Luis Marimón, el poeta difícil de olvidar

Es esa misma palabra, la poética, por la cual Luis Marimón quiso entenderse y quiso dar a entender. La poesía como visión única del mundo. Visión única de él poeta maldito.

Esto es lo que trae al mundo la poesía
como un árbol de raíces anónimas:
la paciencia del ovario gestando un óvulo podrido
el dilema de ser joven e inédito
de ser viejo y estar en una trampa.

La poesía es como esas mariposas que nacen
de las miasmas
que todo humano en su interior encierra…

Saturnales ecos del silencio; Luis Marimón

I

Hay una fijación especial con un espíritu del mar, un mar que permanece a pesar del desconocimiento, a pesar de su forma acuosa y misteriosa, una figura eterna dentro de todos, algo que quizás escapa nuestra comprensión debido a su inmensidad y su historia. Yo estaba en el mar mientras leía. Me sentí cobijado, con un halo de bondad. Caminaba al mar para colmarme de inquietudes, para saber si lo que escribía era verdad, para hallar respuestas. Volvía, luego, a sentarme a la orilla, conmovido, agitado, lleno de dudas. Ante ello, la solución fue seguir leyendo. Sumergirme.

II

La antología poética de Luis Marimón, con la selección de Yanira Marimón (poeta e hija del poeta de La Habana), publicada por La Pereza Ediciones, es más que un compendio de sus versos. Pienso en la antología como un rescate del olvido. Lo pienso sobre todo por la difusión de su poesía, pues es escasísima. No digamos siquiera en los recovecos del inmenso internet donde hay apenas réplicas de sus poemas en blogs más bien artesanales, o algunas reseñas flotantes que más bien carecen de información pues no dicen ni quién es el poeta. Por YouTube, ni su sombra siquiera. No es entonces sólo de aplaudir que hayan rescatado a un poeta de su propio olvido, sino que a ello se suma un reconocimiento digno a un poeta autodidacta, melancólico y abrasador.

Es curioso el olvido o el relegamiento para con Luis Marimón al saber que fue contemporáneo de Dulce María Loynaz, de Eliseo Diego o de José Lezama Lima. Por suerte, como sucede curiosamente en todos los casos de omisión, la obra del poeta se está leyendo por las nuevas generaciones. Es enigmático, además, que solamente haya publicado dos obras en Cuba: La decisión de Ulises, en 1988 y El bibliotecario del infierno, en 1992. El resto de su obra fue publicada después de su muerte, pues dejó una cantidad vasta de borradores y cuadernos.

III

Theodor Lipps escribió que «la poesía es, ante todo, un resultado de las palabras». La poesía es más que palabras. Si la poesía, en cambio, fueran solamente palabras, la representación de la misma no sería nada más allá que las palabras, puras, sin connotaciones, sin representaciones más allá de la literalidad. La palabra es la herramienta que pertenece a un modelo que nos permite comunicarnos, que permite a la poesía ser como es, porque no es sólo la poesía funcionando en sí misma ni por sí misma, sino que es, por decirlo de alguna manera, el resultado de la conjunción de varios fragmentos de un sistema. La palabra sirve la poesía; la poesía sirve a las interpretaciones, a los vínculos, al quebranto de los convencionalismos. La poesía tiene un valor agregado. La palabra poética como desvío de la palabra funcional, como escribió y explicó -mejor- Antonio Machado.

La palabra es, entonces, nuestra materia prima, ese artefacto que recibimos presto a utilizar, a modificar, a dar oralidad, función, ritmo, sentido (como una suma al que tiene de manera inherente, no como si no tuviera uno) poético.

Es la palabra poética de la que habla Machado, no sólo la palabra per se. Es esa misma palabra, la poética, por la cual Luis Marimón (La Habana, 1951 – Las Vegas, 1995) quiso entenderse y quiso dar a entender. La poesía como visión única del mundo. Visión única de él poeta maldito.

IV

Poeta de cuerpo y alma entera por la conjugación de ese imaginario personal e invisible con el mundo (ir)real, sus fantasías, eso que tocamos con la punta de los dedos y que nos machaca la consciencia y la gratitud. La palabra: ese vehículo. Su poesía, de infinitas ramas, como un bosque verduzco e inmarcesible: nos habla de existir, de vivir a diario a pesar de la incertidumbre, a pesar del misterio, a pesar del amor y de las pérdidas (¿Cuál será entonces la interpretación correcta / de esa misteriosa brevedad hecha persona?); desenvuelve y desmitifica la figura del poeta, su construcción; palpa lo inefable y lo infinito, se mantiene en una búsqueda del qué (un “qué” muy parecido al “it” del que habla Clarice Lispector en Agua viva); es angustia confusa, confusión angustiosa; un castigo subrepticio por el simple hecho de existir.

Nos habla de un origen, un grabado memorial, algo que remite a un ente que pudiera ser cualquiera: nosotros como restos grabados en las piedras, que no abandonaremos la ciudad. Hace sentir una visión bohemia, pedregosa, inclusive moderna. En su poesía la muerte es sólo una transición, un cambio inexorable en el transcurso de nuestro tiempo: Yo me retiro un tiempo, / no me muero. / Adiós un rato entonces, / compañeros. La muerte nunca y siempre completamente, siempre y nunca como una certeza.

Su palabra no intenta responder a dudas inclementes o retóricas vitales. Se propone a sí misma vaciarse de esas dudas por las cuales está compuesta para dotar de sentido propio y legítimo su fuerza. Su condición no es la vanidad ni la enseñanza, sino la certeza tambaleante de que no hay una sola fuerza dominante que nos (le) haga resistir, sino que hay alternativas, hay visiones que nos acompañan: una óptica más humana que recorre todos sus versos.

V

El día en que leí La rosa de Jericó, no pude leer nada más. Qué desmoronado. Es uno de esos poemas que revuelcan los sentidos y sacuden hasta lo más mínimo. Estaba con los pies sumergidos en la arena, acompañado de mi familia. Leí un fragmento en voz alta, el que me hizo cimbrar y, como consecuencia, fueron sembradas más dudas aclaratorias. Estos son los versos en cuestión:

Soy de los que han renegado, los que han dicho
que este barco no se mueve.

Creo en los locos ya que son los únicos amos
de sus sueños;
la profanación me tienta.

Robaría ahora mismo todas las tumbas,
todos los mausoleos
y con los huesos, los sudarios y las joyas,
escribiría un poema de amor que se pudiera leer desde el espacio.

VI

Nuevamente, dentro de las infinitas ramificaciones de su palabra poética, es palpable la legitimación del ser a través de la escritura. El escribir para ser recordado, sin llegar al fatalismo aquel de escribir para sentirse vivo, que es posible, sin embargo. Ellos nunca podrán adivinar lo que pienso. Un remanso de recuerdo que suena como sentencia. Eso también es su poesía.

Hay pasos que uno da sin sospechar que conducen al desastre. Escribir puede ser uno de esos pasos que sin sospechar conducen, si bien no al desastre, sí a un lugar desconocido. Inabarcable a pesar del tiempo que ahí permanezcamos. Hay mucha de esa enormidad en la poesía de Marimón, cosas que suenan o asemejan a sentencia, aunque en realidad es una certeza propia que puede coincidir con una o varias realidades. Porque hay un mundo propio dentro de los tantos mundos que habitamos. Es una generalidad tan excesiva como cierta. De eso bebe la poesía, de un exceso latente pero real, lascivo, que derrama sangre sobre un vaso del que bebemos a diario. A pesar de todo, todo es nada. Las nimiedades, parece ser, no cambian los cursos de la nada, de la vida. Somos humo, una especie de final, la búsqueda de algo concluyente, visible como ese humo, como aparente insomnio. Es tal vez cuestión de vida, que no de muerte. Una poesía que se excede en sus significantes. Es excesivo uno en sus interpretaciones, pero es debido a la vastedad del lenguaje poético del poeta habanero. A pesar del exceso, hay ambigüedad, una amalgama entre dimensiones: metáforas y sus consecuencias. Una poesía que es palabra, palabras compuestas de vida. Las palabras tienen sombra, demasiada sangre.

Al final, como un hilo que recorre durante muchos de los versos, hallamos un volver al vientre -otra de las constantes-. Qué vientre, esa es la duda. Será el vientre como un edén, un origen o el simulacro de un nuevo inicio. O el vientre como un hogar, la geografía de un lugar seguro. A pesar de todo, de los versos colmados de metáfora y sustancia, se sabe que no es real el volver. Sí, en cambio, el querer volver. No cae en simplezas ni en fatídicos reemplazos por ornamentar la escritura. No es necesario colmarla de artificios para provocar un impacto. Es una poesía cotidiana, visible, verosímil al menos hasta donde es permisible adaptar el término a la poesía. No hay quien pueda escapar. Todo es lenguaje. Todo lo dota de sentido.

La poesía de Luis Marimón está aquí, en esta antología que palpita. No hay soledad que valga acompañado de versos. Es todo lo que hay que ofrecer ante el recuerdo, ante el tiempo. Hay que abrazar la cotidianidad, el embargo, la dicha de los versos. Demos hogar a esta antología. Definitivamente debo estar loco, porque sigo creyendo en la poesía.

(Todos los versos que se encuentran en cursiva pertenecen a fragmentos de poemas del autor, a excepción de las cursivas que nombran las obras) Luis Marimón; Antología poética Luis Marimón (Selección de Yanira Marimón)
Estados Unidos, La Pereza Ediciones, 2021, 224 pp.

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