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Carolina Durante: Porque fuera hay cosas preciosas

Diego Ibáñez, letrista alejadísimo de Santi Balmes (el primero es directo; el segundo es barroco), no busca nostalgia, no trata de evocar ningún recuerdo con la ayuda de alguien más; acude, solito, al agujero.

Mis amigos suman más que mis demonios.

HAMBURGUESAS – CAROLINA DURANTE

Mira cómo lo está disfrutando, le dije a Zurita. Diego Ibáñez, vocalista de Carolina Durante, frontman de los que ya no hay, entrelazó los dedos detrás de su espalda al más puro estilo de Liam Gallagher y miró fijamente al público, aguantando la sonrisa, mientras se desvanecía Probablemente tienes razón, última rola de un álbum, el último, Elige tu propia aventura, de total excepción. La gente, un Foro Indie Rocks entregado, le devolvió el gesto coreando el estribillo: ¿qué nos ha pasado si no ha pasado nada? Diego miró como mira quien se sabe dueño de una obra maestra. Probablemente dio dos pasos hacia atrás para tener mejor ángulo. Asintió, me parece. Sentí aquello que solamente había sentido en el Teatro Metropólitan cuando miré, en abril de 2019, a Vetusta Morla dejarse la piel con un álbum invencible. Nunca me había comprado dos playeras a la salida de un concierto.

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Carolina Durante es una banda, pero también es una persona. Diego, Martín, Mario y Juan, amigos desde la infancia, querían llamarse Ex Amigos, pero pronto se enteraron que ya existía un grupo llamado Ex Novios. Indagando en el concepto de examigo pensaron en una chica, Carolina Durante, que había dejado la escuela en sexto de primaria y nunca más habían sabido de ella. Englobaba su nombre, acaso, el concepto del examigo que se difumina y se pierde. ¿Cómo le explicas a una chica que tu banda va a llevar su nombre?, preguntaba Diego Ibáñez en un late-night español; ya no es que esté inspirado por ella, sino que es directamente ella. Carolina Durante, la chica, registró los derechos de autor de su nombre, por si las dudas.

Mi primera toma de contacto con Carolina Durante fue tropezarme con Famoso en tres calles gracias al siempre sabio algoritmo de Spotify (¿quién quiere que yo quiera lo que creo que quiero?, se pregunta Jorge Drexler). Me encantó. La música era directa, cruda, agresiva; la letra era una crítica furiosa al ansia de fama efímera: ¿tú qué estarías dispuesto a hacer por ser famoso en tres calles? No me metí mucho más: en aquel entonces estaba clavado con Bruce Springsteen a pocas semanas de verlo en el estadio de beisbol de los Orioles de Baltimore. Volverían tiempo después.

Tonteando en el menú que ofrece el extraordinario pódcast de Javier Aznar, Hotel Jorge Juan, me encontré con que el último episodio había tenido como invitados a dos miembros de la banda que hablarían sobre su obra más reciente: Elige tu propia aventura. Quedé fascinado con la charla, y poco se dijo del disco. Quería ser amigo de Martín, el guitarrista, tras haberle oído que no existe un mejor basquetbolista que Nikola Jokic: la superestrella de los Denver Nuggets que parece permanentemente asqueado por la fama. Martín salió al escenario del Indie Rocks con la camiseta que la Selección Mexicana portó en la Copa Confederaciones de 2013. Hay cierto guiño y cierta magia en el hecho de no portar el novedoso e histérico diseño último modelo. Hay algo también, cómo no, nostálgico.

Carolina Durante le canta a la cotidianidad: pelea con el tóxico concepto de que debemos ser felices y positivos todo el tiempo. Diré algo que resultaría fácilmente desmontable para los miembros de la banda y autores del álbum: Elige tu propia aventura es, además, tal y como noté apenas a pocos días del concierto, una ópera rock. Lo es, quizá, sin darse cuenta. Arranca con Joderse la vida: una oda filosa a la autodestrucción; Adriano Leite Ribeiro, aquel futbolista alucinante que se perdió (él diría que se encontró) en las drogas y el alcohol, estaría orgulloso. De ahí pasamos por Normal, la crónica de una relación finalizada, y TOMÉ CAFÉ, el grito desaforado que sobreviene a haberse tomado dos (o tres, o cuatro) cafés de más. ¿No crees que es un poco pronto para toda esta energía?, pregunta Diego Ibáñez en el tercer track. Las canciones esbozan relatos sobre la soledad, la individualidad y la melancolía hasta que llega Hamburguesas. Desde un principio me resistí a la canción por el nombre; cuando por fin me tiré de cabeza a ella, encontré la obra que delimita a Carolina Durante como una banda grande. Es el track que trastoca la narrativa del álbum.

Hamburguesas inicia con un verso, he vuelto al agujero del que te hablé, que fácilmente podríamos emparentar con uno de los himnos de Love of Lesbian, Allí donde solíamos gritar, que inicia con un a que no sabes dónde he vuelto hoy. Diego Ibáñez, letrista alejadísimo de Santi Balmes (el primero es directo; el segundo es barroco), no busca nostalgia, no trata de evocar ningún recuerdo con la ayuda de alguien más; acude, solito, al agujero: sé que esta vez no vendrás a salvarme / sé que esta vez saldré solo. La primera vez que escuché Do I Wanna Know, la canción que elevó a los Arctic Monkeys al parnaso musical, me quedé convencido de que el primer crawling back to you que suelta Alex Turner podía ser uno de los momentos musicales más emocionantes de la década. Algo parecido me sucedió con el primer porque fuera hay cosas preciosas de Hamburguesas. Rompe con la línea del álbum: la altera. De pronto, todo gana color; vale la pena. Pensé en Woody Allen, al final de Manhattan, despatarrado en su sillón después de que Mariel Hemingway le dice que se va a ir; la única salida posible es enumerar “las cosas que hacen que la vida valga la pena”. En el caso de Carolina Durante: hamburguesas, el fútbol, mi madre. Luego, como si no quiere la cosa, sueltan el verso que los confirma como uno de los acontecimientos musicales más emocionantes de los últimos años: mis amigos suman más que mis demonios. La canción subvierte de nuevo la narrativa propia del disco cuando ola, ola, ola, ola, destrucción se convierte más tarde en fuera hay cosas preciosas (…) los cafés y las mañanas y las olas / y el ruido que hacen cuando se rompen. La ola destructiva se torna en una de las cosas que valen la pena; también el café del tercer track. El álbum, de pronto, adquiere una luminosidad auténtica. El ruido mental, el malestar, se mantiene; pero fuera hay cosas preciosas.

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Ricardo, Jordi, Zurita, Beto, el primo de Beto y yo veníamos en comitiva desde la cantina Ultramarina, heroico hallazgo a pocas calles del Foro Indie Rocks. Llegamos rayando y tuvimos que adueñarnos de algún recoveco en los rincones de la plancha. En cuanto vi que Diego Ibáñez se lanzó al público y bajó a cantar entre la masa, me tiré de cabeza al pogo. Ya luego me hago pendejo y me quedo ahí, pensé. Dicho y hecho: acabé con un lugarzazo al que Zurita se uniría más tarde. Desde aquel concierto que dieron los Hives en 2019, mi último en el Plaza Condesa, no veía al frontman de una banda bajar al barro. Había leído durante la semana que el vocalista de Carolina Durante defiende a capa y espada la idea de mantener un aura mística sobre la figura del artista. “Siempre voy a estar a favor del misticismo, de que los artistas no sean tan accesibles, porque me gusta. Me parece que el arte necesita magia y esa magia muchas veces se pierde cuando ves a tu artista favorito haciendo entrevistas (…) Me da vergüenza ajena, porque, por lo general, lo que te gusta del artista son las canciones, no lo que tenga que decir más allá de ellas. Si las canciones te gustan, luego vas a pedir que el resto de cosas que haga ese artista en su día a día o cuente en entrevistas estén al mismo nivel de lo que te gustaron en sus canciones y, por lo general, vas a salir perdiendo”. 

Ibáñez es, perdónenme el lugar común, una fuerza de la naturaleza. Ricardo lo comparó con ver a The Clash en sus inicios; luego, en Instagram, citó a Jon Landau cuando dijo que vio el futuro del rock en una presentación de Bruce Springsteen como telonero de Bonnie Raitt. Algo parecido le dije a Zurita a pocos minutos de que subiera IDLES al escenario del Pepsi Center, a finales del año pasado: siento que este concierto, con el paso de los años, será recordado por quienes acá estuvimos como un acto fundacional de algo. No sé si Carolina Durante alcance las cotas de Vetusta Morla y llene un Metropólitan; me costaría creer que se acerque a la histeria de unos Love of Lesbian capaces de llenar un Palacio de los Deportes casi cada año. No creo, eso sí, que cuando regresen tengan menos público que los que estuvimos en el Indie Rocks. Me encantaría verlos en un festival convirtiendo a los escépticos en feligreses de su causa. Es imposible no ver a Diego Ibáñez sobre el escenario; es más difícil, aún, no contagiarse.

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Cierro este texto trayendo a colación una nueva postura de Diego Ibáñez que bien podría tirar a la basura todo lo que ya escribí. “Yo hago las canciones que hago y luego la gente generará las narrativas que quiera generar. Entre la prensa y el público se generará una imagen del grupo históricamente o no, y ya está. Nosotros no podemos vivir con eso en mente”. Carolina Durante son cuatro chavales, amigos de la escuela, que armaron su propia banda de rock. Pegaron porque son originales. Pegaron, también, porque verlos sobre el escenario genera la sensación de que estás viendo algo fresco, nuevo; acabas de descubrir algo que va a alterar tu percepción del entorno. Ése es, creo, el objetivo del arte: interpelar, trastocar al espectador. Diego sabe que cuando suelta una canción deja de pertenecerle. Le pertenece al público. No puedo hacer más que buscarle una imagen histórica en mi vida al grupo que me hizo saltar abrazado a mi gran amigo mientras cantábamos que mis amigos suman más que mis demonios.

Qué emocionante banda es Carolina Durante.