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TASK: la precisión de un noir demasiado correcto

Lo que mantiene al espectador no es el misterio, sino la cadencia con que la historia está contada. Esa economía del guion —el modo en que todo parece inevitable— genera la verdadera ansiedad por avanzar.

Hay algo en la reciente serie TASK, de HBO, que me confirmó el entusiasmo por las historias criminales, por esa línea que une la novela negra con las series bien escritas. Lo que hace Brad Ingelsby con el guion es precisión pura: construye intriga con una naturalidad que parece instintiva, pero no lo es, y un final moralista que no hace honor a la intriga policial sostenida hasta el último capítulo.

Hay crímenes, un territorio gris y un policía con pasado religioso, interpretado por Mark Ruffalo, que investiga una cadena de robos cometidos por Robbie Prendergrast —recolector de basura de día y ladrón de trap houses de noche—. Detrás del caso se despliega un conflicto mayor: una fuerza especial federal, el TASK, que intenta detener a una banda de motociclistas mientras la corrupción policial erosiona cualquier frontera entre la ley y el delito.

Brad Ingelsby —también guionista de Mare of Easttown— convierte el relato en una estructura de tensión sostenida, donde cada escena empuja la historia un paso más, sin trucos. La serie empezó casi costumbrista, centrada en el entorno y los vínculos, y fue creciendo hasta alcanzar una violencia que no rompe el tono sino que lo justifica. Ese ascenso controlado muestra el dominio con que Ingelsby administra su material.

Trabaja el tiempo narrativo como una partitura: cada dato llega cuando la tensión afloja. No hay sobreexplicación ni giros gratuitos, excepto en el final. Lo que mantiene al espectador no es el misterio, sino la cadencia con que la historia está contada. Esa economía del guion —el modo en que todo parece inevitable— genera la verdadera ansiedad por avanzar.

El relato se apoya en dos planos que se contaminan: el procedimiento policial y la vida interior de los personajes. En Ruffalo se concentra esa tensión: su historia personal está atravesada por la culpa y una fe que no logra resolver. El hombre que alguna vez creyó en la confesión ahora busca la verdad por otros medios, en un sistema plagado de corrupción e intereses cruzados con la delincuencia.

Comparada con la novela negra, TASK comparte la noción de un mundo sin inocentes, pero modifica la escala. Donde el noir clásico observa la corrupción como un sistema que se impone, Ingelsby la muestra como una consecuencia de las elecciones personales. Esa mirada da una fuerza moral inusual, sin solemnidad, y ubica la serie en una zona contemporánea, donde la responsabilidad individual se enhebra con el contexto.

El guion mantiene la tensión sin subrayados. Cada episodio cierra con un desplazamiento mínimo que altera lo anterior. Ingelsby maneja el relato con una lógica interna que reemplaza el efecto por el pulso. TASK avanza con una presión narrativa constante.

Hasta el sexto episodio, el mecanismo funciona con exactitud, aunque en algunos momentos se advierte la carga de un universo amplio: demasiados personajes orbitando el eje principal y algunas líneas que parecen abrirse sin cerrarse del todo.

Ingelsby reconoció que varios personajes crecieron más allá del guion original, entre ellos Maeve y Robbie. El primero surgió casi por azar y terminó imponiendo su presencia; el segundo amplió su registro con una interpretación que dio espesor emocional a escenas que, en el papel, eran funcionales. Esa expansión actoral completa el sistema del guion: la precisión necesita cuerpos, miradas que sostengan la tensión y una dirección capaz de mantener el tono.

En el séptimo episodio, las piezas caen en su lugar. Grasso —miembro del TASK que filtraba información a los motociclistas— queda gravemente herido y se arrepiente; el jefe policial corrupto muere; Jason, líder de la banda, y sus dos jefes caen, y el dinero termina en manos de Maeve, la que nunca quiso involucrarse y se vuelve el eje del cierre. Se hace justicia y los culpables pagan, como si la serie respondiera a la vieja ley moral del Código Hays: ningún crimen puede quedar impune. Ese orden final, tan prolijo (demasiado prolijo) contrasta con la ambigüedad que había sostenido todo el relato.

Finalmente, la misericordia de Tom Brandis frente a su hijo —el asesino de su mujer, la madre sustituta— introduce un tono moral que desborda lo policial. Es un perdón más religioso que narrativo, que impone unos valores contrapuestos al ideal liberal hoy dominante donde la empatía reemplaza al cálculo. Un cierre que parece dictado por la corrección política antes que por la necesidad interna del relato. TASK se desajusta de la ambigüedad que había sostenido su fuerza: cambia el conflicto por el orden y con esa moral exterior al relato se contrapone a la oscuridad del clásico noir.