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Editorial

José Ramón Fernández, una joya en el barro

Fue al poder de Televisa hacia el que José Ramón dirigió a veces con acidez, siempre con vehemencia, sus baterías críticas.

De no ser por José Ramón Fernández, el deporte y el periodismo deportivo mexicanos serían peores de lo que son. La comparación puede resultar desmesurada, pero salvadas algunas distancias José Ramón es a nuestro periodismo deportivo lo que Julio Scherer García a nuestro periodismo en general: islotes de independencia crítica en un mar de superficialidad y sumisión.

Puede parecer por lo menos extraño, si no es que contraintuitivo, que haya sido en la televisión pública donde habría de germinar una trayectoria como la de José Ramón, caracterizada por un periodismo de denuncia que no ha tenido reparos en señalar de manera directa a los responsables de los despropósitos que atraviesan al deporte organizado y al futbol profesional en particular. El Canal 13, que inició sus transmisiones en 1968 con motivo de los Juegos Olímpicos celebrados en la Ciudad de México, fue adquirido por el Estado mexicano en 1972 una vez que sus dueños, el permisionario de estaciones de radio Francisco Aguirre y el industrial de la iluminación y pionero en México de la radiotelefonía Alejo Peralta, se lo vendieron. Nació entonces la Corporación Mexicana de Radio y Televisión, antecesora del Instituto Mexicano de la Televisión, mejor conocido por su acrónimo Imevisión. Fue así como, metido a empresario mediático, el gobierno se convirtió en competidor del consorcio privado Telesistema Mexicano, el que desde 1950 había detentado en los hechos un monopolio televisivo y que en 1973 cambió su nombre a Televisa.

El mercado de la pantalla chica quedó convertido así en una analogía del pasaje bíblico con el que se suele ilustrar toda lucha que se antoja desigual: David contra Goliat. Sólo que en la industria mexicana de la televisión David resultó ser el Estado. Lejos de parecerse al Leviatán dibujado por Thomas Hobbes, en su faceta televisiva comercial el Estado mexicano tuvo dimensiones liliputienses. En los poco más de dos decenios (1972-1993) que duró su incursión comunicativa a través de las ondas electromagnéticas, en vez de ser sinónimo de poder lo fue de raquitismo: poca capacidad instalada —empezó filmando con “viejas cámaras de cine”, tal como lo testimonia Sara Moirón, quien fuera jefa de información y subdirectora de noticieros— agravada por nóminas mal pagadas amén de estrecheces presupuestales para producir programas propios. Era abismal el contraste con los recursos inmensos de que disponía Televisa, que le permitían, entre otras ventajas, contar con corresponsales en varios países además de un elenco de actores y conductores exclusivos.

Insisto en que resulta extraño que haya sido en el seno de la televisión pública donde se abrió paso un tipo de ejercicio periodístico como el de José Ramón, cuya seña de identidad ha sido ventilar la conducción dañina y hasta las trapacerías que mantuvieron por décadas estancado al futbol nacional y que actualmente agravan su decadencia. Digo que resulta extraño porque desplegar una actitud contestataria en los medios implica asumir una postura de distanciamiento hacia el poder. Y es que si José Ramón pudo ser, como lo fue y lo sigue siendo, un inconformista; y si lo fue durante el tiempo en el que era simultáneamente un burócrata, es algo que sólo se explica porque en México el poder sobre el futbol nunca lo ha tenido el Estado —un cero a la izquierda en prácticamente todo lo que tenga que ver con el balón— sino su dueño sempiterno: Televisa, que lo tiene por juguete que no le presta a nadie desde que se embarcó en la aventura de emprender la construcción del estadio Azteca para conseguir que México organizara la Copa del Mundo de 1970.

Que Televisa se enseñoreó del futbol hasta manejarlo como su apéndice lo afirmó el que probablemente es hasta la fecha el más agudo estudioso de la política mexicana, Daniel Cosío Villegas. En un artículo periodístico, “Fut, pata y cabeza”, publicado la víspera de la inauguración del primer mundial celebrado en canchas mexicanas, escribió en las páginas de Excélsior —dirigido por Julio Scherer García— que el entonces propietario de Telesistema Mexicano, la futura Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, actuaba como “jefe de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial futbolísticos”, con su empleado Guillermo Cañedo “haciéndola de secretario de gobernación y de relaciones exteriores del balompié”.

Fue al poder de Televisa hacia el que José Ramón dirigió a veces con acidez, siempre con vehemencia, sus baterías críticas. En las mejores batallas que libró —no cuando sus acusaciones de favoritismo arbitral y dirigencial hacia el Club América se volvieron reflejos automáticos, cantinela cansina— sus cuestionamientos permanentes lo erigieron en el mayor contribuyente al derecho de los aficionados a saber cómo se gestiona el futbol, que como industria no existiría, ni tampoco como hecho cultural, de no ser precisamente por los aficionados.

En su ensayo “Imevisión y Televisa: dos proyectos estratégicos”, publicado en 1988, José Luis Gutiérrez Espíndola, Francisco Avilés Sánchez y María Petra Lobato Pérez juzgan con dureza, pero con justeza, a la hoy extinta televisora estatal. Sostienen que “careció de perspectiva estratégica”. Pero si alguien sale indemne de tan rotundo veredicto sobre la historia de Imevisión es José Ramón, que desde el área deportiva se convirtió en su puntal y en generador de sus mejores contenidos. Desde su llegada —luego de una estancia efímera en Canal 8, una de las concesionarias que en 1973 se fundirían para formar Televisa— José Ramón supo ser el contrapunto del discurso monolítico, hegemónico y omnipresente impuesto en materia futbolística por el dominante Goliat de Avenida Chapultepec 18. Irritante para quienes inveteradamente han mantenido el control de la pelota y de los jugosos negocios a que da lugar, José Ramón ofreció una voz discordante, abrió espacios a la disidencia y alentó debates constructivos.   

A pesar de su precariedad material, algunas producciones de Imevisión demostraron que se podía hacer mucho con poco. Y con calidad. Dan cuenta de ello, a modo de ejemplos, Sábados con Saldaña, transmitido por el insigne periodista veracruzano Jorge Saldaña desde París; y Sal y pimienta, conducido por la popular cocinera ‘Chepina’ Peralta, precursora de lo que ahora podemos ver en el canal El Gourmet; sin olvidar que en los noticieros del Trece hizo sus pininos Carmen Aristegui junto a Javier Solórzano, ni tampoco que fue en sus estudios donde se grabaron los informativos que conducía la sonorense Verónica Rascón. Pero me atrevo a afirmar que la joya de la corona de la programación histórica de la llamada televisora del Ajusco —cuyas primeras instalaciones estuvieron ubicadas en la torre Latinoamericana, primer rascacielos chilango— es la que tengo por la mejor idea salida de la mente de José Ramón: Los Protagonistas, el programa de revista que se estrenó para la Copa del Mundo México 86 y que, durante las ediciones mundialistas y las olimpiadas que tuvieron lugar en los siguientes veinte años, pretextó la celebración de esos megaeventos para imbricar, con originalidad y buen gusto, lo que jamás debió quedar inconexo: el deporte, la cultura y el entretenimiento.

Fina comicidad aportaron a Los Protagonistas Víctor Trujillo, Ausencio Cruz y Andrés Bustamante, cuyos personajes, epítomes de la gracia, los instalaron con merecimiento entre los máximos exponentes de la comedia mexicana. Fueron muy apreciadas las coberturas de sitios históricos, los recorridos por museos y las estampas de vida cotidiana a cargo de Mercedes García Ocejo para adentrar a los televidentes mexicanos en la atmósfera y el pasado de las ciudades y países sedes. Y si los jóvenes de hoy creen que la participación de mujeres en programas deportivos es reciente, prueban en contrario las entrevistas de Silvana Galván, quien a poco de haber egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García se incorporó al equipo liderado por José Ramón.

Acostumbrada a no competir, Televisa sintió de repente cómo Los Protagonistas le movía la línea de flotación. Tal como lo afirmaban en 1988 los ya citados expertos en medios Gutiérrez Espíndola, Avilés Sánchez y Lobato Pérez, en lo relativo al rating “Televisa mantiene un amplísimo margen de ventaja, a excepción del terreno deportivo en donde en no pocas ocasiones se ha visto rebasada por la televisión estatal (muy señaladamente durante las transmisiones del Mundial de Futbol México 86).”

David vence a Goliat

Hijo de un inmigrante español “que traía al futbol en la sangre”, José Ramón nació en Puebla en 1946. Ahí se aficionó al futbol luego de que su padre lo llevara al Parque El Mirador, el estadio que entonces alojaba al club Puebla y que fue consumido por un incendio en 1957. Entre sus ídolos de infancia menciona a Antonio ‘El Burro’ Figueroa —que en la década de los setenta sería entrenador del conjunto de la franja—, tal como lo relata en su libro El futbol mexicano ¿un juego sucio?, publicado por Grijalbo en 1994, en el que también cuenta que, en sus viajes a la capital del país, de la mano de su progenitor asistía al que luego se convertiría en el Olímpico Universitario, donde vio jugar a ‘Didí’ y a Garrincha, así como también acudía al Ciudad de los Deportes. Al paso de los años, en los palcos de uno y otro José Ramón haría las crónicas de partidos imborrables.

Pero antes de todo eso, en su niñez encontró el modelo que lo inclinaría hacia la narración deportiva en el español Matías Prats Cañete —voz del Noticiero Documental, conocido popularmente como No-Do en tiempos de la dictadura franquista— cuyas “radiocrónicas” José Ramón conseguía sintonizar, seguramente a través de radios de onda corta, desde la capital poblana. Un vástago de Prats Cañete, Matías Prats Luque, condujo en los años ochenta Estudio estadio, resumen semanal de lo más destacado de la actividad deportiva, equivalente español de Deportv, el programa que José Ramón instaló en el gusto de los televidentes mexicanos y que dio lugar a que Televisa lanzara Acción —el de la gustada sección “Gol, error y Figura”— para hacerle competencia.   

En las antípodas de los gritones sobreactuados que actualmente tienen copadas las narraciones de partidos en directo, José Ramón probablemente le parezca plano por monocorde a algún joven que hoy escuche sus relatos por YouTube. Así como no ha sido un referente del relato, tampoco alcanzó mayor lustre en la columna periodística. Coincido con Fernando Mejía Barquera en que José Ramón careció de las dotes expresivas de “un estilista o un recreador del lenguaje”. Lo de José Ramón, en cambio, fue editorializar a cuadro. Los seguidores, como yo, de los Pumas de la UNAM, jamás olvidaremos su alocución dolida, el desahogo de su indignación ante las cámaras el día de 1997 en el que dio a conocer la decisión del Club Universidad Nacional —la asociación civil que administra al equipo de futbol profesional de la Máxima Casa de Estudios del país— de otorgar los derechos de transmisión de sus partidos como local a Televisa.

Puede ser que José Ramón tuviera a la UNAM y a Televisa por antitéticas: de un lado, la educación, la búsqueda y preservación del conocimiento y la difusión de la cultura; del otro, la fatuidad, la desinformación y la enajenación de las masas. O quizá tan sólo no encontraba justificación para que el equipo de la universidad pública y la televisora sucedánea de la televisión pública se separaran. Pero probablemente fue este último dato el que José Ramón pasó por alto: que Imevisión ya no existía desde cuatro años atrás y que TV Azteca era una empresa privada que luego de un inicio prometedor con telenovelas como Mirada de mujer, de factura superior a las que tradicionalmente suministraba el Canal de las Estrella, para entonces se encontraba ya en pleno trance de mimetizar sus contenidos con los de Televisa. Lo mismo, pero más barato.

Porque Imevisión, la televisión pública que vio crecer a José Ramón y que a su vez conoció sus mejores días gracias a José Ramón, llegaría a su fin en 1993 en medio de la fiebre privatizadora de bienes nacionales. El entonces presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, decidió venderla al comerciante abonero Ricardo Salinas Pliego, quien para comprarlos contó con un préstamo de casi treinta millones de dólares otorgado nada menos que por Raúl Salinas de Gortari, el llamado Hermano incómodo —conocido así por la célebre portada del número correspondiente al 21 de noviembre de 1994 que le dedicó el semanario Proceso de Julio Scherer García— que demandó a Salinas Pliego en 2003 bajo el argumento de que no le había devuelto el dinero mutuado, tal como lo informó en su momento el periódico La Jornada.

En los tiempos en que José Ramón labró toda una forma de hacer televisión, los trabajadores de los medios especializados en deportes, al igual que sus colegas que cubrían la fuente deportiva para medios de información general, tenían que hacer de todo. Las funciones propias del oficio no eran, como lo son ahora, compartimentos estancos. El que relataba partidos reporteaba y entrevistaba y conducía y daba noticias y la hacía de comentarista y hacía notas. ‘Joserra’ incursionó en esa amplia baraja de actividades, pero destacó especialmente en esa parte de la división del trabajo periodístico en televisión a la que Ivor Yorke denominó planeación televisiva de largo plazo, entendida como la concepción de programas para coberturas de gran envergadura.

Eso fue lo que hizo al crear Los Protagonistas, pero éste no ha sido su único acierto. Entre sus criaturas dignas de encomio no se puede omitir a En Caliente, plató de entrevistas con figuras del deporte sólo apto para los afectos a desvelarse. Ahí tuvo interviús memorables, como aquel en el que Hugo Sánchez contó, bien entrada la madrugada, su versión de por qué Miguel Mejía Barón no lo metió a jugar el día de la fatídica eliminación de la selección mexicana en el mundial Estados Unidos 94. Cómo olvidar otra conversación que tuvo lugar durante una de las noches de En Caliente: la que sostuvo en 1995 con Leo Beenhaker, fallecido recién en abril pasado, quien era entonces entrenador del América. Por haberle accedido a ese diálogo con José Ramón, se le sigue teniendo, a más de treinta años de distancia, como una de las hipótesis explicativas de su intempestiva remoción de la dirección técnica del conjunto de Coapa, equipo insignia entre los varios que ha tenido Televisa, al que Beenhaker llevaba con paso de campeón pero que, ya sin el ex timonel del Real Madrid en su banquillo, desbarrancó y fue eliminado por el Cruz Azul en las semifinales del torneo 1994-1995.

Cercano su cumpleaños ochenta el próximo abril, la cadena internacional para la que hoy trabaja, ESPN, transmitió la semana pasada —del miércoles 30 de julio al viernes 1 de agosto— la docuserie que produjo acerca de la vida de José Ramón. Mezcla de oportuno recuento de sus aportaciones a la televisión mexicana y justo homenaje —rebajado sólo por el exhibicionismo plañidero de su victimista descendencia— sirve para ponderar la necesidad, que aún persiste, de contar con alternativas que ofrezcan un tipo de televisión como aquel por el que abogaba Octavio Paz a finales de la década de 1970: uno “que reflejase la complejidad y la pluralidad de nuestra sociedad”. Un tipo de televisión como el que José Ramón, desde el ámbito del deporte, ha sabido abanderar por décadas pero que no es menos urgente ahora bajo un presente en el que al periodismo deportivo lo envilecen algunos bufones cuya banalidad intenta maquillar, aunque no hace más que poner de relieve, su impreparación si no es que su franca condición de analfabetos funcionales. Un periodismo deportivo en el que campa el deliberado e interesado ocultamiento de los aspectos nodales que ponen en predicamento la integridad del futbol, y que tiene como vergonzante sello de agua el desinterés, o al menos el descuido, a la hora de siquiera cerciorarse de no incurrir en la propalación de fake news.

Para expresarlo en términos de Antonio Alcoba López —profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid— José Ramón no sólo advirtió la magnitud de la “reacción comunicativa generada por la actividad deportiva”, sino que se empeñó con éxito en la tarea de sacar a la rama que él eligió como derrotero de su especialización periodística de la injusta condición de “actividad cultural menor”. Apostó por un periodismo deportivo que se haga preguntas. Por eso cuando atestiguo, un día sí y otro también, la regresión perpetrada por conductores y entrevistadores cuya puerilidad devuelve al periodismo deportivo a su estatus de “periodismo de juguete” —como lo calificó David Rowe— me reitero en el convencimiento de que ‘Joserra’ es una figura a la que hay que agradecer.

Concluyo valiéndome de una canción de Los Auténticos Decadentes: José Ramón Fernández es una joya en el barro de la mediocridad.