Grupo Prisa echó de su nómina al periodista español Alfredo Relaño, quien fuera miembro de la redacción fundacional de El País, diario insignia del holding, y después director de As, su brazo de información deportiva, de 1996 a 2019.
La intempestiva salida de Relaño se suma a dos muy sonadas, ocurridas el año pasado: la de Juan Luis Cebrián, creador y primer director de El País; y la de una de las firmas más lúcidas de ese rotativo, el filósofo Fernando Savater.
Prescindir de Relaño será para Prisa como meterse un autogol. Se deshace de la pluma más pensante e incisiva de sus espacios deportivos. Al separarlo de su columna, los ejecutivos actuales demuestran lo poco que les importa ponerle los clavos al ataúd en el que parecen estar empecinados en encajonar a la bocanada renovadora con la que El País oxigenó al periodismo español en plena transición democrática. Hacia 1982, al cumplirse su primer sexenio de existencia, el sociólogo Amando de Miguel apuntaba que el filósofo y escritor José Luis López Aranguren consideraba al periódico de la calle Miguel Yuste como “la empresa cultural de la España posfranquista”. A más de cuatro decenios de distancia, desprendiéndose de periodistas cuestionadores y con tanto oficio como Relaño la cabecera de las siglas EP no abona a preservar esa imagen.
En una conferencia que dio en la ciudad mexicana de Guadalajara en 1997, el escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez enlistó las acciones que gobiernan el proceder los buenos periodistas. “Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: ésos son los verbos capitales de la profesión más arriesgada y más apasionante del mundo”, dijo en esa oportunidad el autor de Santa Evita. A esa baraja de verbos capitales Relaño ajusta su conducta periodística. Porque si él afirma la existencia de un hecho, es porque se tomó el tiempo necesario para cerciorarse, para indagar qué documentos, qué testimonios le soportan. Y por eso cuando me encuentro en la averiguación de la verdad de un hecho, saber que Relaño sostiene que ocurrió me resulta suficiente para no continuar la búsqueda de más fuentes o datos de prueba. Por personas como él, es válida y admitida la acción de respaldar enunciados sobre hechos a través de lo que hayan dicho o escrito sobre esos hechos los expertos. Lejos de ser considerado una estratagema falaz, se le denomina argumento de autoridad. Y eso es justamente Relaño: una autoridad en lo suyo. Lo que él diga sobre el modo en que se desarrolló un acontecimiento difícilmente será desmentido. En su labor periodística se conduce con el rigor del historiador. Incluso cuando ha llegado a cometer algún yerro —en una ocasión él calificó como “descuido imperdonable” de su parte atribuir una acción a quien no le era atribuible— lo reconoce públicamente y lo enmienda, no como tantos otros, que prefieren que a sus imprecisiones, que ni siquiera ocurren por excepción sino que son hijas de su habitual desidia, se las traguen las aguas del olvido, que el lector no las advierta o que se pierdan entre tanta información que circula.
Relaño reporteó primero como noticia y después convirtió en crónica un episodio relevante en la carrera del mejor futbolista mexicano de la historia. Una entrevista que Hugo Sánchez le concedió a Relaño en 1987 sirvió para que el entonces ariete del Real Madrid pudiera negociar una mejora de su contrato con el club merengue. Gracias a que en sus declaraciones a Relaño amagó con marcharse al Inter de Milán —a la fecha persisten las dudas acerca de que el conjunto lombardo efectivamente formulara tal oferta— el delantero mexicano obtuvo de Ramón Mendoza, presidente madridista, la materialización en chequecito del “cariño” que, a decir del goleador oriundo de la chilanga colonia Jardín Balbuena, no le había hecho sentir la institución y del que se sentía más que justo merecedor, pues en aquel momento se encontraba cerca de ganar el segundo de los cuatro pichichis que consiguió con la camiseta ‘9’ de la oncena blanca.
Por Mercedes Cabrera —ministra de Educación, Política Social y Deporte en el gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del gobierno español— sabemos que Nicolás María de Urgoiti, un ingeniero nacido en 1869 que contribuyó a la evolución de la industria papelera en España, se metió a empresario periodístico al fundar en Madrid el diario El Sol en 1917 con la intención de abrirle camino a “un periodismo más analítico, informativo e independiente, ‘de élite’, pero con vocación de llegar a un público numeroso”. Tengo para mí que una apuesta análoga a la que animó el emprendimiento de Urgoiti subyace al trabajo de Relaño. Porque decantada de su connotación excluyente, la palabra élite admite una acepción positiva en periodismo, asociada a la calidad. El “elitismo” de los artículos de Relaño no es el que intencionalmente deja fuera de su radio de lectores a quienes no han tenido acceso a niveles educativos superiores o a ciertos bienes culturales. En absoluto. Por el contrario, el elitismo de Relaño es el de la originalidad en el decir, el que combina comunicación y creación mediante escritos asequibles pero también profundos. El resultado, lejos de redundar en goce y beneficio de un coto reducido de especialistas, ha sido una labor pertinaz a favor de la democratización de la buena lectura a través del poder de penetración de la prensa.
Quien fuera jefe de Relaño en El País, el ya mencionado Juan Luis Cebrián, vaticinó en 1998 “el reinado” de internet en la configuración de los cambios que entonces se avecinaban para la humanidad en términos amplios y que hemos atestiguado muy subrayadamente en el ámbito de la comunicación, el hábitat por definición de la world wide web. En su libro La red, publicado por Taurus, Cebrián advertía como una característica del ciberespacio que “su velocidad casi imparable dificulta su control y orientación”. Convocaba en consecuencia a no aferrarnos a las formas de un tiempo que entonces estaba a punto de desaparecer y a adaptarnos en cambio a un entorno plagado de novedades y transformaciones. “Nuestro destino no es luchar contra ellas sino convivir con ellas lo más a gusto posible”, escribió. Si alguien siguió el consejo de Cebrián fue precisamente Relaño, quien supo salir avante en el tránsito del mundo analógico al digital. El estilo de Relaño, que pasa por encuadrar la noticia dentro de un contexto y por inscribir las historias que relata en un devenir, sobrevivió a la retirada paulatina del papel periódico causada por la creciente entronización de los dispositivos electrónicos como vehículos de información sustitutos. La periodista madrileña María Ramírez aporta una estadística que ayuda a dimensionar el tamaño del cambio: mientras en 2013 el 35% de los españoles decía utilizar el teléfono celular para informarse, esa porción poblacional ya era de más del doble en 2022 al llegar al 75%, tal como se lee en su libro El periódico, que circula bajo el sello editorial Debate.
Porque no obstante la fragmentación y la dispersión de la atención de los lectores que internet propicia, la literatura de Relaño no sólo se ha aclimatado con éxito a las pantallas, sino que ha encontrado en ellas cauces y posibilidades de llegada a públicos más extensos al liberarse del soporte impreso como único medio.
El término de la relación laboral que unió a Relaño con Prisa durante prácticamente medio siglo parece menos friccionado que las rupturas del consorcio con Cebrián y Savater, despidos que el corporativo intentó justificar atribuyéndole a Cebrián la omisión de solicitar autorización patronal para publicar en otro medio, mientras que al autor de Ética para Amador le imputó haber proferido críticas y hasta ofensas a la dirección al acusarla de haber adherido la línea editorial a designios gubernamentales. En cambio, si no exenta de injusticia, la rescisión del vínculo con Relaño aparentemente ha sido algo más tersa, pues al periodista madrileño no se le retiró el carácter de presidente de honor de As. Sin embargo, conservar tal puesto honorífico no subsana la desconsideración hacia él. Y por eso, tras su remoción, no ha tenido reparo en unirse a la competencia al incorporarse al diario antagónico de As: desde mediados de mes se sumó a Marca, donde podremos seguir leyendo sus magníficas entregas. Al aceptar el ofrecimiento de trabajo no arriba a una casa que le sea desconocida: se trata de un regreso. Porque fue en Marca donde tuvo sus inicios periodísticos en los años setenta, bajo la subdirección de Pedro Sardina Díaz. Estoy seguro que este retorno a los orígenes confirmará que, contra el cliché, segundas partes sí son buenas.
No me siento autorizado a dar consejos de periodismo y menos de historiografía. Pero si alguna vez alguien me preguntara acerca de tal o cual acontecimiento del futbol español, lo primero que le diré será: vete a averiguar qué ha escrito Relaño.