Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios.
Jorge Ibargüengoitia
Ciudad Juárez, 16 de septiembre del 2010
¡Quemaron todo y van por ti! Algunos están empastillados. El Químico me escribió luego de que destruyeran su laboratorio y mientras huía para que no lo levantaran a él. Al leer el mensaje, pasaron muchas cosas por mi cabeza, pero no pude ver ninguna. En su lugar, bajé la cabeza y me miré, así que corrí inmediatamente a vestirme. Estaba en calzones y chanclas, y no quería que encontraran mi cadáver así –claro que uno pensaría que desvestir a alguien es mucho menos complicado que matarlo, pero quizá el tener que quitarme la ropa les implicaría un poco más de esmero, así que simplemente hice mi parte para disminuir las probabilidades–.
Yo no tengo hijos ni esposa ni madre ni padre ya, de forma que la imagen de mi cuerpo hinchado o mallugado, o vayan ustedes a saber cómo iba a quedar, no iba a arruinar la vida de algún deudo en particular. Sin embargo, sería un periodista más. Uno más que es arrojado a una zanja y al silencio.Y es que el que nos maten ya es bastante duro para el gremio, pero que también denigren nuestros cuerpos muertos es como morir incluso más, como si eso se pudiera –sí se puede–.
Tuve todos esos pensamientos mientras me vestía, salía de la casa, me paraba a mitad de la calle y me ponía las manos en la nuca mientras los faros de dos trocas me deslumbraban y me hacían, aunque yo no quisiera, agachar un poco la mirada. Yo no caminé hacía la luz, la luz vino hacía mí.
Pese a todo esto, resulta que no me mataron y eso que, en efecto, la mayoría estaban ya empastillados. Ni siquiera me golpearon. Lo que hicieron fue llevarme al lugar en el que estaba el laboratorio para enseñarme que no quedaba nada más que restos negruzcos y calcinados. Todo cuanto había habido ahí ya había dejado de existir, incluidas las vidas de cinco personas.
Más que una advertencia –porque aquí no hay advertencias–, mi levantón fue más para regodearse de que yo ya no tenía nada ni nadie para investigar. Sin embargo, mantuve y mantengo aún la esperanza de que el Químico siga con vida y se haya podido resguardar.
Asimismo, es por eso que decidí escribir esta muy breve crónica que resume esta investigación, en caso de que ya no pueda terminarla.
Conocí al Químico hace poco más de un año, en mayo del 2009. Miroslava, la periodista en quien más confío, le pasó mi contacto. Ella también vive en el estado, pero en la ciudad de Chihuahua. Miroslava y el Químico se conocían desde la preparatoria, y él quería tener más información sobre el crimen organizado, y, a su vez, buscaba a un periodista en la ciudad en el que al menos creyera que podía confiar para que si su misión no podía ser concluida, siquiera la historia fuera contada, y quizá entonces alguien más la pudiera retomar.
Yo recién había empezado a escuchar algo sobre las pastillas. Pastilla de nada le decían.
Fue finalmente el Químico quien me explicó todo con claridad.
Me contó que el origen de la Pastilla de nada fue muy lejos de aquí, en el Pentágono para ser precisos. La visión era la de tener un medicamento que pudiera ayudar a los veteranos de guerra a lidiar con la depresión. Un medicamento que, por cierto, bastaba con una sola toma antes de dormir. Sin embargo, el proyecto fue cancelado, pues el efecto que estaba teniendo en quienes la tomaban parecía estar fuera de control, ya que no solo inhibía sentimientos de dolor, sino también de empatía, además de que al paso de los meses disociaba al individuo de la sociedad y de parte de la realidad.
Las primeras pruebas de la pastilla se hicieron luego de que iniciara la invasión contra Irak. Aproximadamente unos tres años después, hubo una filtración de la fórmula y cayó en manos de uno de los cárteles mexicanos de los que más se estaba empezando a hablar en esos años: los Ces. Llamados así porque su clave para comunicarse en radio solía ser C1.
La siguiente tarea de los Ces fue comprar, secuestrar, amedrentar, amenazar o, en otras palabras, reclutar a médicos, farmacólogos, químicos, bioquímicos y a cualquiera que les pudiera ayudar a completar la fórmula. Su objetivo nada tenía que ver con combatir la depresión. Lo que buscaban era que sus sicarios no sintieran ningún tipo de dolor emocional, de manera que pudieran ser aún más violentos, sanguinarios y eficaces, incluso desde el inicio, pues en ese momento estaban perdiendo terreno en algunas plazas cruciales.
Ya no haría falta esperar en promedio unos cinco o diez levantones para que un nuevo sicario empezara a no sentir nada al arrancarle la vida a una persona, así fuera a un enemigo o simplemente a alguien que se encontraba en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto, frente a quien había tomado el medicamento incorrecto. Fue entonces que esa píldora empezó a ser conocida como la pastilla de nada, porque una vez que la tomabas una noche, y te ibas a dormir –quisieras o no porque la fórmula incluía un somnífero–, al otro día al despertar ya no sentías dolor ni tristeza ni aflicción ni angustia ni ansiedad ni pena ni pesar. Al despertar ya no sentías nada.
Toda esta información la supo el Químico por medio de un colega que conocía a otro más que había estado en parte de las pruebas en Estados Unidos en el año 2003. También por medio de él, llegó hasta las manos del Químico un frasco con algunas píldoras. Luego de que un sobrino suyo fuera asesinado, el Químico se dio a la tarea de tratar de encontrar un medicamento que contrarrestara los efectos de la pastilla de nada. Así que juntó un grupo en el que todos y cada uno de ellos tenía una historia cercana de violencia.
Un día, no hace mucho, el Químico vino a mi casa, se la mostré y al entrar a mi cuarto vio un crucifijo de barro. Me comentó que no pensó que yo creyera en dios. Les respondí que no era así, pero que una madre buscadora me lo había dado por investigar el caso de su hijo. El Químico después sacó una pastilla de nada y me la dio, me dijo que la guardara. Me aclaró que por supuesto que en las calles ya había muchas, pero que esa estaba hecha con la fórmula original y era mejor para tratar de encontrar alguna cura, y que si un día algo le pasaba a su laboratorio, aquí tendría una pastilla resguardada. El crucifijo tenía un pequeño orificio en la parte de atrás, así que decidí esconderla ahí.
Finalmente antes de irse de mi casa ese día, me dijo que estaba convencido de que si pudieran formular la cura contra la pastilla de nada, quizá dentro de 10 o 15 años el país dejaría de estar en esta agonía. Me miró esperanzado, me dio la mano y se fue.
En mi carrera ha habido tres ocasiones en las que me he sentido a nada de parar mi lucha. La primera, cuando fue la masacre de 72 migrantes en Tamaulipas, a manos de los Ces, y no pasó nada. La segunda, cuando María Ortiz Escobedo fue asesinada tras años de exigir justicia para su hija quien también había sido asesinada, y tampoco pasó nada.
Pero cuando sentí, como nunca, que ya no podía más, fue cuando vi cómo el gobernador Duarte de Veracruz no dejaba de sonreír mientras una madre lo increpaba por la desaparición de su hija desde hacía más de tres años. Entendí en ese momento que el gobernador también estaba empastillado. Hay muchos que creen que el presidente está igual. En ese momento sentí que vivíamos en medio de una epidemia de la que no había salida.
Al paso que vamos seguramente terminaremos este sexenio con más de 100 mil asesinatos. Miroslava cree que si la pastilla sigue en las calles, quizá durante el próximo sexenio se sumen cerca de 150 mil más , y para el siguiente, alrededor de otros 200 mil. Es decir, en tres sexenios, entre 2006 y 2024, acumularíamos casi medio millón de muertes a causa de la violencia en este país. Y además viviríamos en una sociedad que no siente y en la que parece que no pasa nada.
Por supuesto que el gobierno niega siquiera la existencia de las pastillas, así como niegan que todos y cada uno de los municipios de la nación, estén controlados por el crimen organizado.
En fin, después que pasó lo del gobernador de Veracruz, dejé de escribir durante tres meses, pero fue entonces que Miroslava me avisó que recibiría la llamada del Químico. Y es que a lo largo de los años han sido muchas las historias que me han devuelto la esperanza, pues he visto a personas que, a pesar del suplicio en el que viven, no se rinden y literalmente escarban entre el lodo para volver a ver a sus seres amados, o lo que sea que quede de ellos.
Conocer la misión del Químico fue como sacar de entre la tierra los restos de esperanza que me quedaban.
***
Mataron al Químico. Recibí ese mensaje de Miroslava hace una hora. Entonces no pensé más, me levanté, fui a mi cuarto, descolgué el crucifijo y lo golpeé contra la pared. De entre los restos de barro, saqué la pastilla, la sostuve con mis manos y después la tragué.
Ahora estoy llorando sin parar. Me abandoné, abandoné lo que soy o tal vez este es el que siempre fui. Desesperado fui a vomitar, pero la pastilla ya es parte de mí, y yo al despertar, ya seré parte de la horda de almas abandonadas. Tengo miedo de dormir, pero mis ojos se empiezan a cerrar. Si tan solo pudiera aguantar. ¿Será que voy a soñar?
Desperté. Leo esta crónica y todo es lo mismo, todo sigue igual, excepto que yo ya no siento más.