Hay varias cosas que definitivamente no sé hacer. Una pequeña lista de las primeras cosas que se me vienen a la cabeza: saltar la cuerda, pararme de manos, manejar, decir que no y, sobre todo, decir adiós.
Si estuviéramos en una terminal de autobuses (o un aeropuerto) para identificarme sólo habría que buscar a la persona que no puede dejar de llorar. Nunca importa la situación. Incluso cuando tengo ganas de irme y no volver jamás, ahí estaré llorando porque no he aprendido a decir adiós.
La última vez que viaje, Cuernavaca-Ciudad de México, sentí que dejaba un pedazo de mí en Casino de la Selva y me dieron ganas de bajarme del autobús. Odio Cuernavaca. Esa semana en suelo morelense, por muchas razones, debió evitarse a toda costa. Sin embargo, ahí estaba yo queriendo estirar los minutos de una pesadilla para evitar lo inevitable: el final.
Me gusta el lugar común de las mujeres cortándose el cabello para cerrar ciclos. Me gusta porque yo lo hago.
Las dos últimas veces que terminé una relación visité una estética a los pocos días. Para ‘cerrar el ciclo’ de la relación de tres años necesité dos cortes de cabello. Para la de un año, bastó con uno. Me atrae la idea de pensar que, metafóricamente, soló es parte de crear un nuevo personaje para la historia siguiente. Porque, tal vez, si me veo diferente puedo sentirme diferente y puedo pretender que no me da miedo el final.
Miguel me preguntó por qué me ponían tan mal los finales. Supongo que me cuesta decir adiós, dije. La respuesta fue tan mala que casi me convenció: ¿cuántas veces hay que repetir una mentira para que se vuelva verdad? Tienes que escarbar más para no quedarte en la superficie, contestó. Y aquí estoy, yendo al fondo del asunto (porque no puedo dormir o porque no sé qué más hacer).
Nos gusta pensar la vida como una línea ininterrumpida, como una novela que no termina hasta que termina nuestra vida, es más fácil pensarlo así por razones de continuidad. Pero la vida no es más que una sucesión de pequeñas historias que se entrelazan. Cada una comienza y termina sólo para que una nueva vuelva a empezar. Muchas veces la decisión no es nuestra y nos quedamos con planes para una historia que nunca pasó, con la idea de lo que pudo ser y ya no será. Maldigo a Joaquín Sabina por tener la razón cuando dijo que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Lo intimidante de la vida es que con cada final hay que volver a iniciar: todo lo que empieza tiene que acabar. La vida es cíclica y después del adiós viene la página en blanco; sin embargo, no hay nada que dé más miedo que la libertad de crear. ¿Cómo empezar? ¿Por dónde empezar?
La infinidad de posibilidades siempre abruma y, como síndrome postraumático, muchas veces todo lo que ha salido mal nos acecha, nos paraliza. Nadie nos enseña que en la vida tendremos que reconstruirnos una y otra vez para integrar cada historia que ya terminó, pero hay que saber continuar.
Silvia Ocampo dijo: soy todos los lugares que en mi vida he amado. […] Soy todas las palabras que adoré en los labios y libros que admiré. Soy la felicidad de un día […] Soy todo lo que ya he perdido. Y yo creí que tenía razón, pero yo hoy prefiero quedarme con la idea de que yo soy mis finales, pero sobre todo soy mis principios (por muy flojos que sean).
Esta vez no me voy a cortar el pelo porque, esta vez, no tendré miedo a lo que viene. Esta vez estoy lista para saber decir adiós y crecer.