En el momento justo en que brindamos
por el fin de semana, cuando se alzan
las copas y resuenan las canciones
que amamos pues nos hacen más felices,
al dejar los horarios y las prisas
entre aquello que nada nos importa.
En el preciso instante en que eran nuestros,
solo nuestros, el tiempo que nos resta
y la vida indómita que nos falta,
cuando vuelve el deseo irrefrenable
y todo huele a sexo y a conquista
y la vida en sazón se nos regala.
Cuando todo lo bueno era posible,
vuelve el lunes de siempre a despojarnos
de un mundo sometido a nuestro antojo.
Y en nadie está el perfume
sagrado de los nardos,
ni canta un ruiseñor en nuestra sangre.
Y solo queda el lunes. Y el cansancio.