Por: Dainerys Machado Vento
Cuando se habla de polémica en la historia de la literatura cubana aflora siempre el nombre de Ciclón. La revista fue fundada por José Rodríguez Feo en 1955, y apareció en catorce números consecutivos, hasta 1957. Incluyó a autores cubanos muy jóvenes entonces, prácticamente desconocidos, pero que llegarían a ser fundamentales en la historia de las letras nacionales, como Severo Sarduy, Calvert Casey, Nivaria Tejera, Guillermo Cabrera Infante.
En 1958, los problemas económicos que enfrentaba la familia de Rodríguez Feo, así como la tensa situación social que prevalecía en Cuba conspiraron para que Ciclón se silenciara por más de un año. Su decimoquinta aparición se produjo en 1959, para saludar el nuevo panorama de un país que lucía bastante diferente al que había visto nacer la publicación.
Es por ello que, el último número de Ciclón es una edición aislada, que puede ser considerada o no como parte del conjunto de la revista, porque estuvo más concentrada en retratar la efervescencia social que se vivía en Cuba que en sustentar la pluralidad del discurso literario que había caracterizado hasta ese momento a la publicación. En ella aparecieron textos como “Relato de la Sierra,” de Jorge Menéndez; “La inundación,” de Piñera; el bellísimo poema “En San Isidro,” de Calvert Casey y el polémico editorial, “La neutralidad de los escritores,” donde Rodríguez Feo aseguraba que veía a la Revolución como la nueva “luz,” y que de ella se debía desterrar a los escritores que se habían declarado neutrales, como José Lezama Lima, Jorge Mañach, Fernando de la Presa y Humberto Piñera.
Más allá de cualquier afiliación política, el último número de Ciclón trataba, en realidad, de dar continuidad a la actitud retadora de la realidad nacional, actitud que había sido uno de los mayores anhelos del director de la revista. En Ciclón se había criticado desde la fundación del Instituto Nacional de Cultura hasta la censura que Franco imponía en España a las revistas culturales; se había ridiculizado al comunismo con la publicación de la obra Los siervos, de Virgilio Piñera, y se había publicado a un reconocido comunista como José Antonio Portuondo. Y acaso también esa rebeldía a toda costa ha sido uno de los motivos de que se encuentre hoy entre las revistas cubanas menos estudiadas del siglo XX. Hasta ahora ha sido asumida, demasiadas veces, como el producto de una pelea entre José Rodríguez Feo y el grupo alrededor de Orígenes. Una historia que ha opacado en cierta medida el reconocimiento de su aporte a las letras nacionales.
Ciclón comenzó a imprimirse en la Úcar García, en pleno corazón de La Habana Vieja y pronto se distribuyó en Argentina, España, Cuba, gracias, sobre todo, al trabajo de su secretario de redacción, Piñera. Su colección, sin embargo, no se conserva completa en ninguna biblioteca cubana. A esta rara coincidencia se agrega que la intensa e inestable existencia de la revista, fundada y dirigida por Rodríguez Feo entre 1955 y 1957, y con un número final en 1959, colocaron a Ciclón y a sus colaboradores en el punto de quiebre más importante de la historia del país. Ciclón existió antes y después del triunfo de la Revolución. Y la tendencia de sus páginas a dialogar sobre homosexualidad, marginalidad, dictadura y a criticar la existencia de una literatura nacional fue la misma que la colocó en el precipicio del canon cultural cubano, en un margen demasiado oscuro para ser traído al centro. Ciclón es casi siempre solo un nombre, una referencia general, un abismo sobre el que pocos se han atrevido a mirar con detenimiento.
Uno de sus mayores valores como publicación periódica radica en la versión que contiene sobre las dos épocas en las que apareció y en cómo su política editorial antiorigenista demuestra que la lucha por el poder cultural en Cuba, que dio a luz a la parametración en los años setenta, había empezado mucho antes de 1959. Es justamente en esa relación de la revista con el tiempo cultural de Cuba donde vale la pena detenerse. Reconstruir la historia de Ciclón y analizar sus textos permite entenderla como testigo de los últimos años de la República y como preludio de las cuitas políticas posteriores. Ciclón permite reconocer las diferencias generacionales y grupales que fueron experimentadas por los escritores cubanos desde la década de 1950. Es una puerta abierta hacia el conocimiento de las lecturas que estaban haciendo esos escritores, y hacia sus influencias, entre las que la revista devela a T.S. Elliot, Alfonso Reyes, Sigmund Freud, Stephan Mallarmé.
Más de cuarenta autores cubanos publicaron en Ciclón. Éstos estuvieron seguidos en número por 25 españoles y 20 por los argentinos. Los argentinos aparecieron en más números (13), comparados con los españoles (10), pero fueron éstos últimos los que más ensayos publicaron (9) después de los nacionales (13). En total, intelectuales de 19 países colaboraron, un número respetable para la época, que confirma a Ciclón como dueña de similares pretensiones internacionales a las que tuvo Orígenes en su momento.
Es que la historia de la literatura cubana puede contarse desde el análisis de sus revistas literarias. Este ejercicio es posible, principalmente, a partir de 1927, cuando se fundó Revista de Avance. Porque su nacimiento como publicación, hecha por un grupo particular de intelectuales, puede relacionarse, por un lado, con la inconformidad social ante la gestión de los gobiernos republicanos y, por el otro, con el auge de la vanguardia artística en el país. Muy pronto destacó Orígenes. Fundada por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo en 1944, la revista representó un giro radical en su tradición, un giro que ni siquiera ante la intelectualidad internacional pasó desapercibido. Autores como Witold Gombrowicz, Vicente Aleixandre y Juan Ramón Jiménez apostaron por sus páginas. En Cuba, se constituyó de inmediato en un espacio para divulgar a la más fuerte corriente poética del período y se convirtió, además, en la primera revista intelectual de tan largo aliento. Orígenes tuvo una sistematicidad poco común en los proyectos de su tipo en el país; mantuvo una mirada vigilante sobre la evolución de las artes plásticas y, por si esto fuera poco, trascendió sus páginas y se convirtió en una empresa editorial.
Diez años después, diferencias estéticas y personales originaron una ruptura insalvable entre Lezama Lima y Rodríguez Feo. Orígenes quedó en manos del primero, mientras su compañero se decidió, en 1955, a fundar la “nueva revista,” Ciclón; para la cual buscó la colaboración de Virgilio Piñera, auto denominado antagonista de Lezama, el poeta “menos lezamiano” de su generación. Hasta décadas recientes la historia de Ciclón se agotaba en enunciados muy similares a las líneas anteriores.
El libro Tiempo de Ciclón, publicado en La Habana, en 1995, por el investigador Roberto Pérez León, fue el primer paso importante en el reconocimiento de la autonomía de la publicación. Años antes, el académico Kessel Schwartz había publicado desde la ciudad de Miami, Estados Unidos, un par de artículos sobre la historia de la revista, donde describía los principales temas abordados en sus páginas y enlistaba a algunos de sus colaboradores. Desde entonces, ha abundado el silencio. Esta parquedad sobre Ciclón no deja de ser llamativa porque, autores tan diferentes como Severo Sarduy y César López, la reconocieron siempre como el espacio donde iniciaron sus respectivas carreras poéticas.
Pero, a la vez, el distanciamiento ante la revista puede ser comprensible si se toma en cuenta que, desde finales de la década de 1960, sus colaboradores más asiduos fueron censurados en Cuba debido a la política oficial impulsada por el gobierno revolucionario. Guillermo Cabrera Infante, José Triana, Antón Arrufat, el propio Virgilio Piñera, sufrieron un conocido proceso de segregación en el medio artístico cubano, que llevó a los dos primeros a emigrar en diferentes momentos; tomando un camino que ya transitado por otros colaboradores de la revista, como Sarduy, Julio Rodríguez Luis, Humberto Rodríguez Tomeu, Nivaria Tejera. Y es que los nombres que representaban a Ciclón perdieron, en definitiva, una pugna por el poder cultural cubano que acaso ellos mismos habían fomentado desde la fundación de la publicación. Por estos motivos, la ruptura de Orígenes puede considerarse como el verdadero cierre de un ciclo histórico cultural, que había estado conformado por publicaciones como Revista de Avance, Espuela de Plata, Nadie Parecía, Poeta, Clavileño, mientras Ciclón, como autodenominada “nueva revista,” fue el inicio de una nueva época artística. No solo porque estuvo más abierta a la experimentación estética, a la inclusión de géneros literarios diversos, como el teatro, el ensayo, el cuento corto y la crítica cinematográfica; también por su actitud contestataria ante el entorno social y por las decisiones formales de sus creadores, mismas que legan al presente una publicación aún equilibrada en su diseño, visualmente atractiva, que resurge en su sesenta aniversario para abrir nuevas perspectivas sobre la literatura cubana.
Dainerys Machado Vento es una escritora y académica cubana. Nació en La Habana en 1986. Estudió periodismo en la Universidade de Habana, seguido de estudios de doctorado en lenguas modernas y literatura en la Universidad de Miami. Es autora de Las noventa Habanas (Katakana, 2019).