Carajillo, por favor

Hoy me he levantado de buen humor. Voy a escribir un poema del carajo, me he dicho.

Después he tomado café.

Ahora soy incapaz de saber por qué motivo quería escribir un poema del carajo. Por qué maloliente motivo querría alguien escribir un poema del carajo.

Me disponía a hablaros sobre el primer amor de juventud cuando me he tomado la primera taza. Fue una mierda, he pensado después del primer sorbo. Una mierda, sí señor, un sexo tan amargo como este primer trago de café endemoniado. Por qué alguien querría escribir sobre rasguños en la espalda y chupetones de primavera. Por qué alguien querría escribir sobre el primer amor después de tomar café.

Pensar en sexo me ha recordado que debo ir a la compra. Así que he intentado ordenar mis pensamientos. 

Lo que falta:

patatas, cebollas, higos, guisantes, pechugas de pollo, lentejas, guisantes (espera, eso ya lo había apuntado), poner una lavadora, ropa que poner en la lavadora, una manguera nueva para la lavadora, ajo, albahaca, perejil, mostaza de dijon, limpiacristales, cristales nuevos y una escoba nueva para barrer los viejos —se rompieron en abril pero con el calorcete… pues qué le vamos a hacer, soy autónomo—, espinacas, mandarinas, toallitas húmedas y papel de váter. Ah, y más café, que croquetas aún tengo en el congelador

Como tenía un tembleque en la mano derecha por no estar escribiendo un poema del carajo, mi única solución ha sido servirme otra taza de café. 

Otro tembleque en la mano izquierda.

Sigo sin comprender por qué alguien querría escribir un poema del carajo, me he dicho otra vez. 

No tiene ningún sentido. El mero hecho de pensar que pueda tenerlo es obra del márqueting. Sí, el puto márqueting de los huevos. Basta decir que los buitres que lo manejan no solo se ensañan con nosotros por no estar escribiendo poemas del carajo sino también por estar escribiéndolos: 

Más tinta, que sigan las rotativas, dicen con la oreja pegada a la pantalla del móvil sin dejar de farfullar blás y blús y blis. 

Estúpida maquinaria que no funciona sin el primer café y falla tras el quinto.

El tembleque en la rodilla me tiene preocupado. El hecho de no estar escribiendo un poema del carajo me amarga más que el recuerdo de mis primeras elecciones. Pero no quiero hablar de ello. No está bien hablar de política abiertamente cuando lo que realmente quieres es seguir intentando escribir un poema del carajo. 

En serio que no lo entiendo. 

Mi mente divaga buscando un motivo lícito por el cual alguien querría escribir un poema del carajo, pero no encuentra ninguno, así que mejor comienzo a ponerle whiskey al café. Aaaaah. Ha. 

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