Hoy, tres meses después de haber vuelto de mi intercambio en Francia, me he armado de valor y me he puesto a escribir sobre ello. No había tenido la suficiente fortaleza para hacerlo, porque estaba ahogada en nostalgia y ocupaba mi mente en no recordar; me hacía daño.
El chispazo de valor me lo dio el mensaje de Laura, alemana fiel y una de mis mejores amigas del intercambio, quién me contó que está aprendiendo español. Eso me dio la fantasía idílica de que un día aprenda lo suficiente, como para que lea este texto mío sin dificultad.
No hay una fórmula que indique las palabras justas para empezar a describir algo que te cambió profundamente la vida. Para ello, creo tener un buen indicio en las cartas que le escribí a mi novio (y una que otra a mí misma) cuando estaba allá. O quizá solo tenga que guiarme por mis emociones para empezar algo nuevo.
Llegué a Paris después de un vuelo de 12 horas. A ciencia cierta no lo recuerdo muy bien, tenía muchas ilusiones y el estómago revuelto. Sólo recuerdo que viajé en el asiento del lado de la ventana (consideren las personas que tienen vejiga pequeña que elegir ese asiento es un error muy grande). Era la primera vez que salía del continente en un viaje largo, en distancia y en tiempo, con esfuerzo propio y de mi familia, porque tenía ganas de conocer esa parte del mundo. Por ello, trabajé unos meses, y aun así logré llevar más sueños que dinero.
Mi destino central era Nantes; pero, antes, París me recibió con su hermosura, y una protesta social que provocó que el transporte público estuviera retrasado (el país me despidió de la misma manera cinco meses después). Tuve que esperar tres horas el autobús. Me sentía aislada, no encontraba personas que hablaran inglés, o más bien yo no hablaba su tipo de inglés. Después de mucha incertidumbre y de no entender nada de lo que los conductores me decían, logré llegar a Nantes: ciudad elegante y antigua, que fue parte de la Bretaña Francesa. Ciudad nueva para mis ojos, pero conocida por mi corazón. Aunque me hacía sentir perdida, no había nada que temer: ahí me hallé a mí misma meses después.
Inicié esta aventura con muchos sueños, poco dinero y una promesa: la de Stephanie, de tener una casa a donde llegar. Establecimos el compromiso de que yo cuidaría a sus hijos en los ratos que no estuviera en la universidad y, a cambio, yo tendría casa y comida. Jamás pensé que tendría muchísimo más que eso, pero descubrí otra familia que me enseñaría con paciencia su rutina y cultura, una familia que me abrió las puestas de su casa y de su corazón, tres pequeños que me llenarían de amor y travesuras. Nunca imaginé que regresando a México los iba extrañar como si hubiera vivido años con ellos y, sobre todo, que aprendería tanto de mí y que confirmaría lo valiente que puedo ser.
Cuando llegó el momento de conocer a Stephanie, todas las expectativas que tenía de ella se cumplieron. Mujer inteligente, leal, noble, de la que aprendí mucho. Me llevó a la casa que sería mi nuevo hogar, ubicada en las cercanías de un pueblo que estaba en la periferia. La principal ventaja de esa ubicación era el paisaje, verde, que me daba tanta tranquilidad. Era una casita en medio de un jardín enorme, rodeada de un frondoso bosque, y la cruzaba un río delgado. Había cuatro gallinas regordetas y varios árboles gigantes. El recorrido hasta mi universidad representaba una hora y media de viaje (dependiendo de las protestas), pero cada minuto de cada viaje valió la pena; conocí Nantes, y encontré a cada paso la felicidad, por lo que estaba a mi alrededor y por lo que brotaba en mi corazón.
A pesar de la agitación social de esos días, Francia resultó ser más elegante y fascinante de lo que pude imaginar. Se merece mucho más que solo un escrito, por eso le han compuesto odas de poesía, dedicado cientos de películas; yo, le di un sueño que se hizo realidad. Espero que Laura siga practicando su español, para que algún día tenga tan buena comprensión de lectura que le permita entender esto. Mientras tanto, no dejaré de escribir estas líneas inconclusas; aún falta demasiado, por recordar, por vivir, por amar.
Nantes, 23 de septiembre 2019.