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Topo escultor

Me resultaba difícil creer que aquél que retozaba en un sillón, en bata y con una pipa en la mano, fuera amo de tantos recuerdos y experiencias.

“Las manos del escultor se volvieron tenazas para salvar vidas” se lee como encabezado de un periódico, ahora amarillo y desgastado por el tiempo, arrinconado y casi olvidado en un mueble lleno de más papeles y fotografías. El dueño, un anciano barbón, hace juego a sus pertenencias. No están arrumbadas. Él sabe perfecto a qué corresponden. Después de recibirnos gustoso, empieza a tomarlas de aquí y allá para mostrarlas durante la entrevista que un canal de televisión le hace. Sobresalen las fotos de un gran viaje (aquél que lograron, por extraño y difícil que parezca, él y su entrañable amigo de la vida pidiendo aventón desde la Ciudad de México, culminando en el Amazonas) por la mayor parte de Latinoamérica en la década de los cincuenta, del mono capuchino Coco que una tribu les regaló, o de la novia que dejó en la ciudad por darle la mano a la aventura de un año que le abriría los ojos al mundo.

Sergio Fernández, “el Topo escultor”, como la mayoría le dice, un tipo excepcional, por no alardear y decir único en su clase, sigue hurgando en sus montones de papeles y fotografías hasta encontrar aquellas que atestiguan las atrocidades que la Ciudad de México vivió en el temblor de 1985, los ojos se le humedecen mientras narra cómo surgieron los Topos: “Se solicitan ‘Topos’ que quieran ir al rescate de esa vida familiar en su propio hogar, que no les importe perder horas enteras con tal de llevar un poco de esperanza y de compañía humana a tantos seres aprisionados, que tengan la valentía de plantarse ante la autoridad militar o civil cuando se pretenda pisotear algún derecho, ‘Topos’ que no estén esperando que se forme una “Asociación Nacional de Topos” sino que empiecen inmediatamente su labor de rescate por sí mismos, en su propio yo”, o algo así pregonaban cartulinas los días siguientes a tal catástrofe para alentar a los jóvenes para ayudar ante tal situación.

Sergio, el Topo, ya contaba con sus hermanos scouts, quienes sin dudarlo atendieron su llamado para ayudar a su nación. Así, sin equipo, sin más conocimiento que –lo mucho o poco- que el escultismo puede enseñar de nudos, rescate, claves, servicio y demás menesteres, aquellos valerosísimos jóvenes ayudaron sin pensar en recompensa, su movimiento fue tal que Plácido Domingo se unió a la brigada… Sergio nos continúa narrando ayudándose de varias fotografías inéditas mientras la sala se llena de un silencio sepulcral, el camarógrafo apaga la cámara para estrecharle la mano a la par en que todos los presentes aprovechan para carraspear y quitarse el nudo de la garganta, entonces el año en curso era el 2013, fue una de las primeras veces que recuerdo haber sentido profunda admiración por alguien.

A pesar de su experiencia, incluso a él le resultaba insólito que alguna vez siquiera ocurriera algo igual, pero así fue: en 2017 ya existían varias generaciones de Topos y de muchachos scouts que habían escuchado y aprendido de tales destrezas (y aunque no) ayudaron como ninguno. Sergio era un anciano con más de noventa años al momento, pero la huella que había dejado ya había echado raíces. Una vez más, con la ciudad paralizada, los jóvenes actuaron con valentía en demasía, contemplaron la tragedia no sólo desde las calles de la ciudad, también desde el interior de los edificios colapsados, por abajo de los techos caídos, en huecos que atravesaron arrastrándose sin saber si podrían regresar vivos al punto de partida. Su motivación fue salvar la vida de niños, de hombres y de mujeres, o bien, recuperar los cadáveres y entregarlos con pena a familiares y amigos, poniendo en riesgo en todo momento su propia vida. Dos veces en décadas y siglos distintos, verdaderos héroes de quienes poco sabemos y a quienes no hemos reconocido en la forma debida. 

Cuando conocí a Sergio, al Topo escultor, me resultaba difícil creer que aquél que retozaba en un sillón, en bata y con una pipa en la mano, fuera amo de tantos recuerdos y experiencias. Fue imposible abrazarlo después del 2017, su muerte no tomó por sorpresa a ninguno: fue silenciosa, sencilla y en paz. Como él, como su espíritu.

Considero este mes como el suyo. Sus enseñanzas perdurarán hasta que el último Topo o scout utilice la fraternidad y solidaridad como tema. Y, también, hasta que exista un corazón noble, que ningún afecto indigno rebaje; un corazón recto, que ninguna maldad desvíe; un corazón fuerte, que ninguna pasión esclavice; y un corazón generoso, para servir. 

Fin de pista.

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