Fútbol: misteriosa forma del tiempo y la memoria

Quedará tal vez una sombra
una mancha en la pared
vagos vestigios de ceniza en el aire
José Emilio Pacheco

Los días. Los efímeros días. Los sufrimos, los disfrutamos, los vivimos. Decía José Emilio Pacheco en su poema Inmemorial que éstos son irrepetibles y nunca nadie podrá reconstruirlos, y que esa era quizás su mayor virtud y su mayor pecado. Sin embargo, los seres humanos fuimos dotados con algunos artilugios para contrarrestar el inexorable paso del tiempo y el posible olvido de los días más importantes: la memoria y la escritura.

En mi historia personal me es imposible recordar lo que hice un 20 de octubre del 2003, o dónde estaba el 4 de agosto del 2009, pero lo que sí recuerdo, —y tengo la certeza de saberlo porque ese día estaba viendo un partido de fútbol— es el día 21 de mayo del 2008; esa fecha es importante para mí porque vi por televisión en casa de mi abuela mi primera final de Champions, disputada entre el Manchester United y el Chelsea.

Hay partidos que marcan tu vida y la vida, como marcas grabadas en cemento, en la memoria sigilosa que algún estímulo logra activar para traer un recuerdo agradable, o desagradable, dependiendo del equipo al que se apoyaba en ese momento.

Aquel día yo era un espectador neutral y era la primera vez que veía a esos equipos en acción, pues la única referencia que tenía de ellos era por los videojuegos de aquellos años. Así como hay días irrelevantes que no significan nada y otros tan importantes que te cambian, dentro de los partidos hay momentos nimios y otros que alteran para siempre el curso del juego, el curso de la historia. 

Igualados en el marcador, con goles de un novicio pero descomunal Cristiano Ronaldo y de la leyenda Frank Lampard, el campeón de la primera final inglesa de Champions se decidió en los penales. El diamante en bruto portugués, con ganas de comerse el mundo a sus 23 años, falló su penal, y en su cara se manifestó un gesto de preocupación. Hasta ese momento, en sus apenas seis años de carrera, el sabor de la tragedia no le era ajena; en el 2004 perdió la final de la Eurocopa jugada en casa ante una Grecia bendecida por los dioses olímpicos, y en el Mundial de Alemania 2006, las puertas del cielo fueron cerradas al perder las semifinales ante el posterior subcampeón y su futuro dador de tres glorias en el Real Madrid, Zinedine Zidane.

Ahora, en esta nueva oportunidad de conseguir un trofeo internacional, le tocaba fallar un penal; sin embargo, la lluvia que caía desde los cielos de Moscú y bañaba el césped del estadio Luzhnikí fue uno de los factores que hizo resbalar al capitán del Chelsea John Terry, mandando la serie a muerte súbita. Ahí, el posterior fallo de Anelka le dio a Cristiano su primera Champions y la tercera para el United.

Ese partido fue fundamental para que yo me enamorara de un torneo hasta entonces desconocido para mí. Salvando y respetando las distancias, el nivel de emociones era comparable al de un partido de Copa del Mundo, y a partir de ahí traté, en la medida de lo posible, de no perderme ni un partido de Champions League, en especial en las fases eliminatorias y mucho menos la final.

Avanzando 14 años en el tiempo, el juego definitivo entre Real Madrid y Liverpool careció de la magia a la que nos acostumbró el club blanco ante rivales que valen su peso en oro, como PSG, Chelsea y Manchester City, pero el partido sirvió para laurear a un campeón irrepetible, a uno que hizo de los milagros y de lo imposible, algo normal. Además, había pequeñas subtramas en esta historia. Por un lado estaba el máximo ganador del torneo, el Real Madrid. Por el otro, el equipo que jugó la que para muchos ha sido la mejor final de la historia en el 2005 contra Milan: el Liverpool. Curiosamente Ancelotti, actual entrenador del Madrid, dirigía al equipo italiano en aquel entonces.

Sumado a eso, la última vez que el club blanco lloró por perder una final fue ante el Liverpool en 1981, en la misma ciudad que la de este año. Del lado contrario, la última final que había perdido el equipo red fue ante los merengues en el 2018.  En dicho partido, un egipcio que estaba deslumbrando al mundo con sus regates y sus goles salió del campo entre lágrimas por una lesión provocada por Sergio Ramos. A pesar de que juró venganza, Mohamed Salah nunca pudo encontrar la redención ante el Madrid.

La mayor competición de fútbol de Europa fue sentenciada por un par de sudamericanos. Si buscamos en Google Maps la distancia que separa Montevideo y Río de Janeiro veremos que hay aproximadamente 2,300 kilómetros de distancia entre uno y otro, pero el sábado 28 de mayo del 2022, en un suburbio de París a eso de las 11:30 de la noche, todos los caminos y decisiones que tomaron un uruguayo y un brasileño a lo largo de su vida los llevaron a coincidir en el mismo espacio y al mismo tiempo para alcanzar la inmortalidad. 

Valverde le pasó un balón a Vinícius. Éste lo empujó al arco custodiado por su compatriota y así obtuvieron la ventaja en el marcador, protegida, claro está, por un Thibaut Courtois en modo “dios” que no dejó que ningún ataque del Liverpool perturbara las redes de su portería, para conseguir la Champions número 14 del Real Madrid.

En un intento de consolar al Liverpool, no hay que olvidar la espectacular temporada que han hecho a pesar de perder en una semana los dos títulos más importantes a los que aspiraban. Como dijo Borges: “la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. Será un trago amargo para Klopp y los suyos, pero una de las tantas cualidades del fútbol es que pareciera infinito, inmerso en una reencarnación continua como si del ciclo del Samsara que predican los budistas se tratase, y la promesa de una nueva temporada siempre estará en el horizonte.

Epílogo

En las últimas tres finales se ha dado una coincidencia muy peculiar que bien no podría significar nada o bien es un signo de los tiempos, pero desde 2020, los campeones se han definido por un único gol anotado por alguien menor de 25 años. 

Kingsley Coman tenía 24 cuando una anotación con la cabeza le dio el triunfo al Bayern en la triste Champions de la pandemia y las gradas vacías. El año pasado, faltaban dos semanas para el cumpleaños 20 de Kai Havertz cuando le ganó al Manchester City de Guardiola. Ahora, con 21 primaveras, Vinícius Junior se sentó en el trono como nuevo rey de Europa.

Las finales se están volviendo menos vistosas, más cerradas y sin lugar para las remontadas gloriosas o los resultados que desafíen la lógica; además, las están definiendo los futbolistas del mañana, en algunos casos jugadores que ya han trascendido el epíteto de “promesas” para convertirse en los estandartes de la nueva generación.

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