Decía Calamaro que un rayo no cae dos veces en el mismo sitio. Dice la ciencia que sí lo hace, que lo seguirá haciendo. Mi corazón afirma, por ignorancia, conveniencia y sentimiento, quizá con un dejo de inocencia, que él tenía razón. El rayo eres tú.
Caíste en mi vida con un cielo despejado, libre de tormenta y oscuridad. Entraste en el panorama de la nada, como el diluvio de verano que se mezcla con el sol, sin previo aviso ni gesto que te delatara. Partiste por la mitad el mundo, el suelo, la foto general de mi ventana y mi vida misma.
En el ambiente, rayo mío, sólo encuentro tu electricidad, que me eriza con tu imagen y me atraviesa el pecho con tu tacto divino. En el aire está tu energía, esa que enciende mi alma con tus manos, pone mis sentidos a temblar con tu sonrisa y me quema con tu mirada, esa que acusa no saber lo que provocas, pero delata que lo entiendes todo.
Eres antes y después, un evento irrepetible. Brindas caos y paz al mismo tiempo, el mar y la playa revueltos y calmos en las vacaciones. Lo eres todo y tampoco lo eres. Inevitablemente, en todo estás tú.
Decía Calamaro que un rayo no cae dos veces en el mismo sitio. Dice la ciencia que sí lo hace, que lo seguirá haciendo. Digo yo que lo que venga luego no importa, porque después de ti, no habrá más nada. Se acabará la luz, la tierra, la lluvia de septiembre que nos tocó y el sol de octubre que nos iluminó. Será el final de todo, incluyendo el mío.