Entre el ruido de los carros y la borrachera de Gilberto, su vecino, transcurre la madrugada sin ella. No regresaría como el canto del ruiseñor a su ventana. Las caricias de las rosas y sus palabras celestiales se esfumaban, pero el latido de su vientre unía quizás por siempre.
Despierto no dejo de mirar el cielo y recordar que sus besos estaban en la memoria del presente sin luz.