Me mudé por primera vez en pareja el día en que Lamine Yamal debutó en un torneo internacional mayor, la Euro 2024, con la camiseta de España.
Ahora suena lejano, pero había dudas. Todas ellas lógicas. Dudas sobre qué tanto pesaría un niño de 16 años en una selección española con lustros de malos resultados. Dudas sobre un seleccionador que, a pesar de no ser un niño, tampoco tenía experiencia en el fútbol sin límite de edad. Y, también, dudas sobre mí y sobre Tali, sobre nosotros y el nivel en que funcionaria el experimento que nos llevó a la colonia Narvarte.
Desde entonces ha sido un año para descubrir al mejor jugador del mundo y, también, para descubrir la confianza y la paz que se pueden alcanzar en pareja. Y con Macca, el tornado de la casa a quien adoptamos a las pocas semanas de llegar; le suelo llamar “Dibu”, por su pasmosa calidad para atrapar la pelota en el aire cuando se la lanzas, pero ahora empiezo a pensar que “Lamine” le puede quedar mejor.
La 2024-2025 es la temporada del “19” más famoso del mundo. Vi su Euro en la pantalla grande de la sala cuando las cajas de cosas aún esperaban ser vaciadas de nuevo. Vi su versión desencadenada en el Barça de Flick cada mañana de sábado en el estudio de 2 pantallas de 32” -tipo redacción, le decía yo a Tali para convencerla de la locura- que monté hasta inicio de 2025 en la habitación secundaria. Vimos en un Irish pub veneciano -con uno de los varios, muchos, Aperol Spritz en los que Tali encontró adicción en nuestro reciente periplo por la bota mediterránea- la maravillosa serie contra el Inter de Milán. Y vi su ya histórico partido contra la Francia de Mbappe, Dembelé y Doue (en teoría, su monstruo de 3 cabezas) en la nueva TV que compramos para nuestra recámara, antes de saber que nos tendríamos que mudar una semana después.
Nos duró solo un año el tener guardado como “Casa” en Google Maps a nuestro pequeño apartamento en Av. Cuauhtémoc, frente a metrobús Etiopía, la referencia que le daba a todo quien preguntara. Atrás, junto a los recuerdos en casa de mis papás viendo a Munir y Sandro o esa ida a Puebla el día que debutó Ansu Fati, quedará el techo (como le llamaba Pepe) con la mejor vista de la Ciudad de México y la engañosa curva que me esperaba al llegar manejando desde Xola. Pero 365 días después, las dudas cada vez son menos.
Migraremos un poco hacia el sur. Ahora los Viveros empiezan a ser mi respuesta inmediata a la pregunta de geolocalización, y yo solo deseo que Lamine Yamal nos dure una década. Que la nueva casita lo haga también, al menos la mitad de ese tiempo (!ya estamos hartos de las mudanzas!). Y que Tali me siga acompañando a ver a Lamine, en cualquier habitación de nuestro lugar, en verano o invierno, con el Barça o España, con ese Aperol en la mano que siempre le ilumina mejor.