La lectura de la obra de Carmen Martín Gaite nos ofrece una amplitud que puede ser observada desde distintos ámbitos. La magnitud de su legado literario reside en haber cultivado con maestría la narrativa, el ensayo, la poesía y el teatro. Carmiña, Calila o la Gaitera fueron los distintos nombres con los que se le conocía en función ante quien se presentaba. Para Aldecoa, Ferlosio, García Calvo, Sastre y Fernández Santos era Carmiña, y para el resto de la sociedad: Carmen.
Hablamos de una mujer libre (con todas las comillas de la época) de la España de posguerra del siglo XX, que rompía con esa literatura abundante y predominante de entonces. ¿Qué era lo predominante? Las novelas de amor donde la figura de la mujer sufre por un hombre que no le hace caso, o que es rechazada únicamente por su condición social. Aquí me gustaría hacer un paréntesis para señalar que existe otra escritora rompedora con aquel tema: Carmen Laforet y su novela Nada. Obra de especial transcendencia en la época, cuya protagonista, Andrea, no espera nada. El destino se presenta como un hilo desequilibrado. De semejanza temática es la primera novela de Martín Gaite: El balneario, donde no se puede esperar que pase nada extraordinario: todo gira en torno a un mundo aburrido y aceptado, a pesar de sus defectos. Años más tarde (y por desgracia al poco de morir) escribe Lo raro es vivir, donde también se pueden señalar semejanzas con su primera novela, con una protagonista exhausta ante el mundo, la muerte y la cotidianidad del día a día. Con el paso de los días nos convertimos en una especie de insectos (y no estoy haciendo un guiño a Kafka) encerrados en nuestra habitación.
Carmen cultiva el ensayo con la facilidad de un genio: tiene ese don que pocos tienen. Se enmarca en El proceso de Macanaz, que le lleva años de estudio en la Biblioteca Nacional, para tratar la figura de Melchor Rafael de Macanaz. Se trata de un personaje perseguido por la Inquisición, a pesar de sus magníficas relaciones con Felipe V, por su labor aperturista y su condición de ilustrado. Por otro lado, en su otro ensayo, Desde la ventana, inicia una búsqueda de personajes femeninos que representan el papel protagonista de multitud de novelas escrita por mujeres. El papel de la ventana es un símbolo de la escritura, donde representaba ese paso de la vida visto desde ella. Desde Virginia Woolf, Emily Brontë o Rosalía de Castro: la ventana aparece en todos sus escritos. Y, como señala Gaston Bachelard en su ensayo La poética del espacio, se establece: «Podría explotarse un archivo considerable de documentos literarios relativos a la poesía de la casa bajo el único signo de la lampara que luce en la ventana…Por la luz de la casa lejana, la casa ve, vigila, espera…Es un ojo abierto a la noche». No hay mejor descripción de la ventana desde la perspectiva literaria.
Respecto a su faceta de dramaturga es de destacar La hermana pequeña. Como su propio nombre indica, trata a diferentes personajes de índole femenina. Dos hermanas de diferentes madres que conviven en una sociedad patriarcal y regida por sus normas. Llena de monólogos interiores que critican al sistema, la sociedad y un elogio a la libertad que nunca llega, una especie de sueño e ilusión.
En cuanto a la poesía, destaca su libro: Poesía a rachas. Publicado por la editorial poesía Hiperión, Martín Gaite se muestra tímida ante su publicación al considerar la poesía como algo íntimo y personal. Tampoco pensó nunca en publicar sus poemas. No tienen un orden cronológico, como índica el espacio temporal del título: a rachas. Su temática radica en la dificultad de vivir, las malas noticias, la angustia y el deseo.
Ganadora del premio Príncipe de Asturias y el premio Nacional de Literatura, entre otros, es responsable de una importante obra que reivindica el papel de la mujer, sus aspiraciones y su lugar en el mundo en unos tiempos donde el viento jugaba en su contra con todas las posibilidades de perder.
Como homenaje, rcupero este poema titulado Despertar:
Me han roto un sueño frágil a
golpes de estallido amortiguado,
efímero y aleve.
¿Quién y a dónde se lleva los fragmentos?
Me despierto en un bosque sin senderos.
El rumor de los pasos era mi única guía
y el cuenco de mis manos
apretadas el cofre de aquel sueño.
Me despierto en un bosque enmarañado
con las manos vacías, sin
tesoro ni brújula, sin saber por
qué ruta huyeron los ladrones,
si los hubo siquiera.
Porque —ay— en este bosque, huérfano
de señales y senderos, tampoco existe el
eco y no sé si la voz que enhebra esta
canción es o no verdadera.