La maldición había muerto. Desde el último penal la cantina permanecía en silencio, ajena a la euforia con la que ardía la ciudad. El cadáver, suspendido sobre un espejo de sangre iluminado por una veladora, tenía el rostro cubierto por un pañuelo y un rosario. Las botellas brillaban junto a una televisión encendida sin sonido. […]
Deuda de fe
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