Cuarentena en el no lugar

Condeno correctores y editores que tienen la tarea autoimpuesta de “adaptar” variedades en vez de enriquecer la lengua castellana en ambos lados del Atlántico

Cuando esto pase…quizá encuentre más trabajo.

Cuando esto pase…me voy a Madrid.

Cuando esto pase…me iré de aquí.

Nací en Montevideo un frío 6 de junio de 1991. En el año de 2004, después de pasar por otros lares, mis padres y yo decidimos venir a España para quedarnos. Años después, siendo ya mayor de edad y por completa voluntad propia, vino también mi hermano. 

Por circunstancias ajenas a mí, he tenido que pasar la cuarentena pandémica con mis padres, con quienes no vivo desde hace más de 10 años. He redescubierto cosas que creía enterradas, como los residuos de algo que ya no interesa más que para escribir, describir y, con mucha suerte, redefinir. 

Mis padres hoy me dicen (de forma cada vez más frecuente) que me vaya de este país, que no merece la pena. Que está inhabitable. No merece la pena, mira qué corruptos. No merece la pena, segundo país con tasa de pobreza infantil más alta seguido de Rumanía. No merece la pena, te fallamos. Tendríamos que haber ido a EEUU en cuanto pudimos, ¿por qué no nos quedamos en Portugal?

Pobrecitos, ¿no? No saben que pocas cosas merecen la pena cuando hablamos de emigrar. No saben que el mundo está inhabitable, esclavista. Uruguay mismo está peor que nunca. Ya fui, ya vi, no me gustó lo que vi. No lo sentí parte de mi identidad actual, salvo tal vez en algunos rasgos más vehementes de mi personalidad. En ese equilibrismo entre vehemencia y prudencia, en esa nostalgia tan…tan uruguaya. Por lo demás, no les hablo a mis padres sobre la inexorable desolación e inhabitabilidad del mundo en estos momentos porque, aunque sea una obviedad, ya están mayores y, ¿para qué preocuparlos?

Mis padres no saben que me crié más española que uruguaya. O peor, lo saben, pero resuelven ignorarlo. Simulan que mi acento español sigue siendo un disfraz de integración. Aunque al principio lo fue, y ese principio fue largo, xenófobo y costoso, ignoran que ya forma parte de mi registro, igual que un bilingüe nativo que cambia de idioma según el receptor. No podría hablar con un profesor o peor, con un editor, como hablo con ellos. A su vez, también hacen como que no se dan cuenta del paso inexorable de la intromisión del castellano peninsular en mi habla incluso cuando vivo con ellos, como ahora. En los casos más graves y evidentes, me dicen “eso acá no lo decimos“, “nos vas a hacer hablar mal” … con la cobardía del que sabe que tiene las de perder.

Mis padres piensan que me crié en un no lugar, alias, su casa. Que mi cabeza preadolescente no absorbió como una esponja Siete vidas, Aída, la promesa de vivir en Madrid, las visitas al rastro cuando vivía con ellos e iba a visitar a mi hermano. Ignoran que estudié a Castelao, Rosalía de Castro, Xosé Neira Vilas, Miguel Hernández, Delibes, la generación del 27. Ignoran que saqué mejor nota en exámenes de catalán que muchos nativos de la lengua en más de una ocasión. Lo mismo que me sucediera antes con el gallego. Cuando lo han sabido, lo han achacado completamente a mi facilidad para los idiomas, nunca (¡jamás!) a una progresiva transformación o a una suerte de incipiente identidad nacional. Nada de eso se puso sobre la mesa. Yo soy uruguaya y, por circunstancias burocráticas, italiana. A mis padres les da lo mismo, porque está arraigado el concepto de que soy la extensión de ellos, como por desgracia les sucede a casi todos los padres.

Con mis padres me sucede como lo visto en la película francesa La familia Bélier. En esta, ella es la única intérprete indispensable en su familia, ya que sus padres y su hermano, a diferencia de ella, son personas sordas. Obviamente, distancias aparte, en la película la adolescente funciona como único canal de comunicación entre colegio-sociedad y familia. Es una tarea ardua la de ella (se encarga de hablar por teléfono, tratar con el banco, médicos, etc.,) además de colaborar en la granja en la que viven. Como inmigrante sin diversidad funcional no oso comparar la vida de Paula con la mía. Sin embargo, viendo el filme, siento que sí he jugado el papel de intérprete de códigos, maneras de pensar o comportamientos culturales inaccesibles o poco claros para mi familia, incluido para mi hermano mayor. He hecho un trabajo de uniformidad entre hablantes, para que todo se entendiera, para que no hiciésemos sonar notas demasiado discordantes en el pueblo…Francamente, aún hoy, no sé si mereció o no la pena.

Mis padres no se dan cuenta de que ese no lugar llamado casa no existe, o al menos no como la casa impermeable que ellos desearían. En términos del francés Marc Augé, los no lugares “carecen de la configuración de los espacios y son exclusivamente definidos por el pasar de individuos (…) sin identidad, DNI ni ticket de paso.” Como inmigrante en clara situación de privilegio en tanto que blanca y ciudadana europea, si bien sí existen esos documentos de identidad (NIE: Número de Identidad de Extranjero y la italiana Carta d’Identità) y son indispensables para mi vida diaria, estos carecen del significado simbólico de nación que sí tienen los de nativos españoles.  Por otra parte, mis padres también han cambiado con los años. Si bien jamás lo confesarán, el país que “no merezco” también es su país en tanto que forman parte del engranaje social y económico de este, tengan la nacionalidad española (como es el caso de mi madre) o la italiana (mi padre).

En este no lugar, en esta suerte de límite contestado, me hallo haciendo la cuarentena mientras discuto con algunos editores españoles que no aceptan variaciones dialécticas que van más allá de la europea, corrijo a correctores que no conocen los dialectos de los textos con los que trabajan. Condeno correctores y editores que tienen la tarea autoimpuesta de “adaptar” variedades en vez de enriquecer la lengua castellana en ambos lados del Atlántico. Como si los lectores (de ambos lados del océano) fuéramos tontos. Como si no existieran los diccionarios. Como si todavía estuvieran presentes ramalazos de un colonialismo que, para sorpresa de nadie, los europeos nunca perciben.

I am a word in a foreign language es una de las últimas sentencias del libro Leaves from the Mental Portfolio of an Eurasian de Sui Sin Far, también conocida por su nombre canadiense Edith Maude Eaton. La protagonista intenta funcionar como un nexo entre la comunidad china, que la ignora por “demasiado estadounidense” y la propia norteamericana, que la rechaza y degrada siempre que puede por sus orígenes chinos. Sui Sin Far nació en Inglaterra, es hija de un padre inglés y una madre china. Inicia sus estudios en Canadá, pero vuelve a emigrar a los Estados Unidos para una vida mejor como escritora. Independientemente de su herencia genética, así como de su largo camino para encontrar su identidad y su grupo de referencia, Sui Sin Far habita en ese no lugar en el que habitamos los que no queremos elegir identidades de forma exclusiva. Vemos esta obligación de elección absurda, retrógrada y ortopédica. Ser una palabra en un idioma extranjero te hace ser, al fin y al cabo, transparente a la hora de adaptar y adoptar modos de ver. Recomiendo encarecidamente la lectura de este libro a inmigrantes y a literatos de textos poscoloniales. 

Si bien la multiculturalidad es un rasgo cada vez más presente, y las dobles y triples nacionalidades abundan, el trato diario y lo simbólico de estas en la percepción occidental juegan un papel importante en la disputa de la exclusión versus inclusión, la pertenencia versus lo extraño, el racismo frente a la aceptación y no violación de normas y etnias. Muchos autores, entre los que destaca Edward Said con su ensayo Orientalismo, ponen a prueba conceptos como integración, inclusión, segregación y exclusión, así como las ideas falsas y romantizadas de Asia y Medio Oriente. Asimismo, no dejamos de hablar de residuos coloniales: los que empujan a simpapeles a ser expulsados de sus casas o encerrados en CIEs (Centros de Internamiento de Extranjeros) parten de una misma base que aquellos que sexualizan determinados acentos latinoamericanos a la vez que los corrigen en todo lo referente al texto en disputa, ojos europeos mediante. Si lo europeo y lo estadounidense son el eje y la norma, lo contrario solo se incorpora en esta como ideal, como caricatura, como “añadido”. No importa cuántos booms latinoamericanos en la literatura existan. Si bien existe en España una incipiente vertiente editorial que publica autores no nativos (especialmente escritoras: Mónica Ojeda, Florencia del Campo, Fernanda Trías…) los inmigrantes siempre somos la otredad y lo seguiremos siendo mientras muchos de nuestros editores y académicos nos sigan corrigiendo, discriminando, desechando. 

Cuando esto pase (de nuevo, esas tres palabras clave) tengo pendiente renunciar a la nacionalidad italiana en favor de la obtención de la española, para mi desgracia, examen de españolidad mediante. Después de más de 16 años en España tal vez si acierte la pregunta “¿Qué fue el 1,2,3?” la gente deje de hacerme otras preguntas y correcciones no solicitadas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *