Sostengo (…) que ese lenguaje (el teatral) deberá dirigirse a todos los sentidos;
Antonin Artaud; El Teatro y su Doble
que existe una poesía de los sentidos.
Etiquetar a Juan José Gurrola como un artista polifacético sería caer en un irremediable cliché, aunque dejar de mencionar la cantidad de disciplinas que abarcó (sólo para «lavar el interior»; una práctica «saludable» y necesaria para reinventarse o alimentar el pánico de no poder incursionar en todos los medios estéticos posibles) y la pasión que en ellas imprimía, sería un pecado artístico mortal.
Mexicano —específicamente chilango, Juan José Gurrola deslumbró al planeta tierra por primera vez en 1935 con su nacimiento, mientras Lázaro Cárdenas y el Palacio de Bellas Artes cumplían un ciclo de traslación terrestre de «inaugurados». Por aquellas eisensteinianas[1] épocas, los mexicanos acudían a más de 830 salas de cine disponibles en el país que proyectaban, en su mayoría, producciones gringas; se complicaban la existencia con la introducción de los billetes del Banco de México y formaban sindicatos, como el de petroleros, que forjaban alianzas estratégicas en «beneficio» de la vida laboral.
Pero más allá de cualquier contexto que pueda brindar para aderezar este ambicioso escrito —que pretende honrar a Gurrola—, quisiera recomendar, sin medida, la exposición Todo está perdido, un esfuerzo magnífico de recuperación artística por parte del Museo de Arte Carrillo Gil (MACG), en conjunto con la Fundación Juan José Gurrola, que se ha encargado de organizar y catalogar las producciones realizadas por el ingenio inacabable del maestro Gurrola.
Con televisores insólitos, un monoblock gélido, destellos de performance y explicaciones cautivadoras; la curaduría y la museografía vuelan con fluidez ante los ojos de los espectadores, quienes, asombrados y un poco preocupados, con el semblante lleno de remordimientos por el nulo conocimiento hacia la obra del vanguardista mexicano predilecto, observan las expresiones de ruptura del «loco maravilloso» —en palabras del primer actor Rogelio Guerra (DEP)— que era Gurrola.
Presentado como genio de lo relativo, virtuoso incomprendido y osado eternamente castigado, Gurrola es recordado con sagacidad en esta recopilación de hechos y variedades que muestran la inestabilidad y el desorden del seguidor más fiel de Hamlet (tanto que creó su propia traducción, pues consideraba que las ya existentes eran «sublimes pero no conmovedoras»). Desde la creación por gusto y hasta la conversión al antihéroe cambiante, Gurrola introdujo el pensamiento vanguardista al país como un movimiento posible, como una ventana real capaz de transformar el panorama cultural de un país que vive, actualmente, de la fugacidad artística y los productos comerciales huecos (como prueba de ello, sólo hay que observar la afluencia de personas en los museos que no albergan el último grito del consumismo).
Justamente hablando del gusto popular, cito al propio Gurrola cuando dijo: «A mí ¡la sociedad me importa una chingada!», referenciando los comentarios y opiniones en torno a sus obras, mismas que se nutrían de figuras gigantes como Diego Rivera y Marcel Duchamp. Con un interés excepcional por el mito de Pasifae —derivado del desafío al canon social que representa esta mujer—, las figuras femeninas y la carne humana en general, la pasión por el dibujo se ve impregnada con su simpleza, su desenvoltura y su naturalidad, elementos que resultaron en interesantes proyectos. Como aquel en el que se presentaron sus protectores de pantalla, que no eran otra cosa que bocetos y bosquejos, o la obra teatral más corta del mundo, con una duración total de quince segundos.
Con sarcasmo y un poco de inocencia erudita, Gurrola trabajaba artesanalmente contra los estereotipos, con la finalidad de llegar a los otros espectadores, aquellos que no acuden a las galerías o al teatro y que salen de ese carácter refinado insoportable. Viajero de las zonas de lo kitsch y las Polaroid, con una experiencia académica intensa en el extranjero, Gurrola priorizaba el significado y el impacto de sus epifenómenos (ideas que ocurren sin llamarlas y que suelen pasar desapercibidas), que llevan hacia las interpretaciones; las únicas sustancias verídicas en este planeta.
Crítico de la familia institucional, los ojos estupefactos ante la existencia humana y los talleres mecánicos (uno de sus lugares predilectos), Gurrola tuvo el privilegio de organizar el universo, su universo, a su imagen y semejanza. Entre la admiración por Siqueiros y el aborrecimiento de la «joyería española del lenguaje», optó por escribir sobre lo que sucede sin previo aviso, sobre las interpretaciones y la realidad, sobre la exactitud (impresa en la arquitectura teatral que decantó en modelos como el del Teatro Unitario) y, claro, sobre el nacionalismo.
Como un artista «en capas», comenzó a pintar en 1979, un par de décadas después de haber cursado la licenciatura en arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Nunca se apartó del teatro, su oxígeno, y de la irrisoria óptica de la vida que se nutría de referencias a Artaud (que entendía al teatro como lo que la vida tiene de representable), Bataille y Klossowski, quienes interpretaban a la mujer como a Dios.
Al final, un busto del maestro Gurrola, adornado con algunas zanahorias alrededor, me dejaron claro que no lo hemos valorado lo suficiente. Galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en su sección de Bellas Artes en el 2004, Gurrola debe permanecer en la memoria del mexicano aplanador de calles sin posibilidad de erradicación. A través de este tipo de recopilaciones, tenemos la oportunidad gloriosa de internarnos, al menos por un par de horas, en la psique creativa de un coloso de la improvisación, quien merece no sólo reconocimiento, sino también reproducción y revitalización. Es inevitable que las redes de la inmediatez hagan caer a las nuevas generaciones en la ignorancia de los pilares artísticos, pero contamos con iniciativas artísticas como la del MACG, que reúne, en un piso, no el esfuerzo por demostrar, sino el esfuerzo consciente y latente de expresar, lidiar y plantear una visión evidentemente única del planeta y las cosas que pasan en sus alrededores, emitida por la locomotora Gurrola (Rosa María Vivanco decía que casi parecía que salía humo de la cabeza del maestro cuando generaba un nuevo concepto), que dejó la existencia terrenal en 2007.
Mágico, místico y surreal, quiero plantear a Gurrola como un ser hambriento de experiencias estéticas nuevas que vivió siempre en el escenario y que permanecerá escondido, detrás de los telones, visible para los auditorios redondos que le esperan con impaciencia y quieren emitir una ovación de pie como en antaño.
- Eisensteinianas: con relación al director de cine soviético Sergei Eisenstein (1898-1948).