La nostalgia de los tiernos tetricones

Se eleva la leve nota
donde doblan
los tiernos tetricones.

Flota la fabulosa flauta
donde pelean las pieles.

Vibran las fibras sobre febriles abriles,
gotean los gatos entre entrañas extrañas,
burbujean las brujas con agujas viejas,
cantan los cántaros sus cánones caídos.

Allá por la vereda verde,
el duende nos muerde.

Allá por el cielo solo, la soledad asusta.

Allá por el fino camino, el destino nos espera.

Quién fuera la fruta bruta que brota en verano,
la manzana sana que madura en la dura mañana,
el eterno entierro de los tiernos tetricones.

La cáscara que desenmascara los perdidos vértigos.

Ellos viajan sus viejos espejos,
para comprender el arder que dejaron los ayeres.

Ellos prenden sus prendas prohibidas,
para parar los solitarios encierros.

Bruma la pluma que enciende los negros eneros,
electrizando paredes con redes de métricas caricias,
si sientes la brisa de un sol oxidado
es porque han muerto de un sordo sorbo las muchísimas edades.

Si en tecleos automáticos se funden los sistemas,
si en insertos insectos se pulverizan las cenizas,
somos el llanto santo de una araña montaña,
somos el poquito grito de una cueva nueva,
somos el vidrio delirio de un ileso beso.

Se escapa la furia que cura el dolor y la nostalgia,
la nostalgia de los tiernos tetricones.

Tetricones con féferes andares,
tetricones
con gúlules enacantamientos,
tetricones
con bógogues sombreros,
tetricones
con mímidas ojeras,
tetricones
con dódodas manías.

Quién vendría a verlos, si solo les quedara un tercio
para su nuevo amarillar.

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