I
En esta tierra que la desesperanza marchitó,
uno crece con los pies
enterrados en el asfalto;
y sabe que le venderán suerte en bolsitas de arroz
que aquí sólo encontrará
promesas rotas
y vidas desvalijadas,
porque aquí pesan sobre los hombros
todos los hermanos que nos han arrancado.
II
Es mi gente una vela,
brillo inquieto que se consume,
fósforo de sus entrañas,
paisaje sonoro de la muerte.
Tumba de huesos florales, voces sin tono.
El fango siempre acecha,
la carroña devora,
nos guarda esclavos del martirio.
Nuestra gente es un cadáver.
III
Me desbordo en esta hoja
para no llorarle al mundo,
me entinto desgracia
con la esperanza de soñarme viva.
Entierro mis soledades
en estas palabras que gritan libertad.
Camino hacia la sombra
de la prisión que me guía
al eco de estos males
que me condenan
a escribir sobre la gente que no puedo salvar.