El día cero fue, sobre todo, un día lluvioso y un presagio.
Era domingo, mediados de mayo de 2017. Ese día dieciséis periodistas arribamos a Managua provenientes de distintas esquinas de Latinoamérica. Desde Punta Arenas, en la región Antártica de Chile, hasta Guayaquil, en la calurosa República del Ecuador. Viajamos en un autobús que repicaba el camino desde El Salvador, o tomamos un vuelo desde la Ciudad de México, con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl convertidos en niños: en volcanes mansos.
Estábamos allí por un taller. Estábamos allí por el periodismo. Estábamos allí por Leila Guerriero. Pero también estábamos allí por otra cosa.
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—¿Qué hizo que te quedaras? ¿Qué había dentro del periodismo para permanecer hasta ahora?
—Creo que encontré que tenía muchas cosas por decir. Que la realidad era increíble. Siempre fui curiosa y el periodismo fue mi mejor excusa para meterme en lugares a los que nunca habría podido entrar: la escuela de policías, el convento de las monjas, los centros de rehabilitación de adictos, las casas de actores y actrices; hablar con todos ellos, interesarme por sus vidas, saber de qué están hechas todas estas personas, saber de qué está hecho un asesino, saber de qué está hecha una víctima.
Yo soy una máquina de curiosidad y, con el periodismo, todo resultó una especie de rapto salvaje. Desde chica soy la clase de persona que si ve a otra peleándose en la calle, aminora el paso y va despacio para escuchar. Y si veo una ventana abierta que da a la calle, paso despacio y vuelvo a pasar. No soy chismosa, pero sí curiosa. Y el periodismo fue la excusa perfecta para meterme a esos lugares.
¿Quién puede entrar a todos esos mundos tan diversos? Es decir, los odontólogos están en el mundo de los odontólogos, pero los periodistas estamos en el mundo de los odontólogos y cualquier otro mundo ¿no? Puedes decir: ‘quiero un libro de odontólogos’. Bam. Puedes decir: ‘quiero hacer un libro de orquídeas’. Bam. Puedes decir: ‘quiero ser un libro de carpinteros’. Bam.
Es la posibilidad de estar en todas partes.
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Día uno.
Son las nueve horas del lunes 22 de mayo, pero todos hablan del domingo. De las tardes del domingo. Los dieciséis talleristas hemos iniciado el curso con una consigna solicitada semanas atrás por Leila Guerriero: escribir sobre el momento en el que todo parece a punto de terminar, en el que la resolana de las cuatro languidece por más tiempo y el silencio es más hondo y más arisco que el del miércoles o el jueves, que son días donde uno siempre está parado a la mitad de algo. Escribir, pues, sobre las tardes del domingo.
El taller inicia con una presentación sobre lo que tratarán los próximos cinco días: sin reporteo no hay texto. Y sin mirada no hay reporteo. Y sin estilo tampoco hay texto, y todo eso se convierte, entonces, en un círculo virtuoso. Hay que aprender algo sobre ese círculo.
“Rodrigo Fresán decía que cada texto estaba compuesto por cuatro partes: principio, medio, fin y deslúmbrame. Y yo inicio este curso preguntándome eso: ¿Quién de ustedes me va a deslumbrar?”, nos dice la maestra a los talleristas. Y la pregunta quizá reverbera en todos. Quién. Quién. Quién.
Por la tarde de ese mismo lunes inicia la revisión de cada texto. Muy pocos han logrado entender la consigna y en los textos hay lugares comunes, poca fuerza.
Y esa es, posiblemente, la primera lección: cada texto debe cumplir con su encomienda. Cada texto debe deslumbrar. Cada texto debe ser un faro que apunte directo hacia la cara.
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—¿Has sentido desencanto del oficio? ¿Te has cansado alguna vez de la realidad?
—No, nunca. Al principio todo es deslumbramiento y todo es ¡ah!, pero después, cuando llevas muchos años escribiendo, lo difícil no es seguir enamorado del oficio, sino seguir poniéndote desafíos, que las cosas te sigan costando.
La escritura es un animal muy demandante y muy complicado. Eso sí se vuelve más complejo con los años. Pero desencanto, nunca. Yo siento que cada cinco años se me renuevan un montón de cosas. Son momentos tortuosos, en los que te sientes inseguro de todo lo que estás haciendo, porque es un momento de cambio, porque no quieres automatizarte. Es un proceso medio inconsciente. Eso pasa solo. No es que yo lo busque. Cuando pienso que me estoy repitiendo, ahí se activa una especie de alarma.
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Día dos.
Hoy se leen textos sobre la pérdida. Escritos a la sombra de la memoria de un niño de diez años o al recuerdo nítido de un joven de veinticinco, cada uno ha elegido cómo escribir su propia pérdida: la del perro, la del padre, cualquiera.
Leila Guerriero bebe lata tras lata de agua mineral Canada Dry, mientras comenta cada texto. Afuera llueve. Las críticas —“esta es una frase muy trillada”, “este arranque es flojo”, “el clímax no se entiende”— son matizadas con una valoración luminosa sobre una línea, un párrafo, un estilo.
“A mí lo que me encanta de Leila es que siempre —siempre— encuentra algo bueno en cada texto. Es una editora brutal”, dice un tallerista al finalizar el día. Hay una nueva consigna: recorrer la ciudad de Managua y escribir una postal.
Casi todos decidimos que caminar por el malecón de la ciudad es una buena idea. Pero de todo el paseo a mí me queda una sensación triste, el resabio de la languidez del pasado. Porque aunque Managua dé la impresión de ser un tapete verde y liso, como si las calles estuvieran repletas de árboles que sueltan mangos que se deslizan, desflorados, por las calles, es también una ciudad dolorosa. La gente habla, casi siempre, de eso que ya no son: del lugar que era una perla antes de que el terremoto de 1972 lo dejara hecho añicos.
En la Vieja Catedral de Managua, uno de los edificios que aguantó aquel desastre, pero que ahora está restringido al público, hay un verso de Rubén Daría escrito en azul cielo: “Si la patria es chica, grande se sueña”.
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—Se ha hablado mucho sobre la supuesta crisis que están viviendo los medios. Se despiden reporteros y se ha dejado también de publicar en papel, entre otras cosas. ¿Crees que esta crisis es real?
—Me parece que sí. El problema es qué están haciendo los medios para volver a generar esos ingresos que supuestamente perdieron. También está el tema de la convergencia de lo digital; es muy difícil empezar a cobrar por algo que nunca cobraste: la publicidad web.
En este caso, mi rol como analista sería decir que sí hay una pérdida de lectores en algún punto. Y creo que la reacción que están teniendo algunos medios no ha sido la mejor, como despedir a los reporteros especializados, los más avezados, los más experimentados, y poner en su lugar a súper novatos –que no tienen la culpa de ser novatos, todos no supimos nada alguna vez–.
El punto es que los ponen por la mitad del sueldo o menos de la mitad, y precarizan el empleo; privilegian la urgencia, la rapidez, por encima de la calidad. Yo no sé. Me suena que es como darse un balazo en el pie. Pero no soy profeta. No puedo saber en qué terminará todo esto.
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Día tres.
Y hoy, como cada día, llueve en Managua.
“Escribir periodismo narrativo es cavar a profundidad, entender por qué pasó. El reporteo nos muestra un montón de cosas desordenadas, pero lo que da sentido al texto es la estructura: qué es esencial y qué no. Entre el reporteo y la primera palabra de nuestro texto está el hiato en el que tenemos la historia completa”.
Se revisan las dieciséis postales de Managua y brota cierto estilo narrativo en cada una. La sesión termina con esto: con una cátedra sobre la estructura del texto en el periodismo narrativo, se trate de crónicas o de perfiles.
En el perfil, por ejemplo, hay que identificar el quiebre: “El momento en el que Ricardo Piglia se transforma en Ricardo Piglia”, dice Leila Guerriero. Y lo dice rápido, en una suerte de dictado memorizado, aunque el escritor argentino murió apenas el 6 de enero de 2017.
Cuatro días más tarde, Guerriero contó en la contraportada de El País la atmósfera del funeral del autor de Plata Quemada (1997). También la correspondencia entre ambos, la forma en que él la había alentado a escribir un proyecto en el que ella había pensado mucho.
“El arte del periodismo narrativo consiste más en mostrar que en decir. Hay que mirar lo que hay y lo que no hay. A veces no se trata de preguntar, sino de mirar. Y en ese mirar las cosas, el carácter de una persona, puede rebelarse sin más”.
La cátedra sigue. Pero yo sigo pensando en Piglia.
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—¿Cómo crees debe hacerse hoy el periodismo, considerando esta vorágine de información que generan las redes sociales, la viralización, el “periodismo ciudadano”?
—Yo creo que el periodismo debe ser, en primer lugar, serio, severo, chequeado, bien reporteado. Se ha vuelto famosa esta categoría del “periodismo ciudadano”, aunque para mí es una contradicción de términos. Daniel Samper Pizano considera que decir “periodismo ciudadano” es como decir “medicina ciudadana”: tú no le darías el apéndice al primer señor que pase por la calle.
El periodismo es un oficio que tiene reglas. Un periodista sabe que debe chequear fuentes, equilibrar información con distintas voces. Si habla con las víctimas, debe hablar con el victimario; si habla con la víctima, tiene que establecer una mirada sobre la realidad, y esa mirada debe estar alimentada por información previa sobre esa misma realidad. Toda esa operación no tiene por qué saberla un señor, una señora.
Quizás es un poco elitista lo que digo, pero lo siento, yo no creo que cualquiera pueda ser periodista. Para mí, el ‘periodismo ciudadano’ es una invención demagógica de los medios que, una vez más, se gatillan en el pie. Convencer a todo el mundo de que lo que hacemos lo puede hacer cualquiera, es decir “mira, lo que yo hago es una pavada, así que venga y hágalo usted”.
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Día cuatro.
El texto de hoy trata sobre la violencia. En México, dos hermanos son linchados por un pueblo que los confunde con secuestradores. En Guatemala, una niña muere quemada por un grupo de taxistas que la acusa de homicidio. En El Salvador, una adolescente es violada una y otra vez por una de tantas pandillas. En Colombia, un comandante del Ejército desuella el rostro de una campesina que se ha negado a revelar por dónde han huido los guerrilleros de las FARC.
América Latina está llena de hechos violentos. Y cada uno de los dieciséis talleristas parece haber presenciado algo, con los ojos propios o los ojos de los demás. Las historias ahí están, pero hay que saber describirlas.
Y para describir “hay que narrar también lo que no se ve: el clima, la atmósfera de la situación”, dice Leila Guerriero.
“Pero para escribir algo que brille hay que estar despierto. Hay que estar lleno de coraje y resistencia para no dejarse vencer por los intentos perdidos”.
Afuera llueve como nunca. En el horizonte los nubarrones se hacen uno con el Xolotlán, un lago manso que fue, precisamente, epicentro del episodio más siniestro en la historia de Managua. Por la noche se tiene programada una cena en casa del escritor Sergio Ramírez, creador del festival literario Centroamérica Cuenta. Pero la tormenta ha hecho que se traslade al patio de una escuela primaria que está a dos calles del hotel. Mañana todo habrá acabado.
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—El mundo está cambiando y parece que los medios no lo han prevenido. El ejemplo claro es la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, una posición en la que los grandes medios veían a Hillary Clinton. ¿Crees que los medios han dejado de entender al otro para ejercer periodismo militante?
—Sí, lo que pasó con Hilarry, con el Brexit y con otras tantas otras cosas es un ejemplo, aunque sea, a veces, por causas buenas. Yo creo que el ‘no’ al Brexit habría sido la causa correcta. Y no me gusta Hillary, pero Trump no sólo no me gusta, sino que sólo podría decir groserías al respecto. Yo creo que aun cuando sea una buena causa no es el rol del periódico el ejercer un voluntarismo. Lo que tiene que hacer el periódico es informar lo que pasa. En mi país pasa, por ejemplo, que uno se da cuenta de que la línea editorial de los periódicos serios es ir en contra el gobierno anterior, el gobierno kirchnerista, cuando se sabe que aún es apoyada.
Lo que ocurre es que, en vez de mirar la realidad –que en este caso es que la ex presidenta sigue teniendo un montón de apoyo de la gente–, se intenta torcer la realidad para que entre en el envase que el medio preferiría. Y es, otra vez, como darse darse el tiro en el pie, porque eso solo produce descrédito ante los lectores.
Se señala a los medios como el gran mal de la época, pero los mismos medios de comunicación ofrecen flancos para la crítica por todos lados; medios que casi se están entregando en bandeja, publicando información mal chequeada, publicando información que termina siendo una opinión histérica en contra de algo. Si lo que quieres hacer es que fulano es un corrupto, haz una investigación y demuéstralo. Pero cuando aplicas el ‘dijo un alto funcionario de…’ no vamos a ninguna parte.
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Día cinco.
“Hay un subidón en la calidad de todos los textos, ¿no les parece?”, nos pregunta Leila Guerriero y todos asentimos porque es cierto.
Las consignas aluden, nuevamente, hacia la experiencia personal: consumos, cosas que se desearon alguna vez, aquel momento en el que se actuó de forma vil, entre otras cinco opciones. Los textos crean imágenes poderosas y tienen ritmo y estructura y alma y son genuinos.
“Cuanto más dueño uno es del material, la información se organiza mejor en la cabeza y los recursos narrativos fluyen mejor. En la rigidez al escribir hay una inseguridad que nos impide que los recursos narrativos funcionen”, nos explica.
Sabrina Duque, periodista y relatora del taller, escribe más tarde para la página de la FNPI: “Al quinto día, la mirada había cambiado. Si el lunes casi nadie había escrito sobre la consigna –las tardes de domingo– el viernes casi todos lo hicieron con una prosa más limpia y con más organización. Ese día aparecieron los mejores textos de taller Periodismo narrativo: reporteo, mirada y estilo, dictado por la maestra Leila Guerriero”.
Son las seis de la tarde del viernes 26 de mayo y todo ha acabado. Leila Guerriero nos dice que nosotros sabremos si estamos dispuestos –o no– a la entrega y la disciplina que requiere la escritura. Afuera hay, otra vez, una brisa fina que se desvanece en los vidrios.
—Leila, ¿puedo entrevistarte? —le pregunto.
—Claro. Un gusto.
Una respuesta en “Cinco días con Leila Guerriero: un recuento sobre la mirada, el reporteo y el estilo”
[…] Leila Guerriero afirma que hay dos tipos de viajes: los de los viajeros y los inútiles. Los segundos son los que se hacen para tener algo que contar porque ahí, donde miles han mirado, puede haber una cosa nueva: mirar como si fuera terra incognita. “El cronista enfrentado al espacio —desmesurado–, y al tiempo —finito— de su viaje, viviendo en una patria en la que, a cada paso, debe tomar la única decisión que importa: qué mirar”. […]