Hecha de caña y ron y agua marina
Sergio y Estíbaliz
A Andrés Mansilla
Los futboleros repetimos, todo el tiempo y sin cansancio, que el futbol es el deporte universal. Y no lo decimos con jactancia. Porque afirmarlo no entraña un juicio de valor. Es la constatación de una evidencia incontrovertible: que se practica en todo el planeta. Sea porque los británicos supieron llevarlo a todos los rincones del orbe, sea porque la sencillez de sus reglas y el bajo costo de los implementos que precisa para jugarlo favorecieron su expansión —por algo Paul Gardner, periodista deportivo estadounidense, lo considera el juego más simple— lo cierto es que parece no haber una sola región del mundo que se resista al encanto del football, fußball, futebol fodbold, voetbal, calcio, labdarúgás, jalkapallo, futbol, fútbol, furbol, fóbal, balompié.
Pero a veces, así sea como una mera hipótesis que habremos de refutar nada más formularla, a los miembros de la grey futbolera nos da por cuestionar esa pregonada universalidad del futbol. Meterla entre signos de interrogación sirve de pretexto para emprender —sin movernos de la mesa de nuestras conversaciones— un rápido paneo por todo el globo terráqueo que nos lleve a confirmar nuestra certeza de que el futbol es, efectivamente, universal. Pero es precisamente cuando estamos a punto de reafirmarnos en el convencimiento de que no existe un sólo pedazo de mundo sustraído de la omnipresencia del futbol que vienen a nuestra mente cuatro letras: Cuba.
Asociada no a un balón de gajos poligonales del tamaño de una cabeza humana sino a una pelota suturada por ciento ocho puntadas que cabe en una mano, Cuba se nos presenta como el feudo inconquistable, como el reducto que por excepción el manto del futbol no ha alcanzado a cubrir. Porque a Cuba la tenemos por sinónimo de beisbol, por epicentro de la recepción y posterior antillanización de ese juego norteamericano con raíces en el cricket británico. Construimos así una imagen que de tan arraigada nos conduce a suscribir una conclusión apresurada: que Cuba es el enclave por antonomasia de la resistencia antifutbolística. Y así se instala y se expande otra conclusión que nada tiene de metafórica, a saber: que es una isla la que vive —valga la redundancia— aislada del avasallador poder de propagación del futbol.
Sin embargo, Cuba ya no puede ser tenida como el contraejemplo que desmiente la ubicuidad del futbol. Porque recientemente el futbol va recobrando ahí la centralidad que alguna vez tuvo, tal como lo demuestra Miguel Lisbona Guillén en su libro Fútbol en Cuba.
Publicado en 2021 por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la que Lisbona Guillén es investigador adscrito al Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR), Fútbol en Cuba ilustra cómo la consabida predilección de los cubanos por el beisbol —que se remonta al siglo XIX— ha ido cediendo ante un insospechado renacer del futbol, que más que practicado, incluso que visto, es más bien seguido por los habitantes de la isla a través de las redes sociales y los contenidos multimedia cuando se los lo permite esa que para el periodista Carlos Manuel Álvarez es “la ciencia de conectarse a internet desde Cuba”. Porque no es fácil encontrar canchas para jugarlo, los costos de los derechos de televisión están fuera del alcance de la televisión estatal y no todos los pobladores pueden sintonizar las señales de las cadenas televisivas de Miami que transmiten partidos de todas partes del mundo.
El libro de Lisbona dibuja la singular curva trazada por la historia del futbol en Cuba, que tuvo su pináculo en la década de 1930, en la que su selección nacional intentó estar presente en el segundo Mundial de la historia —se eliminó contra México, aunque sin éxito, por un boleto a Italia 34— y finalmente logró clasificarse al tercero, Francia 38, el único al que ha asistido hasta ahora y en el que alcanzó la ronda de cuartos de final. De acuerdo con Lisbona, el gusto por el futbol en Cuba repuntó aún más en la siguiente década gracias a la llegada de exiliados de la guerra civil española.
Pero la popularidad del futbol en Cuba rápidamente entró en picada tras el triunfo de la revolución de 1959, que sumió al futbol en un prolongado letargo por diversos factores, subrayadamente la proscripción del deporte profesional bajo la acusación de “mercenario” que el régimen le endilga a todo aquel que pretenda ganarse la vida a través del deporte.
Durante la gestación de la Independencia cubana y pronunciadamente una vez que se consumó en 1898, la práctica del futbol fue rechazada por los criollos. Era una forma de expresar su repudio a la corona española, porque fueron españoles, específicamente canarios, quienes introdujeron el fútbol en Cuba, tal como Lisbona lo documenta. En aquella época finisecular afirmar su condición de cubanos pasaba por renegar de todas aquellas actividades que consideraban españolizantes, el futbol la que más, quizá sólo detrás de los toros. Y como sustituto hicieron suyo el beisbol: jugarlo y mirarlo se convirtió en sinónimo de modernidad, equivalía a apropiarse de una de las diversiones más conspicuas de los ciudadanos estadounidenses que llegaron a la isla durante la llamada “intervención” de principios del siglo XX. Incluso el poeta nacional, Nicolás Guillén, acabó convertido en un abierto entusiasta del beisbol. Y de ello dejó constancia en las páginas del diario El Camagüeño, donde llegó a escribir notas acerca de los grandes peloteros de su época, como el pícher Adolfo Luque.
Pero por una de esas vueltas que da la Historia, hoy que media la tercera década del siglo XXI el futbol es el que se ha apoderado del halo renovador que alguna vez tuvo el juego del diamante. Como si hubiera bateado de jonrón, el futbol ha dado un batazo de vuelta entera, pasando en poco tiempo de tener una vigencia marginal a convertirse en un ingrediente cada vez más familiar en la vida de los cubanos. En palabras del periodista Pablo de Llano —citado por Lisbona— “en Cuba el deporte nacional es el futbol internacional”.
Sin emitir un juicio generalizador de acuerdo con el cual todo aquel cubano que abone al recobrado poder de convocatoria del futbol en su país lo haga como una de toma de postura política, el libro de Lisbona Guillén sí revela que abrazar el futbol implica, si no propiamente una rebeldía, al menos sí una inconformidad simbólica, porque les permite a los jóvenes cubanos distanciarse de una estereotipada idea de cubanidad vinculada a la pelota —como se denomina en Cuba al beisbol— al tiempo que les facilita contemporizar con lo que pasa allende las aguas oceánicas que cercan su territorio.
Si la etnografía es uno de los métodos utilizados por la antropología social para describir y analizar hábitos, prácticas, creencias y formas de vida de las sociedades, el libro de Lisbona es un ejercicio etnográfico lleno de originalidad no exento de humor. Vaya que me hizo reír enterarme por sus páginas de que unos ingeniosos hinchas cubanos del club más ganador de la Bundesliga alemana bautizaron a su peña nada menos que ¡Cubayern!
Catalán de nacimiento, avecindado en Chiapas desde que arribó con veintisiete años en 1990, Lisbona es seguidor del FC Barcelona. Quizá por historia familiar debería serlo del rival citadino del club culé, el RCD Español, porque sus antepasados republicanos encontraron escondite durante la guerra civil española en un inmueble que por única vista tenía al hoy desaparecido estadio de Sarriá, la casa histórica del conjunto periquito, demolida en 1997. Entrevistado vía Zoom por FutboLeo.net confiesa haber sido “muy mal jugador de futbol”. Por eso —dice— se inclinó más por practicar el básquet y el balonmano. No obstante, se mantiene como fiel contratante de los servicios de televisión de paga con el exclusivo propósito de seguir desde Tuxtla el futbol español en general y la marcha del conjunto blaugrana en particular.
Cuestionado acerca de si el creciente entusiasmo por el futbol en Cuba puede llegar a traducirse en un aumento de su práctica y en una mejora de su calidad y competitividad, Lisbona se asume como un “pesimista consuetudinario”. “No tengo buenos augurios por la propia situación de la isla. La gente está preocupándose por otras cosas, como la obtención de alimentos”.
A pesar de la baja probabilidad que Lisbona le concede a un eventual desarrollo del futbol en Cuba, su obra ayuda a rescatar la tradición futbolística cubana y con ello —se lo haya propuesto o no— abona desde las ciencias sociales a impulsarlo a través de un valioso intento de explicación de este auge redivivo.