Hace unas semanas me topé con autor que descubrí por casualidad. La mayoría de los debates literarios surgen entre cafés y whisky, como casi todo en la vida. De ahí, salieron algunos nombres, pero no el de Pe Cas Cor. La verdad es que se habló de los poetas malditos españoles, casi todos olvidados. Era una mañana soleada pero con bastante humedad, lo que implica frío. Me encontraba con mi amigo Adrián del Pino, con el que he pasado horas hablando de literatura y un sabio conocedor de la obra de Haro Ibars, para él, el mejor poeta de España. No lo obvio, pero tengo mis dudas. Ambos, por cierto, son catalogados como poetas malditos. Por tanto, uno ya tiene la duda de quiénes estarán entre esos poetas malditos. Desde Haro Ibars hasta Antonio Maenza.
Querido lector, seguramente estés pensando en un nombre clave que he pasado por alto al hablar de poetas malditos españoles, y sí, no me olvido de Panero (el hijo, el bueno). Uno se pregunta siempre qué hace falta para ser un poeta maldito. Entregar tu vida a la poesía, seguramente. El suicidio va muy ligado a estas cuestiones. Como diría Mariano Antolín Rato: “he intentado vivir literariamente”. Así que buscando encontré a Pedro.
Soy de estas personas que se obsesionan con los autores de un determinado movimiento literario. Hasta el punto de leer a cada uno de ellos. Me pasa lo mismo con algunos autores, entre ellos: Roberto Bolaño, Vila-Matas, Martín Gaite, Kafka o Baudelaire.
Les presento, pues, a Pedro Casariego Córdoba (Madrid, 1955-1993). Seix Barral publicó en 2020 una edición conmemorativa por el sesenta y cinco aniversario de su nacimiento. Incluye toda su poesía, desde el año 1975 hasta el año 1987. Se titula Poemas encadenados.
Este libro ha caído en mis manos. Lo he devorado en cuestión de días. Nos encontramos ante un poeta con una poesía pura, llena de nostalgia. Tiene el don de la palabra desde el primer verso. Uno de los momentos más lúcidos de Pedro se encuentran entre sus poemas sueltos. Versos llenos de desarraigo al corazón, a la vida, a la esperanza. Encuentro el elemento de la ficción en sus primeros libros de poesía, en los que al lector parece dar la sensación (quizás Casariego lo hizo a propósito) de navegar en un film de aventuras. No se muestra partidario de un orden. Los poemas aparecen en verso libre, huye de las estructuras. A veces te encuentras con un poema en forma de telaraña que tienes que ordenar y darle tu propio encadenamiento. En este sentido, se muestra como alguien libre jugando con la literatura. Estos juegos sólo pueden practicarlo auténticos poetas, dicho sea de paso. Su lectura me ha hecho descubrir a un gran autor que, a partir de ahora, pienso reivindicar.