe que era la suya. Si I Want To Know What Love Is, en su papel de balada incontestable, es una rola con la cual Lou Gramm no se identifica en absoluto, Juke Box Hero es todo lo contrario. Es, pienso, su leit-motiv artístico: la idea del cantante de hard-rock con rango vocal amplio y que se avienta piruetas por el escenario: un héroe de rocola. De ahí, claro, el nombre del videojuego: Guitar Hero. En efecto, Lou salió en aquella rola presentado a regañadientes por Luis Maldonado. Todo se elevó.

Me recordé en el McCarthys de Insurgentes, un jueves cualquiera de hace varios años, revoleando mi sudadera en el balcón del bar, con setecientas cervezas encima, mientras la banda de covers interpretaba Yellow Ledbetter, de Pearl Jam. Nunca había estado tan cerca de asumir el rol de barrabrava. ¿Satisfizo eso mi necesidad de ver a Pearl Jam? En absoluto. Sigue siendo una banda que espero con todas las ganas del mundo. Supe disfrutarlo y devorarme el momento; ya está.

A los 16 años, viajé con mis papás y mi hermano a La Habana. Intento establecer un punto; intento no divagar, pido paciencia. Caí enfermo a los pocos días. No quería, sin embargo, muy a pesar de un calor asfixiante, dejar de salir a caminar. No tenía idealizada a La Habana; no tenía referentes ni próceres de los cuales fuese yo a buscar sus huellas. No había ni leído a Hemingway. Sí pensaba, sin embargo, en el nombre de la ciudad: La Habana. Sí sentía que el nombre tenía un algo: había sobrevolado siempre como elemento indisociable de mi cultura general. La Habana. Esto era La Habana: todo lo que estaba mirando condensaba ese concepto: La Habana. No podía desaprovechar saber, por fin, qué era La Habana. Ese acto de verbalizar un nombre e intentar ligarlo con la imagen que está frente a mí es un acto consciente que siempre me ha perseguido. A los once me repetí, una y otra vez, que ese puntito rosa sobre el escenario era Paul McCartney. Paul McCartney. El de los Beatles; el de los Wings. El culpable de mi corte de pelo en quinto de primaria. Digo todo esto porque la banda del McCarthys no implicó ver a Pearl Jam y porque, claro, Foreigner no implicó ver a Foreigner. Me sentí en el Cabo Wabo, el famoso bar de Cabo San Lucas, propiedad de Sammy Hagar y que, por supuesto, jamás he conocido; un lugar célebre por sus noches de homenaje. Foreigner es una buena banda de covers de Foreigner. Entró Lou Gramm y, ahí sí, vuelvo a Joe Talbot hablando sobre Oasis: sentimos una energía compleja de describir. La grandeza en la música no es un débil argumento.

Gramm cantó mal, por supuesto. No puede; no llega a los rangos que le pide una de las bandas más enérgicas en ese aspecto. La banda, encima, no le ayudó; no bajaron velocidades y acompañaron a Gramm pidiéndole, tal cual, que interpretase la rola como lo hacía cuarenta años atrás. Guitarrista y bajista se pasearon por el escenario robando el foco (o intentándolo, al menos), mientras que Luis Maldonado buscó ganarse a la audiencia arrancando I Want To Know What Love Is con los versos en español y se ganó, a lo mucho, un silencio incómodo. El graderío suspiró aliviado cuando Gramm arrancó la segunda estrofa en su versión en inglés.

Nada en contra de Maldonado, dicho sea de paso. Sorteó fallas en el micrófono y se acercó bastante en términos de rango a lo que pide un set de Foreigner. Nos dijo en inglés que nació en Sonora y que no había podido dormir la noche previa ante la emoción que le suscitaba tocar en México. Un tribunero con todas las letras; levemente histérico, eso sí. Vuelvo (ni modo, hay que decirlo) a la grandeza: Lou Gramm, apenas en pie, con las manos entrelazadas, sin saber muy bien cuándo debe entrar a la rola pegándole al cencerro, tiene mil veces mayor presencia.

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Se llegó a anunciar esta gira como una gira de despedida. No supe cómo explicarle a mi mamá si lo era o no lo era. Lou Gramm, en determinado momento, dijo que la verdadera gira de despedida ocurrirá el próximo año; dejó abierta la puerta para volver. Ya ha dicho en repetidas entrevistas, sin embargo, que no tiene intención de viajar más allá del 2025. Un último tour con Lou Gramm en la voz y ciertas apariciones de Rick Wills y Dennis Elliott sería, probablemente, lo más sensato. Si Gramm se baja (o vuelve Kelly Hansen), no entenderé muy bien quién se estará despidiendo. Teóricamente Foreigner podría seguir tocando y tocando hasta que los músicos actuales sean los que pidan parar; ¿o será hasta que Mick Jones baje el pulgar?

En su momento, Gene Simmons y Paul Stanley acordaron que, cuando decidieran no hacer más giras con Kiss, revitalizarían la banda: buscarían nuevos miembros, una suerte de renovación generacional cuyo objetivo sea mantener vigentes las rolas. Kiss, como ente, debe seguir existiendo aún sin sus integrantes originales, dicen ellos mismos. Lo mismo podría suceder con Foreigner.

La Arena CDMX, eso sí, fue un lugar demasiado grande; no se llenó. Quizá la próxima vez podrían considerar el McCarthys.