Ver el nombre de Antonio Ortuño en la tapa de un libro ya es sinécdoque de calidad literaria. Sin embargo, no esperaba también sentirlo como una especie de clickbait. La contratapa de Esbirros (Páginas de Espuma, 2021) promete “su libro más salvaje”, por lo que el lector podría esperar relatos si no bien totalmente inéditos, por lo menos de reciente aparición. Los tres primeros ya los había leído en Agua corriente (Tusquets, 2016) y ya que el libro es de apenas poco más de 100 páginas, es imposible sentir cierta sed y amargura por leer más narraciones inéditas del autor en este libro. Más en los días en que la billetera en el bolsillo no pesa.
Aun así, como conjunto, en su delgadez Esbirros es robusto. En los 11 cuentos se despliega el oficio de quien domina la técnica con un tono de ironía y humor, hábil para la observación en detalle de la condición humana, aunque sea para hacer una sátira de ella. Las voces narrativas cambian, la polifonía aparece en algunas narraciones y Ortuño varía las estructuras de sus relatos, desde el cuento redondo hasta el que parece un collage de voces que convergen en un tema que hoy en México a todos nos convoca: la violencia omnipresente.
Superado el malestar del clickbait para quien sea seguidor de la cuentística de Ortuño, algo valioso de Esbirros es que ofrece un conjunto de relatos del autor con un tema en común: las relaciones de poder que con facilidad estallan en violencia. La relectura de algunas narraciones junto con la primera lectura de otras, asoma una concepción del poder que no se puede acumular porque no se posee, que tampoco obedece a la verticalidad de la jerarquía. sino que se ejerce desde múltiples campos y muestra la doble cara que a veces por comodidad se ignora: toda víctima también puede ser victimario. Y ese poder que se ejerce está sobre todo sujeto al propio de quienes no ostentan las cúpulas ni la voluntad absoluta de sus súbditos o semejantes. Aquellos esbirros que ya sea por oportunidad o precariedad laboral, no venden sus valores por dinero, sino que, mejor dicho, tienen al dinero como un valor principal, como motor de su actuar.
El narrador, como una cámara, registra acciones, perspectivas y acercamientos para construir el relato, retrata diferentes moralidades sin necesidad de aportar una moraleja. Un escritor que confía en el lector para entender que lo panfletario sobra en una realidad gore desbordada. La imaginación y la materialidad terminan hilándose, y entre lo que se dice y se calla, quedan las costuras de una realidad que parece de ficción ante su normalización. Son las ficciones sin moraleja las que mejor nos ayudan a asumir una ética sostenida en la reflexión. El deseo a despachar para quien escribe es el placer de contar.
Esbirros se compone de tres secciones: “Ayer”, “Hoy” y “Mañana”, metáfora evidente de pasado, presente y futuro; aunque las latitudes cambien. Lo cual es otro modo de decir que, en el núcleo, la condición humana no varía pese a los matices culturales: toda moralidad despliega una lógica de poder. Un aspecto con el que antes se asociaba el poder era la nobleza, quienes tenían el título para mandar. En este sentido, en “Ayer”, están “Historia del cadí, el sirviente y su perro” y “Escriba”.
El primero, que al estilo borgeano hace una intertextualidad con un clásico –Las mil y una noches–, es una narración que muestra cómo se entretejen las relaciones de poder a través del engaño, la ignorancia y la presunción; donde la posición social implica la posibilidad de ejercer poder, pero también de ser sometido. Las humillaciones que se padecen por los de arriba, se desquitan con los de abajo Y aunque, como dice el perro, “la baba (…) es arma de mayor alcance que la espada” (p. 18); la violencia siempre puede irrumpir y quebrar la lógica de las relaciones de poder para imponer el dominio de la sangre.
La voz narrativa de este cuento simula ser la de alguien de una época anterior: “He llegado a saber que hace tiempo, oh, afortunado señor, vivía en la ciudad un cadí que, a fuerza de ser útil a los propósitos del visir, había conseguido hacerse de una fortuna” (p. 17), rasgo que comparte con “Escriba”, un cuento que escribe el narrador a través del dictado de sus tres amos: padre y sus dos hijos. Las discordias que se lanzan entre ellos, podrían terminar en un final funesto para el escriba. Este cuento es paradójico, pues el saber del narrador hará que alguno de sus amos pase a la historia, no obstante, también podría resultar en su muerte si cruza la línea donde irrumpe la violencia.
En los cuentos de “Hoy” el registro narrativo cambia, es una voz que se percibe más actual, con la precisión del tono periodístico. Aquí está uno de mis cuentos favoritos de Ortuño: “El horóscopo dice”, por su redondez sorpresiva, que, aunque fácilmente puede relacionarse con los feminicidios ocurridos en la zona de maquilas en Ciudad Juárez –no se nombra un lugar puntual en la narración–, el ambiente turbio representado podría ser el de la periferia de cualquier ciudad industrial de México. El relato también enmarca la ironía de una moral que puede repudiar acciones anodinas, como tomar en el jardín de la casa; y tolerar otras que lindan con el abuso poder y la violencia. Queda a juicio del lector si el acto final, representaría la justicia necesaria.
Esta segunda sección es la que se compone de más cuentos. El “Hoy” en ficciones que no pueden deslindarse del referente actual de los tiempos que corren en el país. Imposible desligarnos de lo que nos persigue en cada esquina, más que relaciones de poder, cada vez más, violencia. Pero Ortuño es fiel a contar, no a adoctrinar. Le dice al lector, en el conjunto: esto es “Hoy”. Julián Herbert menciona como la pieza maestra del libro “Tiburón”, cuento polifónico de al menos tres historias: por una parte, la de un técnico forense que acepta el soborno de los municipales por dar primero aviso a ellos de cualquier hallazgo mortuorio –rechazar el soborno sería una pena de muerte–, pues a veces los cuerpos todavía son reconocibles; por otra las fichas de personas desaparecidas con sus particulares, hecho que me recuerda a la película Sin señas particulares de Fernanda Valadez, donde el mal es quien transita y amplía su terreno para desaparecer a cualquiera; y, finalmente, la de un padre de familia cuya afición futbolera le hace tener un lazo con un hampón, del cual se valdrá para vengarse de sus vecinos.
“Tiburón” es un coro de voces que rompe la estructura clásica de un cuento, donde aparentemente nada puede sobrar y en un sentido superficial las tres historias parecen desconectadas. Un cuento con aire de novela ante las digresiones, pero que el espacio unifica en torno a un conflicto: la violencia penetrando las vidas. Aparecen varias fichas de desaparecidos, la cámara podría estar enfocando al menos la vida de dos, o de ninguno de los referidos en una geografía en la que cualquiera puede ser víctima o victimario.
“Mañana” se compone de un cuento, “Interruptor”, una incursión de Ortuño en la ciencia ficción. La premisa es una distopía, cuya solución para reducir la violencia es determinar que su raíz es patriarcal, relacionada en específico con una hormona: la testosterona. Son las mujeres quienes, con nombre de cyborg al ser únicamente un número, “soy veintitrés”; quienes llevan el orden. Los hombres son sus “mediadores”, otra forma de decir asistentes. Se les ha puesto un dispositivo con cuyo interruptor controlan sus niveles de testosterona. Sin embargo, esa reducción de violencia a partir de un interruptor no implica erradicarla, sino un cambio en la lógica de las relaciones de poder. Toda resistencia contra el dispositivo de poder, termina operando en su misma lógica. Paradójicamente, la verdadera resistencia pareciera ser no resistir. Sería iluso pensar que se puede salir de la lógica del poder, también que la no resistencia ayudaría a evitar ser víctima o victimario. Esbirros tiene el prodigio de reunir narraciones de un maestro del género entorno a un tema que las unifica, las complejiza y en el placer de su escritura el lector encontrará su reflejo para reír, enojarse y disfrutar. Todos somos esbirros, porque todos trabajamos para alguien. Si toda relación de poder implica una moralidad, es a través de la reflexión ética que se puede abordar el problema. El escritor sólo ayuda a hacer la pregunta de una manera más compleja. No a responder.