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BOOM: se acabó

Vargas Llosa era un escritor total: creador de ficción, académico, periodista, dramaturgo e, incluso y con bastante desatino, político.

Mario Vargas Llosa fue el “hombre boom”. Uno de los cuatro pilares (Cortázar, Fuentes, García Márquez y él) en ese “movimiento” literario que tomó al mundo por sorpresa en la década de los sesenta y le dio su lugar a la literatura latinoamericana que tanto merecía y que tanto se le adeudaba.

Ellos, en definitiva, no fueron los únicos escritores que construyeron el nuevo canon literario en América Latina. Los “precursores” -la cronología nos hace tomar decisiones arbitrarias y académicas de qué es y cuando comenzó el “Boom Latinoamericano”-, son creadores de un universo tan rico y de la misma calidad que cualquier obra salida del Boom. Borges, Rulfo, Artl, Walsh, Onetti, Paz, Carpentier, Mistral, por nombrar algunos. Los contemporáneos menos conocidos no le piden nada a ese cuarteto: Arguedas, Donoso, Ibargüengoitia, Castellanos, Roa Bastos, etc.

A pesar de ello, y por la naturaleza injusta de la vida, fueron ellos (Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa) quienes llevaron las letras latinoamericanas al plano internacional y a la lectura popular y masiva. Mario Vargas Llosa fue el último superviviente de su generación y con su reciente fallecimiento, también se cierra en definitiva el BOOM.

Lo vio, lo vivió y lo escribió todo. Es difícil encontrar una carrera tan rica, tan polifacética y larga como la de Mario. Mientras sus contemporáneos cultivaron un género eje para su obra y coqueteaban tangencialmente con los demás, Vargas Llosa extendió su catálogo de géneros de forma más equitativa y lo sorprendente es que lo hizo manteniendo una enorme calidad entre ellos. Ahora, por más que se pueda ser bueno en mucho siempre se es mejor en algo. Y Mario fue el mejor novelista de su generación -que no es cualquier cosa- y quizás también el mejor ensayista literario. A él no le pertenece la novela más conocida y emblemática del BOOM, ese honor lo tiene García Márquez con Cien años de soledad. Lo que si tiene Mario es el canon personal novelístico más grande, con el registro más amplio, complejo, y de un nivel de calidad sostenido superior al de cualquier otro de sus pares.

Gabo y Carlos, tienen, cada uno, dos obras maestras que no le piden nada a nadie, Cien años de Soledad y El amor en los tiempos del cólera; La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, respectivamente; Julio tuvo su fractal Rayuela, sus cuentos, sus cronopios y sus famas; pero su obra se mueve desde y hacia ellas, como un centro gravitacional. Con Mario sucede lo contrario, determinar cuál es su “mejor” novela o el mejor periodo de su obra, es una tarea tan absurda como imposible. Como se puede juzgar el atrevimiento de arrancar su carrera con La ciudad y los perros, una obra maestra a los veinticinco años; o la balzaquiana y modernista Conversación en la Catedral, la divertidísima Pantaleón y las visitadoras, la monumental Guerra del fin del Mundo, la intensa La fiesta del Chivo, por nombrar solo algunas de su vasto catálogo.

Vargas Llosa era un escritor total: creador de ficción, académico, periodista, dramaturgo e, incluso y con bastante desatino, político. Esta formación le permitió desarrollar un ensayo literario profundo, bueno y, a diferencia de muchos trabajos del género, divertidos y de un fácil acceso al público general. Su amor por la literatura, su francofilia, produjeron dos ensayos fantásticos: La orgía perpetua sobre Flaubert y Madame Bovary, a quien disecta con admiración, y La tentación de lo imposible, sobre Los miserables y todo el viaje que implicó para Víctor Hugo escribir ese monumento literario. Con mirada tenaz también escribió La civilización del espectáculo y dio el primer grito de alerta respecto al tipo de sociedad en la que nos estamos convirtiendo. Una sociedad conectada a un aparato electrónico 24/7 que premia la estupidez, la vacuidad, que desprecia el conocimiento personal, que contradictoriamente individualiza a las personas hasta quitarles cualquier trazo de humanidad y por lo tanto lo más importante es estar siempre entretenido, siempre feliz de frivolidad donde pensar es tedioso e innecesario.

Para bien y para mal, y como no puede ser de otra forma, Mario Vargas Llosa era humano. Su vida pública y privada, muchas veces la misma, fue una vorágine desde la que hoy sus detractores fundamentan sus críticas, válidas o no. Él fue el “hombre boom”, tanto en la cronología, pasó de ser prospecto, a prodigio, referente, decano y terminar, para algunos, como un anacronismo dentro de la sociedad y realidad que lo han superado; como en la metáfora de quien se vuelve el signo de su tiempo. Las contradicciones insalvables: su juventud marxista y simpatizante de la revolución cubana, el puñetazo a García Márquez, su viraje a derecha liberal, la cándida confrontación televisada de la “dictadura perfecta”, su candidatura a la presidencia de Perú -que perdió él y Perú al ser electo Fujimori-, hasta llegar a la tragedia de la vejez: convertirse poco a poco en la caricatura de si mismo, volviéndose marques en España, apoyar personajes políticos indefendibles y ocupar las portadas de revistas rosas con amoríos otoñales.

Con él también se cierra la era del escritor/intelectual. Del escritor rockstar, que entraba a las ferias del libro entre multitudes, cuya opinión sobre el clima político del momento era escuchada y valorada. El estado actual de la sociedad difícilmente cuenta con estas figuras, ni siquiera le interesa buscarlas o construirlas (al menos por ahora). Los escritores contemporáneos que venden tirajes completos pertenecen más al reino de la cultura pop y las convenciones de comics, con libros que nacen para ser transfigurados a series o películas. Este debate tan actual sobre la separación del hombre y el autor; del humano y del mito, es quizás el último regalo que nos da su persona y su obra.

El hombre quedó atrás. El BOOM se cierra. Vendrán artículos, programas, retrospectivas, ediciones conmemorativas y toda la demás parafernalia dentro de las exequias de los grandes escritores. En la vida y en la muerte todos los premios son fatuos y de los homenajes que se le pueden hacer, solo hay uno que es válido y es el mejor de todos: leer los libros de Mario Vargas Llosa.