Combinar sátira, la tensión política de Estados Unidos y el asesinato de un hombre no es novedad en el país del sueño americano, pero siempre tiene la peligrosidad de las bombas caseras: pueden explotar en cualquier momento. Y esto fue exactamente lo que le ocurrió a Jimmy Kimmel.
El presentador de televisión hizo unas declaraciones que no sentaron bien al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ni tampoco a la entidad propietaria del programa, Disney, que calificó los comentarios del presentador como inoportunos.
Pese a que Jimmy no mencionó la muerte del activista Charlie Kirk de manera directa, lo hizo de forma indirecta, criticando cómo el movimiento MAGA estaba politizando el asesinato.
Y, con la creciente tensión política, Disney canceló de manera preventiva el show del humorista, lo que para la gente de a pie fue algo antidemocrático y un atentado contra el derecho a la libertad de expresión, y para los accionistas del grupo, una balsa de aceite preventiva.
La balsa de aceite se convirtió en una sartén con aceite hirviendo, y las acciones no han parado de caer desde que se anunció la medida. Por ello, recientemente se ha dado a conocer que Disney volverá a emitir el programa.
A raíz de la suspensión, se organizaron varias protestas con el lema “No a la censura” y un fuerte rechazo hacia la política de Disney. Ha salido a flote la polémica de si el humor debe tener límites. Y resulta que, en Estados Unidos, el humor rara vez tiene límites… siempre y cuando no se mezcle con política.
Este tipo de humor ya se ha hecho antes en Estados Unidos, siguiendo siempre el patrón de Jimmy Kimmel. Es innegable que en multitud de series y películas se ha hecho comedia relacionada con el 11-S o con el asesinato de JFK. Sin embargo, antes no había la tensión política que hay actualmente, pese a ello, los humoristas no han dejado de practicar su profesión sin miedo, ya que cualquier país con una constitución democrática no castiga penalmente a los cómicos que tocan temas políticos por muy controversiales que sean sus monólogos.
Paralelamente, otros actores del bando MAGA han argumentado que se debe proteger a las familias de las víctimas. Un argumento pobre, de alguien que construiría un castillo en la arena de la playa. Nadie ha hablado de la mujer ni de los hijos, más allá de los afines a él, con la voluntad de martirizar, diciendo que el asesino ha matado al padre de un niño pequeño y al esposo de una mujer.
Este caso, como muchos otros, no deja de ser una distracción para el público que observa una obra de teatro llamada Política de Estados Unidos, en la que todos los países del mundo están como espectadores. Tras el telón, mientras se llevan a cabo deportaciones masivas, se disparan los índices de criminalidad y el sueño americano se convierte en pesadilla, hay un bufón con peluquín moviendo los hilos a su antojo.
Estos eventos demuestran que el país de la libertad, donde el águila es el símbolo nacional, está viendo cómo la mascota del Tío Sam se convierte en un pollo de corral. La fórmula es simple: politizar y escalar cualquier escándalo con el fin de polarizar más y más a la población.