Hace tres días eras pura luminiscencia, la simetría hecha felino. Tu vaivén creaba ondas en el infinito y hoy no me creo que te hayas ido. Te has ido haciéndole honor a tus ancestros, sin hacer ruido, con mucho sigilo. Charlie, ¿qué hay de las vidas que te faltaban por vivir? ¿Qué hay de nosotros?
Cuando mamá murió, creí que tú, Arena y Chiquita enfermarían o morirían, y sin embargo sobrevivieron a su muerte. Entonces creí que una larga vida me esperaba con ustedes. Genuinamente creí que nos cuidaríamos y apapacharíamos por mucho más tiempo. Siempre tuve miedo de que les pasara algo, y hoy ese miedo tiene tu forma y tu rostro, y me niego a esta sensación. Siento tanta tristeza, rabia e impotencia, todo junto, explotando dentro de mí como una revolución.
Estabas bien, aparentemente bien. El veterinario nos dijo que tenías urolitiasis (piedras en los riñones y vías urinarias); tu uretra estaba tapada, una operación era la solución, pero tu pequeño cuerpo no resistió. ¿En qué momento pasó? ¿Cómo fue? Si hace dos días trepabas a mi pecho ronronéandome. Acicalabas tus patas y tu espalda mientras los rayos del sol te iluminaban. En este momento sólo hay oscuridad, una profunda oscuridad. La casa se siente vacía sin ti. Tú eras la alegría del hogar, el que siempre estaba dispuesto a dar amorcito puro y leal. Tus maullidos inundaban el jardín y la casa, y tu perfección resaltaba. Eras mucho más que un gato, a veces parecías humano. Eras intuitivo, sabio, hábil y sagaz. Tu compañía era oportuna, siempre llegabas cuando más te necesitaba y me bastaba con ver tu cara para sentir infinita tranquilidad.
No hay peor muerte que la que no es anunciada. Así como llegaste a mí hace ocho años, así la muerte de mi vida te ha arrebatado. Ni siquiera puedo expresar en palabras lo que siento, pero no me queda más que agradecerte. Fuiste un extraordinario compañero de vida y me hiciste inmensamente feliz. Fui testigo de tu magia y gracias a ti, muchas veces, entré a otra dimensión. A través de tus ojos fui capaz de ver más allá, y vimos y vivimos cosas inimaginables. Compartí contigo mis instantes más especiales y también fuiste guardián de muchos de mis males incurables. Le diste sentido a mi vida y llegaste a ella para salvarme. Me enseñaste y regalaste más lealtad que cualquier persona. No te le despegaste a mi mamá durante su agonía, estuviste horas echado sobre sus piernas hasta su último aliento. Gracias, infinitas gracias por acompañarme en este duelo. Gracias por limpiar mis lágrimas y mitigar mi llanto con tu ronroneo, gracias por llenar el vacío que tengo en el pecho. Gracias por mirarme fijamente a los ojos y decirme sin palabras que todo estará bien. Gracias por ser una de las razones por las que me levantaba a diario, por inspirarme y mimarme. Gracias por demostrarme que el amor gatuno sí es incondicional.
Charlie, estás dejando un vacío inmenso en mi familia, en mi vida, en mi cama y en mi almohada. Aún escucho el eco de tu maullido en el pasillo, aún puedo olerte y sentirte. Has dejado tu rastro en mis sábanas, pelitos y trocitos de ti en toda la casa. Te hemos enterrado en el jardín que tanto disfrutabas, entre el limón y la granada, con la esperanza de seguir acompañándonos y de que algún día seas árbol. Te amo, gracias por tanto.