En Shiraz se habla de poesía con la misma naturalidad y vehemencia con la que se habla de fútbol en un pub inglés. Hafez, el gran poeta sufí de la antigua Persia, fue capaz de conmover e inspirar al mismísimo Johan Wolfgang von Goethe, quien, según George Eliot, fue el último verdadero hombre universal que caminó por sobre la Tierra.
En la capital cultural del sur de Irán se le guarda reverencia por haber democratizado en occidente el Diván, la obra cumbre de la poesía mística. Estando en las afueras del mausoleo consagrado a Hafez, un taxista local me habló del dramaturgo alemán con fascinación absoluta, lo que propició, de manera irremediable, que me sumergiera en el universo de Goethe.
Como Fausto representaba un reto del que no era sencillo salir indemne, decidí, como Napoleón Bonaparte en la histórica campaña militar y científica de Egipto, entregarme sin reservas a Las penas del joven Werther, una novela epistolar con una notable carga autobiográfica que trascendió por circunstancias propias y ajenas a la literatura. Las desventuras del cultísimo y romántico protagonista son provocadas por el desencanto que le supone no poder tener a su lado a la bella Carlota, comprometida con Alberto, un hombre once años mayor que ella.
El héroe goethiano hipersensible que causó conmoción en Europa occidental sería el preámbulo del byroniano y el stendhaliano. La publicación de la novela en 1774 desencadenó una oleada de suicidios inspirados en el trágico desenlace de un Werther sumido en la melancolía y la depresión, incapaz de afrontar el fantasma de la hermosa joven provinciana. Según las fuentes de la época, hasta cuarenta personas se habrían quitado la vida siguiendo la estela del protagonista, circunstancia que motivó su prohibición en países como Italia y Dinamarca, al igual que en Leipzig, la ciudad alemana en la que Goethe esculpió su Fausto inmortal y donde, además, decidió estudiar la carrera de Derecho.
Dos siglos más tarde, tras el fenómeno que provocó la muerte de Marilyn Monroe a causa de una sobredosis de Nembutal, el sociólogo estadounidense David Phillips acuñó el término efecto Werther para referir a las cadenas de suicidios por imitación.
Una respuesta en “El efecto Werther”
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