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El héroe inmortal

Antes de contestar, Zeus disfrutó el momento. Con una mirada movediza, en el silencio, a través de la magia antigua que llamaban imaginación, sus ojos escucharon una voz en el objeto que le decía: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”.

1

“Zeus debe saber qué es”. La respuesta contuvo la curiosidad que amenazaba con llevarla hasta el fin de la noche. Arrullada por el eco distante de la lluvia, Mariana se quedó dormida.

A las siete horas con veinticinco minutos el P.H. de Mariana decretó el inicio de un día que aparentaba ser igual a cualquier otro. El objeto desterrado de sus pensamientos ahora la miraba desde el otro lado de la mesa. Con la idea de que aquello terminaría en un instante, salió de la rutina: “Videollamar, a: Zeus”, ordenó desde de su P.H., al mismo tiempo que la yema reventaba llenando su boca con ese sabor amarillo. 

VIDEOLLAMANDO, A: ZEUS.

“Bienvenidos a la nueva era de la humanidad. Imagínemos un mundo donde todos estamos interconectados con todo, con todos, en todo momento. Donde la comunicación no dependa de un aparato, una señal o una batería. Donde la comunicación depende únicamente de nosotros y la potencia intelectual es llevada al máximo nivel. Bienvenidos a ese mundo. Les presento: el Procesador Humano. Un nanoprocesador insertable en el cerebro como nodo de conexión universal. El cuerpo humano es el nuevo hardware de la comunicación. ¿Quieren enviarle una foto a sus amigos? Perfecto, la toman con sus ojos, la ajustan y después piensan “enviar”. Sin pantallas ni bocinas. Sin cámaras ni micrófonos. Imágenes, audio, video, olores, texturas, sabores: todo lo que podamos percibir, ahora es comunicable directamente desde nuestros cerebros, desde el P.H., como una virtualización multisensorial de la realidad, hacia otros cerebros, otros P.H. Hablar será casi innecesario, solamente necesitaremos pensar los comandos, las palabras y escuchar los pensamientos de alguien más. Adiós mensajes no recibidos o aparatos olvidados. Toda la comunicación será directa, total y continua. Actualmente cada objeto, desde una tostadora hasta un trasportador espacial, cuenta con una conexión inalámbrica para interactuar con los artefactos de comunicación personales. A partir de hoy sólo habrá que conectarnos directamente y pensar los comandos: encender, apagar, abrir, borrar. Piensen en su salud, los procedimientos invasivos y diagnósticos erróneos son parte del pasado. Con los bioindicadores, cuando algo este mal, un incremento de colesterol o la presencia de un virus, el P.H.  lo detecta y diagnostica. Piensen en la seguridad: robos, fraudes, asesinatos. Ya nadie podrá mentir bajo juramento; el P.H. lo guardará todo en su memoria y será rastreable. No más inocentes condenados ni culpables libres. Incluso los ciegos podrán ver y los sordos podrán oír. El P.H. se instala con una microcirugía de bajo riesgo. Lo único que se necesita es una capacidad básica de sinapsis. Así, prácticamente desde los primeros meses de vida, todos podemos acceder a esta tecnología. El software se adquiere y actualiza automáticamente desde la globalnet. La energía que utiliza es la de su cuerpo. La memoria requerida es su mente. Utiliza varios niveles de conciencia e inconciencia, pero, como difícilmente ocupamos el diez o quince por ciento de nuestra capacidad mental, hay mucho espacio por utilizar. Bienvenidos a la nueva era de la comunicación. La máxima revolución tecnológica en la historia. La era donde la tecnología y la humanidad: son uno mismo”.

Discurso pronunciado por J. Grebnetug, CEO de FUST Technology, en el lanzamiento del Procesador Humano

VIDEOLLAMANDO, A: ZEUS.

VIDEOLLAMAN… –repetía la voz femenina, anónima y casi sensual del interfaz de videollamada. Como la mayoría de los usuarios se habría desconectado y dejando un videomensaje; pero esa mañana, atrapada en la espiral donde la curiosidad fortalece a la paciencia y la paciencia incrementa la curiosidad, esperó…, VIDEOLLAMADA CONECTADA: ZEUS EN LÍNEA.

ZEUS: “Hola.  –Con un bostezo despertó lo suficiente para sonreír condescendientemente Buenos días, ¿qué pasó?”

MARIANA: “Buenos días. Oye tú que eres medio geek para las cosas retro, de pura casualidad no sabrás –en el interfaz privado de visión, seleccionó veinticinco fotografías del objeto para subirlas a la conversación en sincronía con la pregunta–: ¿Qué es esto?”.

La sorpresa lo trasladó de la somnolencia al asombro. Mariana simplemente creyó que la había ignorado. 

MARIANA: “Hoooola. Zeeeuuuuus ¿Sigues ahí?”

ZEUS: “¿Dónde viste eso? ¿Dónde está? ¿Quién lo tiene?”. La acumulación vertiginosa de pensamientos hicieron que las palabras salieran en el tono frenético de quien mira las pruebas de su cordura o inocencia.

MARIANA: “En el archivo de la universidad. Está aquí en mi depa. ¿Qué es?”

ZEUS: ¿Cómo es?”

MARIANA: “¿Cómo que cómo es? ¿Qué no lo estás viendo?”

ZEUS: “Sí, pero dime cómo es”

MARIANA: “Es… –En ese momento se dio cuenta de lo inusual de la petición. Las descripciones habían quedado en el pasado. Ahora las cosas se observan y se fotografían; no se describen– es… es como un bloque; un rectángulo. Es un rectángulo que tiene adentro otros rectángulos, pero más delgados. Todos los rectángulos son independientes pero están unidos en la misma parte. Es como un bloque de puertitas que se abren y se cierran, unidas en otro rectángulo.”

ZEUS: “¿Qué hace? ¿Cómo te conectas?”

MARIANA: “No sé. No puedo. No tiene nodos de conexión ni responde a estímulos visuales o sonoros. Nada más está ahí. Bueno ¿sabes qué es?”

ZEUS: “Voy para allá”

MARIANA: “Zeus espérate. ¿Qué es? Zeus, ¡Zeus!”  

VIDEOLLAMANDA TERMINADA.

Por la urgencia con la que se precipitó a su departamento, Mariana le ordenó al reconocedor facial de la puerta que lo dejara pasar. Zeus entró ansioso. “¿Dónde está? Perdón, hola ¿Dónde está?”.

Mariana sonrió, señaló el borde de la mesa y dijo: “Hola”, sin ser escuchada. Zeus inspeccionó el objeto. Lo sostuvo con una mano para emitir su diagnóstico: “Pesa”, y volvió a la examinación. Mariana esperaba más que eso. “¿Sabes o no sabes qué es?”, dijo con un el tono que reduce las respuestas a un sí o un no. Zeus lo dejó suavemente en el mismo lugar para decir: “La clave”. 

No fue necesario que Mariana preguntara algo, su rostro exigía una explicación. Zeus continuó: “Te acuerdas de mi sueño como ingeniero en neuroprogramación: una forma de programación universal que va de abstracto a abstracto. Donde todo se puede crear y representar con esa forma de programación. Todo: imágenes, videos, lugares, personas, olores, sabores, el pasado, el presente, el futuro, cosas que existen, que existieron, van a existir  y que nunca existirán; pero, en sí, realmente, no ves nada ni escuchas nada, ni pasa nada. Esa forma existe y esta cosa es la clave para descifrarla”

Después de unos segundos en silencio, Mariana dijo: “¿Cómo? Ningún neuroprocesador podría utilizar una sola forma de programación”. 

La respuesta, además de increíble e inverosímil, fue impredecible: “Esta forma de programación no está diseñada para neuroprocesadores. Está diseñada para la parte humana de la mente”

“Estás loco estalló al sentirse engañada– si quieres que crea que la forma más avanzada de programación está diseñada para la parte humana de la mente. ¿No te acuerdas de lo limitada que es? Precisamente para eso se creó el P.H., para potenciarla con el elemento neurolectrónico. Y lo peor de todo, la memoria, además de limitada es falible ¿O eso ya se te olvidó?”

La broma logró sacarle una sonrisa. La miró a los ojos y le dijo: “Créeme”. 

Nunca llegó a saber si había sido la mirada o las palabras, lo que acabó por convencerla de seguir con esa locura. “Ok, ¿Cómo funciona?”. 

“No sé. –Ante un nuevo estallido, se corrigió–: No me acuerdo. Mejor dicho, no me puedo acordar así. Ese recuerdo, ese conocimiento, está en mi memoria humana. Para recuperarlo necesito apagar mi P.H.”.

“¿Y cómo piensas hacer eso?”.

“Necesito tu generador de emergencia, un cuchillo y medio litro de agua”

Mariana volvió con los utensilios. “Gracias”, dijo Zeus estudiando el generador. Era un bloque rectangular de dimensiones similares al objeto misterioso: dieciocho centímetros de largo por trece de ancho y seis de alto. Removió la tapa descubriendo el tablero: un modelo estándar: la palanca de carga en el centro del bloque, un foco pequeño encima de la palanca, dos botones debajo, tres orificios de salida abajo de los botones y un cable de conexión universal. Con el cuchillo hizo un corte a cinco centímetros de un extremo del cable. Retiró la clavija y el caucho para dejar expuestos los hilos trenzados de cobre. Otro corte, breve y angulado, convirtió la trenza en una aguja. Conectó el otro extremo. Bombeó la palanca hasta que el foco cambió de rojo a verde y el generador emitió un zumbido sostenido. Sacó un frasco pequeño con polvo blanco que disolvió en el agua usando la punta expuesta de cobre. 

“¿Qué es eso?”, dijo Mariana. 

Con un trago largo bebió la mitad de la solución y vació el resto sobre su mano izquierda. “Sal y sulfato ferroso”, respondió. Por un instante, consideró advertirle a Mariana sobre lo que pasaría, hacerla saber que todo iba a estar bien. Para evitar que lo detuviera, continuó sin decirle nada. 

Los ojos de Mariana se abrían incrédulos de lo que veían: despacio, en un sólo movimiento, Zeus introdujo la aguja de cobre entre dos nudillos de su mano izquierda. La sangre brotó junto con un gesto esperado, el dolor inevitable del sacrificio. Frente al juego macabro, Mariana regresó su mirada al objeto y pensó: ¿Qué eres?

Zeus revisó la incisión. Con una sonrisa coqueta y un guiño dijo: “¿Te acuerdas por qué me dicen Zeus?”. Con calma, encendió el generador.

II

“No vayas a gritar”, escuchó a la oscuridad. Antes de que pudiera reaccionar, una mano le cubrió la boca. A escasos centímetros apareció la mirada penetrante y azul de la voz perdida en las tinieblas. La otra mano se llevó el índice a los labios. Nicolás asintió con la cabeza. El hombre lo liberó con cautela, dispuesto a amordazarlo de nuevo si intentaba gritar. La luna y su luz los había transformado en estatuas de plata intentando descifrarse. El desconocido rompió el silencio: “¿Por qué estás aquí?”

“¿Aquí?”, dijo Nicolás.

“Aquí. En el Pabellón D16Q05M. El pabellón de los Neuroelectrónicamente Incompatibles. El patio satirizó la bienvenida con una reverenciade los locos. Entonces, ¿por qué estás aquí?”. 

La pregunta descendió por el laberinto de la memoria hasta revelar un recuerdo guardado como un sueño: en clase de electromagnetismo aplicado, un generador se sobrecargó y explotó con una descarga eléctrica. El ruido, el destello y el grito del profesor que ordenaba ir al suelo. Los que estuvieron ahí dicen que todo acabó en el momento que había empezado. En la versión oficial, la descarga golpeó a Nicolás accidentalmente; en la suya, no. Él no se fue al suelo. Él vio un látigo de luz emergiendo desde la máquina desgarrando el aire y el tiempo con un rugido ensordecedor que transformó todo en silencio: una ventana a la eternidad. Maravillado y absorto en el espectáculo de furia mágica que estallaba buscando libertad, Nicolás alzó la mano para tocarla, para sentirla. Por azar o por destino, el relámpago descendió con el salvajismo erótico y violento de la pasión, en un movimiento ágil y elegante, uniéndose para siempre con él. Mentiría por el resto de su vida al ratificar la casualidad como la causa del siniestro, aceptando la facilidad de la cordura colectiva; pero esa noche, dijo la verdad: “Atrapé un rayo”.

La carcajada se sostuvo en el aire como un aullido. Esperaron. Una vez que el silencio regresó para confirmar su clandestinidad, a murmullos, continuaron con la conversación.

“¿Por eso estás aquí? ¿Por atrapar un rayo?” El hombre hablaba divertido, sin comprender la relación entre las dos cosas.

“El rayo fundió mi P.H.

La emoción intensificó el añil en los ojos del anfitrión. “Entonces, la cosa esa que tienes en la cabeza, ¿ya no sirve?”

“Se fundió. Siguen valorando si me ponen uno nuevo o reparan el que tengo. Pero de cualquier forma el neuroingeniero dice que se van a tardar al menos cinco meses”.

“Es poco tiempo pensaba en voz alta, pero es posible. Sí”.

“¿Qué es posible?” 

A pesar de la falta de luz, Nicolás pudo ver como su interrupción detonó un conflicto. El hombre murmuraba una verborrea de incoherencias acorde a los movimientos espasmódicos con los que parecía mantener una conversación consigo mismo. Cuando alcanzaba su máxima intensidad, se detuvo. La respuesta lo había paralizado. Nicolás se movió para encontrarse con el resplandor maniaco e hipnótico de una mirada que simplemente le dijo: “Todo”.

“Pero tienes que aprender”, continuó el desconocido.

“No estoy entendiendo”.

“Eso viene después. A todo esto, ¿cómo te llamas?”.

Luego de una pausa Nicolás confesó: “Me dijeron, pero no me acuerdo. El neuroingeniero dijo que la seguridad del P.H. está diseñada para fallas cibernéticas, robo de identidad, pérdida de archivos, viruz y cosas así; no para destrucción total del hardware. Nadie pensó que algo así pudiera pasar”.

“No puedes estar sin nombre. Tu nombre es tuyo, eres tú, no del un pedazo de metal que tienes en la cabeza -dijo el hombre pensando que aquello era una crueldad más de la dictadura tecnológica-. El nombre es nuestra palabra; la idea de nuestro ser; la voz del alma. Estamos hechos de los sueños y los recuerdos que viven en él. Somos imaginación y memoria”. -El alma de Nicolás había sobrevivido a la destrucción de su nombre y ahora penaba para ser redimida del olvido. El desconocido pensó y, en un nuevo momento de revelación, encontró el verdadero nombre de su compañero. 

III

Zeus golpeó el suelo con el ruido sordo de las cosas al caer. Mariana había permanecido en un estado casi catatónico. Se acercó sin saber que esperar. Al ver que Zeus comenzaba a reaccionar, se tranquilizó. Apretaba y estiraba los párpados sin abrirlos como si estuviera despertando de un sueño largo y profundo donde no descansó. Sentado en el piso comenzó a mover la boca. Mariana creía que había sufrido un derrame o alguna lesión cerebral; pero la ausencia de sonido, en completa discordancia con la fluidez de sus movimientos, la hizo comprender que Zeus estaba hablando. 

Activar: Aparato sonoro-auditivo externo. Nivel de volumen: medio”, pensó para decir: Zeus, ¿estás bien? 

Creo que sí. La reconoció sin saber quién era–. ¿Qué pasó?

Distraído, intentó apoyarse sobre su mano izquierda. El peso de su cuerpo se convirtió en una ola de dolor que rebotó por todo su brazo antes de volverlo a tumbar. La mano punzaba como si intentara romperse desde adentro. Con un bufido ahogado por el vacío que helaba sus entrañas, jaló el cable despacio y sintió el crujido del cobre al salir de su cuerpo. Empapado en sudor febril, sonreía satisfecho y jadeante.

–Tranquilo, tranquilo dijo Mariana sentándolo en una silla, luego de colocarle una ergovenda. Una vez colocada, autoajustándose anatómicamente, la ergovenda desinfectaba y aplicaba analgésicos de acción inmediata. El herido dejó que los efectos curativos se asentaran en él.

–Gracias. Ahora sí, ¿qué pasó?

–Te electrocutaste para poder usar esa cosa. 

Volteó al extremo de la mesa que le señalaban. No lo podía creer: ahí estaba. Estiró su brazo para tomarlo sin levantarse de su asiento. 

Por la familiaridad con la que lo manipulaba, Mariana entendió que había recordado qué era y cómo se usaba. –¿Qué es? ¿Qué es? –hablaba con complicidad infantil. 

Antes de contestar, Zeus disfrutó el momento. Con una mirada movediza, en el silencio, a través de la magia antigua que llamaban imaginación, sus ojos escucharon una voz en el objeto que le decía: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme….

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