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El encuentro entre Vicente Leñero y José Antonio Roca

Leñero, autor de magníficos reportajes novelados como los que dieron lugar a sus libros Los periodistas y Asesinato, supo ‘trabajar’ a Roca hasta arrancarle la proyección versificada de su optimismo, que se reveló infundado, muy alejado de las posibilidades reales de trascendencia internacional del futbol mexicano.

Una máxima que aprendí de José Woldenberg es que “en la vida como en el futbol más vale ser historiador que profeta”. 

Quien se siente oráculo y se aventura a vaticinar los resultados futbolísticos sabe que las más de las veces no atinará. Cuando se incursiona en el temerario arte de la adivinación acertar es tan poco probable como atajar un penalti.

De lo osado que es augurar marcadores dan cuenta los millones de presagios que devienen errados al final de cada partido y que han convertido a la industria de las apuestas deportivas en una de las más lucrativas. Pero el precedente paradigmático de la incerteza inherente a tales ejercicios anticipatorios es un episodio inscrito en los anales como el epítome de las predicciones malogradas, protagonizado nada menos que por un entrenador de la selección mexicana de futbol.

En mayo de 1978, la víspera de la Copa del Mundo que habría de iniciar el mes siguiente en la Argentina, el timonel del representativo nacional, José Antonio Roca, tuvo a bien concederle una entrevista a Vicente Leñero, subdirector de la revista Proceso.

Fundada menos de dos años atrás como consecuencia del golpe propinado por el gobierno de Luis Echeverría a la directiva del diario Excélsior —de la que formaba parte Leñero en tanto cercanísimo colaborador del director Julio Scherer García— Proceso se anotaría un golazo si Leñero lograba obtener para sus lectores el testimonio de Roca acerca de qué tan seguro se sentía sobre la buena marcha de la selección en el Mundial inminente.

Durante el diálogo que sostuvieron en el club Campestre de la Ciudad de México —ubicado en la alcaldía Coyoacán, sobre la calzada de Tlalpan— Leñero se dedicó a hacer pressing sobre Roca hasta sacarle la declaración que, para infortunio del director técnico, lo convirtió en el pitoniso fallido más icónico de nuestro futbol.

En aquel 1978 aún no entraba en vigor el Manual de estilo que Proceso se dio a sí misma veinte años después y que autoriza a sus reporteros a no reproducir literalmente las declaraciones de un entrevistado. De leer la entrevista Roca-Leñero se advierte que esa práctica ya gozaba de aceptación en la publicación de la calle Fresas No. 13, colonia Del Valle. Porque Leñero no tuvo necesidad de entrecomillar el pronóstico de Roca. Lo resumió manteniéndose fiel al sentido de sus palabras. Además, el coach del Tri jamás desmintió que lo hubiera formulado.

De acuerdo con la versión de la entrevista incluida en una compilación de textos periodísticos de Leñero —Talacha periodística, libro publicado por editorial Diana en 1983— fue en los siguientes términos como el también dramaturgo recogió la “quiniela” de Roca (yo sí la entrecomillo): “México gana a Túnez, México empata con Alemania y México gana a Polonia.”

Así lo expresó Roca, el llamado ‘Padre del americanismo’, fallecido en 2007 a punto de cumplir 79 años.

Tal como lo indicaba el orden de prelación bajo el que Roca enlistó la agenda de partidos de México, sus dirigidos habrían de presentarse en el certamen ante la selección de Túnez, que aquel 2 de junio de 1978 debutaba en mundiales. Se trataba de la tercera vez que una selección africana participaba en una copa del mundo luego de ganarse su lugar vía eliminatoria. A Túnez le antecedieron Marruecos en México 70 y Zaire —hoy República Democrática del Congo— en Alemania Federal 74.

Ni los marroquís en el Bajío mexicano ni los zaireños en canchas de Prusia y Renania consiguieron ganar uno sólo de sus encuentros. Por eso, cuando los originarios de la otrora Cartago contaban los minutos para su estreno ante México, África aún no sabía a qué sabía un triunfo mundialista.

En los instantes previos a su compromiso ante Túnez dentro del mundial argentino, por la mente de los muchachos de Roca seguramente rondaba un antecedente que había tenido lugar apenas el año anterior, en el marco del primer mundial juvenil, del que Túnez fue anfitrión y del que México salió subcampeón tras caer en la final por penales ante la Unión Soviética. Y es que en su primer partido dentro de aquella competencia que inauguró los mundiales con límite de edad —el mundial sub20, como el que acaba de jugarse en Chile con Marruecos como campeón— México goleó a 0-6 a Túnez en su propia casa el 27 de junio de 1977. Sin embargo, lo ocurrido al año siguiente en la justa argentina en el mundial de categoría mayor habría de demostrar que a veces victorias tan aplastantes pueden convertirse en un bumerán. Porque como efecto indeseado suelen inocular un exceso de confianza que, como todo exceso, deviene contraproducente.

El estadio conocido como Gigante de Arroyito, donde juega sus partidos de local el Club Atlético Rosario Central —el equipo de las clases populares de Rosario, la ciudad donde nació Messi, capital de la provincia argentina de Santa Fe— fue el escenario del encuentro entre magrebíes y aztecas. Sobre la grama en la que hoy estelariza un feliz regreso a sus orígenes Ángel di María— quien debutó en el profesionalismo con la camiseta de Rosario Central hace veinte años— la oncena mexicana parecía que se encaminaba a hacer realidad la profecía de Roca cuando Arturo Vázquez Ayala, el ‘Gonini’, la puso en ventaja al anotar un penalti cerca del entretiempo. Sin embargo, en el complemento al Tri se le vino encima una duna como las del Sahara tunecino: un veinteañero Hugo Sánchez y sus compañeros atestiguaban atónitos cómo el cálculo de su entrenador se hacía añicos: Túnez venció por marcador 3-1 gracias a los goles de Ali Kaabi, Nejib Gommidh y Mokhtar Dhouieb.

México, que llegaría en último lugar de aquel mundial, servía así de escalón al futbol africano para obtener el primer triunfo de su historia en el torneo más importante del balompié.

Luego de estrenarse con pie derecho ante México pasarían veinte años para que Túnez volviera a estar presente en una copa del mundo. Acudió a Francia 98 y repitió en las dos ediciones siguientes, Corea Japón 2002 y Alemania 2006. Se ausentó consecutivamente de Sudáfrica 2010 y Brasil 2014, y de nuevo pasó lista de asistencia en Rusia 2018 y Qatar 2022. Jamás ha conseguido superar la fase de grupos.

Pero luego de imponerse holgadamente en su grupo clasificatorio a Guinea Ecuatorial, Liberia, Malaui, Namibia y Santo Tomé y Príncipe, Túnez tiene ante sí la oportunidad de conseguir por fin ese logro tan ansiado de llegar a la segunda ronda, ya que estará presente en Norteamérica 2026 tras ganar nueve de sus diez partidos de eliminatoria.

En su estupendo libro La entrevista periodística —publicado en primera edición por Paidós en 1995— el periodista argentino Jorge Halperín afirma que los periodistas trabajan “con papeles y personas”. Vaya que la entrevista Roca-Leñero lo confirma. Porque Leñero, autor de magníficos reportajes novelados como los que dieron lugar a sus libros Los periodistas y Asesinato, supo ‘trabajar’ a Roca hasta arrancarle la proyección versificada de su optimismo, que se reveló infundado, muy alejado de las posibilidades reales de trascendencia internacional del futbol mexicano.

El infortunado pronóstico de Roca, en vista de la caída en picada en la que se precipitó su hasta entonces muy exitosa carrera luego del mundial, supuso para él algo así como una inmolación profesional.

Pero la inmolación que en modo alguno lo fue en sentido figurado, sino terriblemente real, fue una que marcó la historia de Túnez y en general de los países árabes en los albores de la segunda década del presente siglo.

El 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante de frutas y verduras que no había cumplidos los 27 años, se inmoló al prenderse fuego en la ciudad de Sidi Bouzid, dejándose la vida en protesta por el hostigamiento policial del que se dijo víctima.

Tal como lo recordó la BBC a diez años del hecho, la inmolación de Bouazizi provocó que miles de tunecinos salieron a las calles, oleada de inconformidad que derivó en la llamada “Revolución de los Jazmines”, la que orilló al presidente Zine El Abidine Ben Ali a renunciar luego de más de veinte años de ejercer un gobierno autoritario.

Si Portugal tuvo su Revolución de los claveles y después Georgia tuvo la de las Rosas e incluso Kirguistán bautizó la suya como la de los Tulipanes, la de los tunecinos habría de llamarse como la flor emblemática del país.

El acto desesperado de Bouazizi desató rebeliones populares no sólo en su país sino en varias países de la región que trajeron consigo el derrocamiento de sus gobernantes. Tal como lo recapitula el medio público británico, en Egipto cayó el gobierno de Hosni Mubarak y en Libia Muamar Gadafi corrió la misma suerte.

A la inmolación de Bouaziz se le tiene por detonante tanto de la Revolución de los Jazmines como de la llamada Primavera Árabe. Luego de casi tres lustros, el cambio político que produjo ha visto petrificado su impulso justiciero y liberador por la regresión que el politólogo y periodista catalán Ricard González, especialista en el acontecer del mundo árabe, calificó en 2022 en las páginas del diario El País como “la deriva autoritaria de Túnez”.

Porque no obstante haberse dado una constitución protectora de derechos humanos, a sólo un quinquenio de su entrada en vigor contradictoriamente se aprobó en 2015 una ley que bajo el argumento del combate al terrorismo avasalla garantías mínimas que deben imperar en los procesos penales, como la asistencia jurídica, según la información disponible en el portal de la oficina para España de Amnistía Internacional.

En 2020 el embajador mexicano Jorge Álvarez Fuentes, en su columna que publica el diario El Siglo de Torreón, subrayaba cómo al menos desde entonces campaba en Túnez “la desilusión de los jóvenes que creyeron conseguir una primavera democrática”.

Es así como la historia de los mundiales y la historia política arrojan una lección: que en el deporte como en la vida pública hay que tener cuidado con las expectativas desmedidas. Mantener el ánimo cauteloso es la mejor vacuna contra el desencanto.

Así sea sólo circunscrita al pequeño futbol y a su poder detonador de entusiasmos, la afición tunecina hoy tiene amal: esperanza, en árabe. Se la despierta su equipo nacional por los veintiocho puntos ganados, de treinta posibles, que le dieron sin sobresaltos el boleto al mundial del próximo año.

Pero semejante cosecha no debe llevar a sus jugadores a prohijar una actitud sobrada. No vaya a ser que, presas del envanecimiento, el próximo verano repliquen en estadios de Estados Unidos, Canadá o México el error de caer en subestimaciones que luego juegan las contras, como le pasó a Roca —por lo demás un auténtico caballero, me consta— con sus compatriotas de hace 47 años.