Llegó la nueva novela del escritor mexicano Emiliano Monge, que responde al encriptado título Justo antes del final, cuyo significado se nos irá revelando como algo metafísico, puramente espiritual y, a la vez, veraz y absoluto.
La estructura es única, medida con una precisión envidiable. Resulta sorprendente la complejidad de forma que tiene este aparato del cual se ha valido el autor para narrar una historia de tono autobiográfico.
Los capítulos, cuantificados año tras año desde 1947 (punto de partida de la novela), nos van revelando la vida de una mujer —bíblica, profética, terrible y sincera— en un juego de voces narrativas que me hicieron pensar de inmediato en dos obras maestras de William Faulkner. De Mientras agonizo, el autor se hace del artilugio de poner a toda una familia en voces y sonidos nebulosos para que se vayan descubriendo a lo largo de toda la novela. Mientras que de El ruido y la furia, Monge toma la mezcla de tiempos y espacios. Reflexionando sobre esto quizá valdría el ejercicio de hacer una guía de colores en una edición de colección.
Una segunda estructura, presentada en cada uno de los caítulos, complementa la colección de imágenes, al más puro estilo de Orhan Pamuk —este autor turco, que suele hacer recapitulaciones museograficas de objetos, paisajes, personas; almanaques enteros dignos del mejor coleccionista—, a los hechos históricos que van tomando forma durante todos los años contados en Justo antes del final, capítulo a capítulo. Un lienzo magnífico de ecos literarios que atraviesan a la heroína y a su hijo: Mishima, Arendt, Kenzaburo Oe, Pizarnik, entre muchos otros —que no son más que el enorme acervo literario del autor, y por ende, de la literatura presentada—. A la par de este desfile histórico, documentando lo necesario para encajar en la caída que como lectores vamos teniendo a los más profundo de estas páginas, se suman hechos políticos, científicos, y hasta futbolísticos de los cuales vamos conociendo su sentido —o no—, que los involucra en la vida de estos personajes.
Los conceptos de la locura son un punto central de la novela. Se nos presentan con diferentes matices y los vamos viviendo piel a piel y codo a codo con una familia que parece encerrada en un vórtice de nostalgia clínica, en una atmósfera opresiva similar a la de la cinta La montaña (2018), de Rick Alverson. O incluso a The Master (2012), de Paul Thomas Anderson, por lo menos en los primeros años que relata la novela. Y es que la evolución es una constante en Justo antes del final, tanto así que las mismas estructuras se comen las unas a las otras, mientras aparecen nuevas, siendo hibrídas de las principales.
No sé si estamos hablando de una novela total, pero sí estoy seguro que se trata de una irrupción como ninguna otra en las letras contemporáneas, que dejará bien marcado un antes y un después en la carrera de Emiliano Monge. Y, pensándolo bien, no solo de él, sino de la forma de narrar de la generación de escritores que le sucedan.