En un famoso chiste de Fontanarrosa, un veterano futbolista dice que Fulano era muy hábil para correr la cancha, luego fue muy bueno para andar la cancha y, ya al final, fue extraordinario para hablar la cancha. La juventud, dijo Esquilo, es un mal que se cura con el tiempo.
Nadie habló mejor lo que sucede en la cancha como César Luis Menotti. El Flaco escribió un libro clásico sobre la importancia del balón en los niños (Futbol sin trampa). El prólogo corrió a cargo de Joan Manuel Serrat. Menotti, el astro del lenguaje, intentó por todos los medios explicar su manera de ver y entender el futbol. Muchos le hicieron caso: hay algo de él en Guardiola, lo hubo en Cruyff y muchos técnicos de menor abolengo en Hispanoamérica.
A la altura de los grandes pensadores de la pelota -que los hay, eh-, Menotti hizo campeón a la Argentina en 1978 y luego, vestido de negro, evangelizó el toque y el movimiento. Mi equipo, dijo, quiero que sea mejor que el rival. Y muchas veces lo logró. Tampoco se esmeró, como muchos, por el resultado. Sin arte no hay juego, insistió para defender el cómo sobre el qué o el cuánto.
Dijo Eduardo Galeano que Europa juega en prosa y América en verso. Y lleva un poco de razón. Y un poco de esa razón es el verso hablado de Menotti, quien parecía acercarse más a la Lugones que a Ángel Cappa, su gran amigo y cómplice. Cuando la albiceleste ganó su primer título con El Flaco, Argentina pasaba por uno de sus peores momentos, y no han sido pocos. La dictadura se adueñó del estadio, de la grada y de los cánticos. Menotti, aún con raspaduras, salió ileso del episodio, más bien macabro.
Atraído por su talento, el futbol mexicano contrató a Menotti como técnico nacional. El cruce, entre el negocio y la moral, tuvo que pasar. Pasó la pelota, pero no el hombre, como decían aquellos ruditos centrales de los setenta. Menotti le dijo a los avaros dueños mexicanos: “Ustedes quieren leones en la cancha y ratones en los contratos”. Todo se rompió. Los futbolistas nacionales, ajenos a la autoestima y serviles para el espectáculo mediocre, dejaron de tener un mentor y volvieron a la condiciones de roedores verdes.
Parecía que la dignidad compartida por El Flaco dejaría huella en el prestigio en el ecosistema nacional. No, no fue así. Tampoco cambiaron nada los Bielsa, los La Volpe y otros muchos que intentaron compartir la domesticación del toque, del cuidado del balón y la triangulación cercana entre los miembros del cuadro.
Pero la prosa escrita y hablada de Menotti queda entre los rumores del césped, como aquel cuento de Benedetti.
Se va Menotti, el cantador de la pelota.