Las grandes crisis actuales de la humanidad, como el cambio climático, las migraciones y las enfermedades, además de muchos y diversos conflictos, dejan hoy poco espacio para el optimismo y sí mucho para pensar en términos apocalípticos.
Una muy buena reflexión en esa dirección es la que nos presenta Ángel Vargas en su poemario El estómago de las ballenas (Fondo de Cultura Económica, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, Instituto Cultural de Aguascalientes, 2024), en el que expone los grandes trazos del fin del mundo que atisba para un futuro que no es, para nada, lejano.
Acerca de ese libro conversamos con Vargas (Acapulco, 1989), quien estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Autor del al menos ocho libros, ha obtenido los premios Nacional de Poesía Elías Nandino (2019), Estatal de Literatura Joven (2012), de Bando Alarconiano (2013) y Estatal de Poesía María Luisa Ocampo (2015), otorgados por la Secretaría de Cultura de Guerrero y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, así como el Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca (2021). Con El estómago de las ballenas ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes (2024).
¿Por qué un libro como el tuyo, un poemario con una inquietud muy presente: el tema ambiental, fundamentalmente el cambio climático?
Precisamente porque es un tema muy presente, y creo que en el ejercicio de la poesía es válido, si no es que necesario, tomarle el pulso a nuestra realidad. Una maestra nos decía: “Si no podemos ser poetas del futuro, seamos poetas del presente, pero no seamos del pasado porque estos ya escribieron sobre su presente”.
Lo que nos resta a nosotros es la conciencia de nuestra realidad, tan en crisis que se ve, de alguna manera reflejada en lo que escribimos; creo que sí hay una temperatura que tiene que expresarse a través de nuestra escritura. Yo decidí hacerlo, en este caso, a través de poemas en un libro que habla de este mundo en crisis, pero no solamente de la ambiental sino a una escala mucho mayor, con distintas cuestiones políticas y humanas. Por supuesto, el tema ambiental está de fondo, pero también pensando en un futuro que no pareciera muy alentador.
A veces pensamos que los poemas hablan solamente de lo que sentimos, del amor, del desamor y, claro, no hay nada más tremendo que esos temas, pero también la poesía tiene la capacidad de imaginar, de especular, de reflexionar, de pensar, de contar.
En ese entendido fue que empecé a idear un libro que hablara justamente sobre eso, atravesado por esta sensación que nos corresponde a todos de que algo se está acabando, que somos finitos y que nos tocó vivir en un mundo tremendamente conflictivo.
Quiero invitar a la gente a que se acerque al libro, en el que encontrará un libro interesante en cuanto al tratamiento de temas muy contemporáneos, pero que también es apocalíptico, especulativo, de ciencia ficción. Su lectura les va a ser muy interesante, y ojalá que ya que lo hayan leído podamos platicarlo en alguna presentación o en algún evento.
¿Te influyeron los devastadores fenómenos ambientales de los últimos años en Acapulco, tu tierra natal?
Claro, porque, al haber crecido en un ambiente natural, rodeado de tanta exuberancia, era inevitable no darme cuenta, con el paso del tiempo, de qué manera ese ambiente se iba transformando, degradando. A pesar de que mucha gente piensa que el libro se escribió justamente a raíz de lo sucedido con el huracán Otis (una experiencia tremenda, cercana a la muerte, pero también transformadora), no fue escrito después de ello: lo empecé en 2017 y lo terminé en 2021. Entonces, abarca varios años de escritura, pero es anterior a todo aquello.
Yo creo que esa es una de las grandes maravillas y riquezas de la poesía: tener la capacidad de hacerse presente y oportuna en el momento en que tiene que hacerlo. Me he descubierto emocionándome mucho y sintiéndome profundamente identificado con poemas que juraría que me están hablando a mí desde un presente, pero que fueron escritos hace siglos.
Sin embargo, después de todo esto que ha pasado en el mundo, no solamente aquí, hay poemas que emergen con una categoría de un presente rotundo. Eso me parece maravilloso.
En el contexto que nos ha tocado vivir, como, en mi caso, haber nacido y crecido en la costa de Guerrero, muy cerca del puerto de Acapulco, fue una experiencia límite porque significó darme cuenta paulatinamente de las transformaciones no sólo de la naturaleza, sino de las transformaciones sociales, del incremento de la violencia.
Todo eso, en alguna medida, está en el libro, porque intenta dar cuenta, tomarle el pulso a nuestro presente, y nuestro hoy es ese.
En el libro aparecen varias referencias familiares: el padre, la madre, los hijos, los abuelos, por lo que termina volviéndose también un tema familiar. ¿Por qué hacer esto?
Además de la capacidad de poder imaginar y de hacer ficción a través de la poesía, lo que tenemos a la mano es nuestra historia familiar, que sólo puede ser transformada cuando es evocada en la literatura.
Yo he escrito, desde mis primeros libros, de mis padres, de la familia, del ambiente de la infancia, temas que emergen también en este libro. Por mucha intención que haya de escapar a eso, terminamos hablando de esos temas; es como si tuviéramos una necesidad de resolverlos a través de la escritura. Además, creo que es funcional porque te permite sentirte cercano a un contexto familiar que todos entendemos en toda la virtud que pueda tener la familia. Así, es, hasta cierto punto, estratégico contar, sí, la historia del posible fin del mundo, pero también contar la historia familiar íntima y cotidiana.
No eres muy optimista, como se ve en el poema que dedicas a la Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático. También hubiera sido muy fácil ponerse a hacer recomendaciones para cuidar el mundo, lo que no haces, y adoptas otro tono muy distinto. ¿Por qué?
Justamente quería escapar del tono panfletario, y tampoco quería que fuera un libro de denuncia, aunque la realidad emerge. Le aposté, más bien, a otro tipo de recursos, como la risa, la ironía y, hasta cierto punto, el sarcasmo, porque cuando evidenciamos la risa a través de esa realidad es cuando nos descubrimos riéndonos de algo de lo que no deberíamos hacerlo, y allí es cuando nos cae el veinte.
Ojalá a los lectores les funcione también de esa manera. No digo que vaya a ver, una vez leído el libro, una reacción ecológica, para nada; la intención de la poesía es otra. Las acciones nos corresponden como seres humanos, como ciudadanos en la realidad y a través de nuestras acciones es otra, y tiene que ser muy contundente porque es urgente.
La literatura también ayuda a ver esos conflictos que, de pronto, por estar embebidos en esta realidad, dejamos de percibir o de ver. La poesía tiene esa capacidad maravillosa de hacernos ver algo como si fuera inédito o como si el mundo estuviera recién nacido.
Lo que pasa ahora es que ese mundo recién nacido es un mundo contaminado, en conflicto y tremendamente en crisis.
En general, el poemario presenta una visión realista y hasta apocalíptica de los que está ocurriendo en el mundo, y de cómo somos. Hablas, por ejemplo, de la familia fascinada por la catástrofe, de los muertos en el año 2 mil 400 o de que la próxima arca (por supuesto una evocación de la de Noé) va a ser muy ínfima porque va a haber muy pocas especies. ¿Por qué este tono apocalíptico?
Tiene que ver con esta antelación al fin, la sensación de que estamos terminando, ante un fin de era. Creo que en el libro funciona, por ejemplo, este primer poema en el que se habla de un posible deshielo del que emergen enfermedades antiguas, justamente por el miedo que tenemos a éstas —y cómo no tenerlo después de una experiencia como las pandemias. La realidad palpable y la contundencia de los resultados científicos nos dicen que habrá un punto de no retorno, por lo que creo que, en ese sentido, es muy real hablar de un fin del mundo y con un tono apocalíptico.
Pero además, de fondo, hay una historia familiar que tiene que ver con haberme enfrentado con muchas historias sobre el fin del mundo desde muy niño. Yo caí en cuenta, hace no tanto tiempo, después de haber escrito el libro, que había estado expuesto a historias bíblicas del fin del mundo desde muy joven por mi contexto familiar, por mis abuelas y demás.
Ahora me resulta ya evidente que en algún momento iba a emerger ese tema en mi escritura, pero, además, es una sensación personal, pero que, compartiéndola con amigos y con conocidos, creo que tenemos muchos: quizá el futuro no sea tan alentador y nos queda muy poquito mundo.
Esa intención tiene también el libro: arañar nuestro presente al pensar que nuestro futuro nos va a quedar muy corto.
En términos un poco más personales, señalas en el poema eutanasia.gov cómo tu generación siempre hablaba de la muerte, la que, se dice allí, después fue regulada. ¿Cómo ha sido burocratizada la muerte? Ello está entre el humor y lo real en el poemario.
Imaginaba, con la conciencia de que todo mundo a mi alrededor habla de morirse pronto, de que, quizá a través del humor, eso en el fondo esconde una pulsión que todos los seres humanos tenemos, pero que en esta generación está mucho más a flor de piel: la sensación de un futuro poco alentador.
El libro también tiene que ver con esta especulación, con imaginar, a partir de lo que sentimos en este presente, cómo sería ese futuro, en este caso respecto a la muerte, a la eutanasia, a una posible legislación que espero esté muy cerca, y que, quizá, en algún momento tendríamos lo que ha pasado a lo largo de la historia: sacarle un provecho económico a absolutamente todo. El límite, justo acá, sería obtenerlo incluso de la muerte y de las ganas de morir.
La estrategia del libro tiene que ver con ese humor a veces demasiado forense.
Me llamó la atención la espera en términos apocalípticos. En esa dirección es un libro desesperanzado: menciona, por ejemplo, “hay que esperar la muerte”, “esperar el fin del mundo, “esperar que algo estalle en la cara”. ¿Qué es la espera en el poemario?
Es un libro que juega con los tiempos. A raíz de la sensación de que algo va a terminar, siempre estamos a la expectativa de cuándo va a pasar, lo que me parece muy interesante porque en la realidad se traduce en estar siempre en un modo de sobrevivencia, estar expectantes y pensar siempre en lo peor.
Si pensamos, cómo nuestra generación no va a estar todo el tiempo estresada y ansiosa, y los pensamientos recurrentes tiene que ver con eso; la ansiedad sería esta anticipación de algo que ni siquiera ha sucedido, pero que está ya en la mente ocurriendo, lo que nos ocasiona acercarnos a la realidad con estrés, con miedo, con desesperanza, con ansiedad.
Esa sensación, que siento pertenece de forma muy contundente a mi generación y a generaciones mucho más jóvenes, está en el libro, y se traduce a través de esa espera.
Contrastando con ello, ¿cómo entra el humor en el libro? En un panorama tan sombrío, ¿cómo lo introdujiste?
El humor nos ayuda a revelar esa realidad: como desarticula un poco el discurso catastrofista, demasiado romántico a veces, nos ayuda a darnos cuenta. La estrategia justamente es esa: el humor es peligroso. Algo así mencionaba Aristóteles.
Es un recurso que quizá valdría la pena explorar más desde la poesía; hay muy pocos ejemplos, aunque muy buenos, en la poesía mexicana que aborda la realidad a través de la ironía, del sarcasmo, de lo socarrón. Pero creo que es mucho más común encontrarnos con poemas que tienden hacia lo solemne, y nuestra realidad, nuestro tiempo, necesita de otro tipo de estrategias para que esa realidad que estamos viviendo justamente aflore en los libros, en los poemas o en los cuentos que escribimos.
Respecto a los animales, hay un poema sobre el elefante que un día desaparece del zoológico porque se lo robaron. Anotas que, salvo una nota en el periódico, a nadie le importó. ¿Por qué al poeta sí le interesó ese hecho?
Es, hasta cierto punto, una metáfora de las desapariciones en un país como el nuestro, quizá elaborado de una manera oblicua sobre un tema que debería importarnos a todos. Tiene que ver con una entera ficción porque en donde yo vivía de niño ni siquiera había zoológico, y en realidad surge de una nota periodística que en algún momento vi sobre que se habían robado un elefante, y me asombró cómo era posible que se robaran un elefante como si fuera un perrito.
Empecé a imaginar, y la imaginación poética me llevó a sentirme tan cercano a esa experiencia que ha habido gente que se ha acercado y me ha dicho: “Oye, ¡qué pena, qué lamentable lo que pasó en tu poema!”. A veces, con mucha reserva y sin ánimo de arruinarles la experiencia de lectura, termino diciéndoles: “No hay nada más falso en el libro que ese poema”. Pero ha conectado de una forma bastante bella con la gente.
Ahí es cuando yo, definiendo la capacidad de la poesía de poder imaginar, de poder contarnos cosas y de poder hacer, hasta cierto punto, ficción en los poemas, considero que es la riqueza que puede llegar a tener un texto poético si se aventurara a imaginar y no quedarnos únicamente con nuestras experiencias vitales.
Yo creo que la poesía tiene también esa oportunidad, y la necesita más ahora.
En “La paradoja de la primera lluvia” cuentas la historia de un pueblo sin energía eléctrica, pero en el que, sin embargo, el mundo sí funciona, sí está en marcha. ¿Qué tan posible es eso?
Es paradójico: pareciera que, para nosotros, como humanos, como civilización (no me gusta ya usar esos términos), mientras algo tenga energía eléctrica y esté funcionando, el mundo sigue en marcha. Pero quizá el fin que nos depara a nosotros me lo imagino más silencioso, un apocalipsis en el que todo ha dejado de hacer ruido, en el que las cosas empiezan a acomodarse en la naturaleza de tal manera que todo funciona a pesar de que ya no haya nada humano funcionando.
A diferencia de los apocalipsis hollywoodenses, que son nucleares, estruendosos y meteóricos, yo prefiero imaginar otro, como el que dice un poema de Jorge Teillier: el fin del mundo será limpio y ordenado como el cuaderno del mejor alumno. Así me imagino el final de los tiempos: limpio, ordenado y silencioso.
Sobre el título del libro directamente encuentro dos poemas; a partir de ellos, ¿qué nos dice el estómago de las ballenas de la expansión del cosmos y de que el hombre sea él mismo la ballena?
Hay teorías que hablan de que el planeta en realidad es un gran ser vivo, como la de Gaia, de que el planeta se sana, se cura solo a través de ciertos procesos. Me parece una teoría bastante bella: pensar que todos somos parte de un mismo organismo y que las conexiones, aunque sean invisibles, allí están, me resulta muy atractivo a nivel poético.
En efecto, en el poema “La voz de Jonás” éste termina yéndose con la ballena, en una especie de abducción ontológica; pero la ballena, al mismo tiempo, significa mucha otras cosas. Creo que cada lector tendrá esa oportunidad de que le llegue el simbolismo que para su yo lector le sea necesario.
Entonces, sí tenemos la figura de la ballena de Melville, que es una búsqueda filosófica del sentido de la vida, pero también la ballena bíblica, que tiene que ver con una búsqueda espiritual, y, asimismo, el animal muerto con el estómago lleno de basura que nos ha arrojado el océano. Esa es nuestra figura de ballena contemporánea. El poema busca cobijar bajo esa imagen general este conjunto de temas apocalípticos, especulativos, pero que también hablan de esta infancia perdida.
Sigamos con la vertiente apocalíptica: después del fin, ¿qué quedará del mundo? En la nueva arca que imagina sólo habrá unas pocas especies, ninguna ave, unos cuantos reptiles y un poco del arte del Vaticano que irá a dar a un búnker. En un poema afirmas que no tienes temor al apocalipsis, sino, más bien, por los escasos sobrevivientes. Así, ¿cómo se ve el fin del mundo desde el estómago de la ballena?
Siempre hay alguien que cuenta la historia, y quizá antes pensábamos que era de los que vencían, que a ellos les correspondía contar. Quizá para nosotros no es la historia de los que vencieron, sino de quienes vayan a sobrevivir. Tener la posibilidad de contar esa historia al final es, por supuesto, un poder; por eso digo que hasta leer un texto es temerle a la historia de los otros, porque esa gran historia que finalmente se constituiría como una verdad histórica (mira en que tiempos nos toca hablar de ésta), la que solamente pueden tener unos cuantos.
A mí me interesan más las historias mínimas, cotidianas, individuales. Justamente de eso va, un poco, la poesía; sin embargo, esas historias mínimas terminan siendo la historia de la humanidad.
La pregunta es muy hermosa; el libro quería responderla, problematizarla, porque yo pensaba en ese final que quizá no sea para todos porque habrá quienes sobrevivan. Pensaba en distintos productos culturales, estéticos a la hora de escribir el libro, que hablaban justamente de ese final.
Cuando salió la película de Cuarón Niños del hombre me quedé con la sensación de desasosiego, de mucha desesperanza por las imágenes tremendas que hay en ella. En aquel momento dije: “Algún día voy a escribir un poema que hable sobre eso”. Y ese tiempo llegó. Es el poema que habla sobre este final en el que es más valorada una pieza artística que una vida humana, de un búnker en el que se resguardan no seres humanos sino los últimos vestigios del arte del ser humano. Es la gran paradoja, injusta, de pensar que tiene más valor un brazo del David de Miguel Ángel que una persona intentando sobrevivir. Ojalá no lleguemos a eso nunca, pero es un posible final.
Años después de que salió la película de Cuarón fue cuando emergieron los grandes conflictos migratorios en el mundo, y me pareció impresionante cómo a veces el arte tiene la capacidad de anticipar, más que predecir, esas situaciones, porque logra tomar la temperatura del ambiente que le está tocando, consigue ver lo que va a pasar, pero a raíz de lo que ya se está cocinando en su presente. Creo que es lo que le pasó a Cuarón con esa película.
Entonces hay imágenes que retomó de allí y de algunas series de televisión. Es un libro que tiene una apuesta por cierta intertextualidad, pero también por otro tipo de piezas artísticas y culturales: me interesa ver series, películas, las noticias. Todo eso forma parte de mi presente y está en el libro a manera de inquietudes que terminaron siendo poemas.