Nos situamos ante Roberto Bolaño, un artista cuyo espacio va de menos a más, que no conocía las etiquetas. Negaba ser un escritor chileno. Para algunos era un novelista mexicano, pues las tramas de sus obras más notables transcurren en un México callejero, iluminado por las falsas ilusiones, como una golondrina que busca su verano en una esquina que acaba siendo olvidada.
¿Ha sido un escritor poco valorado? En cierta medida, sí; sin embargo es la clase de autor que emerge cuando se conversa sobre Kafka o Borges.
Su destino tuvo la misma suerte que su vida: la muerte prematura. A los cincuenta años dijo adiós, dejando huérfana una novela inacabada: 2666. En ella, a su vez, se enmarcan cinco libros en uno. Cinco historias que podrían estar enlazadas por una ciudad en común: Santa Teresa. De su publicación se encargó su amigo, el crítico literario Ignacio Echevarría, y el editor y fundador de Anagrama, Jorge Herralde. Ambos decidieron publicarlo todo en uno tras descubrir un manuscrito del autor donde decía que le daba igual.
La historia abarca todos los territorios de la literatura. Lo mismo estamos ante una novela policiaca que ante un ambiente absolutamente existencialista. Todos los géneros pasan por su mano. También juega con la poesía y el ensayo. Se declara anti Octavio Paz y un fiel defensor de Nicanor Parra y Rubén Darío. En su día reventó un acto de lectura de Octavio Paz junto con los militantes del infrarrealismo, movimiento formado por él mismo y veinte poetas más, surgido en México.
Existe un factor común que se enlaza en todas sus obras: personajes que aspiran a ser escritores. Bolaño, a los dieciséis años, comunicó a sus padres que abandonaría los estudios para buscar convertirse en uno. Un acto arriesgado que le llevaría a embarcarse en un cúmulo de circunstancias para poder subsistir.
En homenaje a su grandeza y valentía como escritor, recupero su poema Mi carrera literaria:
Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda
seguridad
también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnick,
Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos
los lectores…
Todos los gerentes de ventas…
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mí mismo:
como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.