Siria, ubicada en el corazón de Medio Oriente, ha sido escenario de uno de los conflictos más devastadores y longevos de la historia reciente. Desde 1971, ha estado bajo el dominio absoluto de la familia al-Assad, primero con Hafez al-Assad y, tras su muerte en 2000, con su hijo Bashar al-Assad. Su régimen se ha caracterizado por un marcado culto a la personalidad, la represión de la disidencia y la limitación de libertades políticas y civiles. Además, fue objeto de críticas internacionales debido a las violaciones de derechos humanos, incluido el uso de armas químicas, bombardeos indiscriminados y el encarcelamiento masivo de opositores.
El inicio de la guerra civil en Siria está estrechamente relacionado con el régimen represivo de Bashar al-Assad y su enfoque autoritario hacia cualquier forma de oposición. En 2011, en el contexto de la Primavera Árabe, una serie de levantamientos populares sacudió Siria, exigiendo reformas políticas, mayor libertad y la renuncia de al-Assad. Sin embargo, el gobierno respondió con brutal violencia, lo que llevó a que diferentes grupos de oposición comenzaran a organizarse para desafiar al poder. Lo que inicialmente surgió como protestas pacíficas en demanda de reformas y derechos pronto se transformó en un conflicto armado complejo y multifacético.
En este contexto, Siria no solo fue escenario del enfrentamiento entre el gobierno y la oposición, sino que también se convirtió en un campo de batalla para los intereses internacionales, con la intervención de países como Rusia, Estados Unidos, Irán y Turquía. Además, la aparición de grupos extremistas, como el Estado Islámico, añadió una capa adicional a un conflicto ya extremadamente complejo. Desde entonces, el impacto de la guerra en Siria ha sido devastador, con más de medio millón de personas muertas y más de 12 millones de refugiados y desplazados.
El conflicto, que ha fragmentado al país durante casi 15 años, escaló en los últimos días cuando una coalición rebelde liderada por Hayat Tahrir al-Sham (HTS) lanzó un ataque sorpresa y tomó el control de Alepo, la segunda ciudad más grande del país. El régimen de al-Assad, respaldado por Rusia e Irán, no recibió el apoyo necesario, lo que obligó a sus fuerzas a retirarse. Esto permitió que HTS, un grupo fundamentalista que anteriormente fue una filial de Al Qaeda, se expandiera y tomara otras ciudades clave, incluida la capital, Damasco. Este avance marcó el final de más de 50 años de la familia al-Assad en el poder.
La caída de Bashar al-Assad representa un hito histórico y marca un cambio significativo en el curso del conflicto. Este acontecimiento simboliza el fin de más de cuatro décadas de represión, tortura y totalitarismo bajo el control de la familia al-Assad en Siria.
No obstante, pese a que muchos celebran estos hechos, es pronto para determinar cómo impactarán el futuro del país y lo que supone la entrada en escena de HTS, considerada como una organización terrorista por Estados Unidos y sus aliados. La transición hacia un nuevo orden político y social está llena de desafíos, y la incertidumbre continúa siendo palpable ante el vacío de poder dejado por el régimen.