Encuentro dos grandes obsesiones en Hemos descendido al caos, la ópera prima con la que Isabel Hion se arroja a la escena literaria nacional. La autora sinaloense nos ofrece un libro de trece cuentos en el que pareciera que cabe el universo entero y en el que las anécdotas, a primera instancia, se podrían juzgar como distantes entre sí: desde la creencia metafísica más personal e íntima y un experimento científico entre aves y humanos que arranca risotadas, hasta la tragedia más profunda, el dolor, el abuso sexual, el abandono y la venganza. Sin embargo, entre todas hay un hilo conductor frenético e insistente que guiará al lector entre los recovecos de la Búsqueda.
Todo artista en estado de improductividad (…) se vuelve impotente, como una sensación de miembro fantasma, solo que el miembro ni siquiera es físico, y aun así sufrir su ausencia es real.
La Búsqueda, ese término tan usado para decir poco y, sin embargo, en este libro se vuelve el principal motor, manteniéndose lejos de cualquier lugar común, porque el verdadero talento de Isabel Hion, más allá de la clara maestría del lenguaje literario y del trabajo autoral, es el de torcer y torcer los tan usados preceptos y clichés literarios hasta deformarlos o quebrarlos, creando algo novedoso y, sobre todo, refrescante. Y, después de esta intensa búsqueda deformadora, me parece clara una de las obsesiones de este libro (¿qué es un escritor sin sus obsesiones? Nada, es la respuesta): la creación, sobre todo, la creación artística. En los cuentos aparecen personajes en diferentes puntos del proceso creativo: una mujer que viaja al otro lado del mundo para ir a una casa mística que años atrás la hizo de residencia literaria; un violinista que regresa a su pueblo natal; el hombre que ignora a su familia para escribir esa gran novela; y el que me parece aún más despiadado: una mujer que acompaña a su novio pretencioso y familia en la presentación de su primera novela. Es ese acercamiento feroz, sin duda mordaz y hasta burlón, en donde encontramos a una autora que se siente cómoda con destruirlo todo para luego reconstruirlo a su propio deseo.
Ser niña es una maldición en este lugar condenado.
Y aun así, en un libro que pareciera que va sobre artistas, encontré, con grata sorpresa, cómo la autora escribe tratados completos sobre la venganza. Y no se limita (en nada se limita) a maquinaciones cerebrales; más bien, crea personajes trágicos en los que quizá la última acción que cometieron, con el último resquicio de humanidad que quedó en ellos, fue vengarse. La idea de librarse del violentador y de alejarse de la victimización. Por momentos, y con reminiscencias sutiles a la obra de Jeffrey Eugenides, Isabel Hion nos muestra lo que podría ser una fantasía sangrienta que, sin embargo, se mantiene bien alejada de la exaltación de la violencia por la violencia misma. Es, más bien, un tratado delicado de que la venganza destruye tanto a la víctima como al victimario y, sin embargo, debe ejercerse porque el mundo jamás es estático.
Muchos de los cuentos de Isabel Hion recurren a estructuras narrativas interesantes en las que el conflicto inicial que se plantea pareciera simple, sencillo o de fácil resolución, y que, mientras avanza el texto, vemos cómo la trama se va espesando hasta terminar, como bien lo titula el libro, hundidos en el caos pero lo logra de una manera natural, como si nos dijera que hay una inevitabilidad del caos. Las resoluciones en estas lecturas no son finales felices; distan de dejarnos con una sonrisa en la boca, más bien parecen comienzos de otros conflictos en otros universos literarios. Sin embargo, dado que la autora logra el equilibrio siempre deseado por los escritores de que el final de un cuento sea lo suficientemente abierto como para dejar al lector pensando y lo suficientemente cerrado para darle satisfacción, al terminar de leer este libro, los cuentos permanecen dentro de nosotros. El mejor ejemplo del manejo estructural de la autora está en el cuento De sonus, en el que un par de supuestos científicos quieren “comprender, en su totalidad, el mecanismo y funcionamiento del aparato fonador de las aves”. Mientras la trama avanza y los disparates, el caos y los absurdos de los personajes crecen, y su moralidad (si es que la tuvieron) decae, ese universo parece cobrar más y más sentido.
Es de conocimiento popular el hecho de que las divagaciones existencialistas de los animales caseros son aún más problemáticas que las de un ser humano.
Hemos descendido al caos es un libro sobre la Búsqueda, sobre la venganza y uno en el que la autora nos da a entender que el universo, y los deseos, violencias y desaires que existen dentro de él, es un todo predeterminado a devenirse en el mismo caos que lo conforma.