Tamara Rojo junto a Irek Mukhamedov en Broken Wings de Annabelle López Ochoa / Laurent Liotardo

El ballet terrenal y el sentido cinestésico

Creo haber vuelto a pensar en él como ese arte ilusorio que consiste en transmitir sensaciones y sentimientos a través del movimiento corporal.

Por: Elena Hita Piera.

Durante muchos años el ballet formó parte de mi vida, al que dedicaba abundantes horas, con esfuerzo y cariño. Después de mucho tiempo, y durante este periodo de confinamiento, ha vuelto a mi rutina, convirtiéndose de nuevo en esa herramienta que me permitía actuar con el presente y moldearlo. Eso sí, sin las presiones, competiciones y decepciones que a veces conllevaba la enseñanza. Creo haber vuelto a pensar en él como algo sencillo, sin encorsetar, como ese arte ilusorio que consiste (solamente) en transmitir sensaciones y sentimientos a través del movimiento corporal. 

Estos días hemos visto como bailarines de todo el mundo, aislados y a través de la tecnología, deleitaban al público con su arte, haciéndolo accesible, un principio sobre el que he reflexionado mucho durante estos días: desde los bailarines de Nacho Duato en el ballet del Teatro Mikalowsky (uno de los más antiguos de Rusia), al Ballet de Catalunya, hasta el de la Ópera de París. Precisamente era Tamara Rojo, una de las figuras más importantes en el panorama de la danza nacional e internacional, quien en una reciente entrevista en el periódico La Vanguardia, debatía sobre este concepto: “Que los artistas sean la élite de su arte no significa que este arte sea para la élite”, decía. Porque ahora, y más que nunca, es posible acceder a una infinidad de material para, quizás así, extraer de nuestras mentes el concepto del ballet como algo elitista, probablemente derivado únicamente de los precios de las entradas de los espectáculos, algo que no tiene nada que ver con la realidad. No debemos olvidar que en España la escasa estabilidad del sector de la danza tiene que ver con que la mayoría de compañías dependa de subvenciones públicas y con que una gran cantidad de bailarines profesionales no llegue a obtener un salario mensual de 1.000 euros. Sin contar, por supuesto, con el escaso reconocimiento social. Y lo peor está por llegar: según la Federación Estatal de Compañías y Empresas de Danza, las pérdidas anuales, después de la crisis sanitaria, podrían llegar a superar el 80%.

¿Y por qué me ha parecido oportuno hablar sobre el ballet como algo terrenal y abierto? Todo esto tiene que ver, como casi siempre, con las sensaciones y percepciones. Las que he ido experimentando a medida que he retomado aquellos ejercicios que, inevitablemente, acabé odiando por impuestos y repetitivos. Ahora, se han convertido en las pocas cosas que consiguen hacer que sea consciente del “sentido cinestésico”, ese que nos informa de las sensaciones de nuestro cuerpo. A través de él puedo rectificar, continuar o parar, algo mucho más difícil de hacer en el plano racional o sentimental. Ejecuciones y técnica fría que forman un movimiento, que a su vez genera un pensamiento y una emoción. Pura magia se podría pensar.

Por supuesto, este pensamiento también tiene que ver con la visualización de un ballet que se volvió esclarecedora y que quería compartir en este texto. El otro día, el English National Ballet puso disponible durante 48 horas el espectáculo Broken Wings (Alas rotas, 2016), de la coreógrafa Annabelle López Ochoa, inspirado en una de las figuras icónicas del arte, Frida Kahlo, con Tamara Rojo en su papel y el bailarín Irek Mukhamedov como Diego Rivera y con el acompañamiento de la música de la Filarmónica del Ballet Nacional Inglés. El ballet, presentaba a Kahlo en 16 encarnaciones, como La columna rota (1944) o Las dos Fridas (1939), cada una interpretada por un bailarín diferente que, según la coreógrafa, “representa una ampliación o extensión de Frida, como un reflejo de todas las aristas de su persona que ella deseaba o añoraba”. López Ochoa, quien en el momento del debut afirmaba intentar encontrar el simbolismo de sus pinturas a través de la danza, ha conseguido sin duda llevar a un nivel terrenal este arte. Inspirada en el mexicanismo, ha expuesto un retrato profundamente psicológico. Mientras veía el ballet, pensaba en una de las ideas que siempre ha defendido Tamara Rojo: la importancia de llevar la danza clásica a un público que probablemente no se ha acercado a él porque no lo considera como algo que pueda disfrutar. Pero, ¿quién no podría disfrutar de su movimiento, impactante en su forma y delicioso en su ejecución, rodeada de un séquito de esqueletos en representación de la muerte y con La llorona, interpretada por Chavela Vargas, de fondo? El arte en el arte. Un primer paso para acercarse sin miedo al ballet del siglo XXI. Feliz Día Internacional de la Danza. 

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