En un ejercicio catártico, Alba Otero y Sebastián López exponen de manera visceral la realidad del desinterés.
Alba Otero: en un desfiladero jugaba a ser equilibrista, sin protección ni ayuda, ¿qué más daba si caía al propio infierno? El vértigo es sólo una vorágine de tu reflejo. Quería llegar al final de ese camino. Una vez allí, sólo me encontré con proyecciones de mi ser. Esas imágenes que alimentan tu ego desmedido, tan profundo como el océano.
Me ahogaba pensando en tu mirada. Me estremecía si notaba tu presencia. Me desvanecía ante tu indiferencia.
Sebastián López: navegué por diferentes mares intentando encontrar la ola correcta: sólo vi tormentas en el camino. Me acordé de cuando surfeaba en las playas de mi niñez. Recordé las canciones de la brisa de aquellos días. Una buena memoria de la juventud ya no estaba. Las estrellas, los corales, los peces, todo se había esfumado en un segundo… queda la melancolía.
¿Se acordarán de mí? He sido un ruido en sus bocas verdosas. He querido ser parte del cielo, vivir entre las nubes, sonreír al mirar el sol. La corriente me lleva por un rumbo sin camino con mi corazón de agua.
Alba Otero: en tus seductoras palabras me sumergí como un canto de sirena. Un flautista embaucando a una serpiente. Una alimaña en tu juego vil de encandilar para mostrar tu soberbia. Si decido cambiar el rumbo de mi timón, encontraré de alguna manera tu presencia. No me deseas, mas quieres tener un espacio en un desgastado corazón que perdió hace mucho el valor de lo propio.
Aléjate de donde te prometan naranjas en verano, donde quieran que la acidez de la vida sea solo dulzor o viceversa. Quiero relamerme los labios por ese beso con azúcar y deseo desesperarme por no compartir una visión. Quiero recrearme en tu mirada y quiero decirte lo que jamás me atreví a decirte. Un «te quiero» será ácido para ti y dulce para mí.
Las travesías son difíciles. El mar teme las noches sin luna. Y yo temo recorrer la vida por querer ser egoísta por un momento. Si te marchas, recordaré tus besos dulces en la arena, mirando el mar en la oscuridad de una noche de luna negra.
Sebastián López: me decían que el cariño verdadero llega cuando menos lo espero, pero se equivocaron: sigo siendo parte de un estado neutral, donde los corazones son de piedra, las miradas son montañas en la niebla, los besos son fisuras del pasado, las intimidades son encuentros vacíos. Sigo esperando ese cambio interior, al alma que me alumbrará la oscuridad que me rodea, a esconder esa niebla que yace en mí. No hay refugio para la desolación. Exhibirse ante la vida me ha costado mi sonrisa.
He querido, he amado, he adorado, he admirado, cada vez con más fuerza, como fuego en la leña. Podría contar las veces en las que mi corazón se ha sentido pleno, porque sólo han sido uno o dos amores… no recuerdo, la cuenta la he perdido con las entregas a diferentes polos. Me han enseñado el frío real: el que se congela, el que se derrite, el que es frágil como mi nobleza.
El altruismo es una actividad muy riesgosa, no es para todas las personas y, aunque intento borrarlo de mi carne, sigue presente en cada paso que doy: una cicatriz permanente.
Alba Otero: las alas negras volaron hasta la primavera y batieron sus alas sin temor por la pradera. Llegaron al puerto más cercano. El fulgor de la esperanza se disipa como una hoja quemada por los rayos del verano. Quisiera llegar a una época donde el calor es gratificante (aunque te mate lentamente), siento las agujas en mi corazón que no late. Intento bordar unos versos malinterpretados porque mitifiqué tu persona: una vanidad suntuosa.
Quisiera escribir esta letanía porque te marchas con promesas. El amor irrepetible y el sentimiento inequívoco jamás podrán detener lo que una vez fue. Eso perdurará aunque las vueltas en la vida sigan girando y camines por el bosque más profundo. Si te cruzas con el mismo árbol dos veces, entenderás que estás perdido.
Sebastián López: había más de una raspada en mi cuerpo. Cada una tenía un rostro diferente. Una pesadez de vida. Una jaqueca interminable. Rosas negras ahuyentan mi memoria. Hormigas bala estremecen el pasar del tiempo. Vidrios borrosos en medio de la armonía. No hay realidad, sólo una simulación, que es trágica (en momentos amable, pero rencorosa al final). Tarántulas recorren mi piel. Una sensación de querer llorar, pero no poder hacerlo. No sé si existo, si vivo, porque ya no siento.
Podría pensar solo en ti. Me he olvidado de la persona más importante: de mí. He dado flores sin recibir semillas. Las abejas de las desdichas recogen la miel que alguna vez sembraste. Por la madrugada, mañana, mediodía, tarde y noche he tenido varios sentires. No he querido recordar por miedo a extrañar tu presencia, porque sólo siento tu ausencia. Te he visto en varios de mis sueños. Nuestro amor existe solo en mi mente, en el estado onírico. La realidad ha jugado con nuestros sentimientos. ¿Piensas en mí? ¿Te acuerdas de lo que alguna vez hablamos? Me borras con el cruce de tus nuevos encuentros y deseos. Aun así aguardo el día en que decidas reencontrarte con el ser que alguna vez quisiste. Te mentiría al decirte que anhelo volvernos a conocer, porque eso es una labor complicada cuando nos hemos distanciado. Ya no somos las mismas personas. Hace mucho que sólo nos invoca la mirada. Los ojos dicen más que las palabras: expresan el sentimiento que guardamos y que tenemos miedo al expresarlo e, incluso, al sentirlo.