Mientras Maxine Minx (nuevamente interpretada por Mia Goth) recorre unos estudios de filmación al lado de la directora de cine Elizabeth Bender (destacable Elizabeth Debicki), un témpano de hielo que busca la consolidación y el respeto de su industria, la misma directora le dice a la ambiciosa actriz que ahora buscan alejarse del cine technicolor como una autoreferencia a lo que fue Pearl (2022), la segunda entrega de la trilogía firmada por el director estadounidense Ti West que toma como tema principal la ambición por el estrellato con un subtexto de represión y frustración de dicho deseo y su sublimación a través de la violencia. MaXXXine (2024), cierre de dicha trilogía, se aleja por completo de la pulcritud y sofisticación de Pearl para ir hacia lo más pútrido y zarrapastroso de los ochentas desde su secuencia inicial. Esto sonaría sumamente interesante y favorable como punto de convergencia entre las dos películas pasadas, adaptando un estilo propio si no fuera porque esta última entrada se aparta muchísimo también de la buena estructura de sus antecesoras, resultando, tristemente, en un barco que se pierde a la deriva con una identidad propia, sí, pero que termina traicionando la de toda una trilogía.
Después de un breve vistazo a 1959, en donde conocemos a Maxine Miller, el verdadero nombre de nuestra protagonista, presentando ante su padre un performance idéntico al que detonaría la psicosis de la vieja Pearl en 1918, es Bette Davis con su frase «En este negocio, hasta que no seas conocido como un monstruo, no eres una estrella» quien nos da la bienvenida a 1985, año en el que Maxine, sobreviviente de ‘‘la masacre porno de Texas’’, trata de separarse de su turbio pasado y de las películas para adultos para probarse de lleno en la industria como algo más que una actriz porno y convertirse en una maldita estrella de cine. Todo pinta favorable para la actriz hasta que una figura misteriosa comienza a acecharla y a convertirla en el blanco de lo que parece ser un asesino en serie, en una época de neurosis satánica supuestamente alentada por el Hollywood ochentero.
Como se mencionó en la entrega correspondiente a la antecesora directa de esta película, X (2022) era un compilado de referencias que lograba alejarse con éxito de ser una simple copia de las películas finamente homenajeadas al basarse solo en algunos de sus cimientos para construir su propia historia. Asimismo, se hizo la comparación con American Horror Story: 1984 (2019), serie antológica que también incorpora la historia del asesino serial Richard Ramírez a su trama, aunque de una forma mucho más acertada de lo que torpemente intenta hacer Ti West en el cierre de esta trilogía que, claramente, se preocupa más por saturar el contexto ochentero que por construir el buen desarrollo de una historia.
A lo largo de la película se nos lanzan diversos guiños que pretenden homenajear al cine, así como rendir tributo a figuras que han forjado el camino tanto para los realizadores como para las estrellas frente a cámara. Desde referencias a Buster Keaton y Charles Chaplin, pasando por Alfred Hitchcock y su Psycho (1960), hasta llegar a Jamie Lee Curtis y Brooke Shields, MaXXXine tampoco teme entrar al campo de la metareferencia para forzar vínculos y lamentablemente perderse a sí misma en su propio universo como la hija rebelde que busca separarse de su familia nuclear, pero no le sale bien.
El subtexto se mantiene vagamente presente al abordar la disyuntiva de una actriz que se ha logrado liberar de un contexto familiar represivo para sucumbir a la prisión que resulta ser la industria del cine en Hollywood. Maxine se habrá liberado de los predicamentos hipócritas de su padre y de las manos de la vieja Pearl, pero si realmente quiere ser una estrella de cine, tendrá que cambiar dicha libertad por los grilletes que Hollywood le ofrece, reprimiendo una vez más su naturaleza salvaje propia de una final girl por la falsa candidez de una it girl.
Mientras que en las entregas anteriores veíamos las consecuencias de una ambición frustrada y la catástrofe derivada de impulsos reprimidos que encuentran un violento desemboque, MaXXXine es criminalmente represiva por sí misma. La película es tan contenida que se siente tibia para ser propiamente un slasher ―careciendo además del divertimento y ferocidad distintiva del subgénero―, pero también queda a medias para ser un thriller policiaco o un neogiallo, como fue vendida. La película nunca explota y, a diferencia de las sutilezas que resultaron tan efectivas en X, se rebusca tanto pretendiendo colocarse en el campo del ‘‘terror elevado’’ del que la trilogía buscaba alejarse desde un principio, que termina traicionando su esencia inicial y fallando como pólvora mojada. Y hablando de cómo fue vendida, en esta ocasión se respaldó con un reparto totalmente desaprovechado de nombres como Elizabeth Debicki, Moses Sumney, una notable Michelle Monaghan, un desperdiciadísimo Bobby Cannavale, Halsey, Lily Collins, Giancarlo Esposito y la versión más sobreactuada de Kevin Bacon, quien al estar completamente fuera de tono representa lo dispersa que es la película.
Si bien esta última película es un conjunto de malas decisiones, no se puede dejar de lado el trabajo de Eliot Rockett como director de fotografía de toda la trilogía. Es imperativo destacar la versatilidad de Rockett para darle una identidad propia a cada película a través de un abanico muy amplio de recursos visuales que las vuelve distintivas y destacables en su individualidad dentro del género.
Y si se va a hablar de trabajos notables, evidentemente se tiene que destacar lo logrado por la estrella de todo esto: Mia Goth trasciende con creces cualquier endiosamiento superficial que puede provocar una estrella de cine entre el público y los medios. Cual alquimista que convierte el barro en oro, si hay alguien que se beneficia ampliamente con la contención que maneja la película es ella, porque aunque se desaprovecha el potencial que ha demostrado en otras películas al momento de darle rienda suelta sus capacidades histriónicas a través de su rostro, su cuerpo y su característica voz, es con MaXXXine que ella se prueba ante el público que pudiera haberse mantenido escéptico a su talento como una actriz que no solo se maneja con exabruptos o rasgos de locura desbordada, sino que también es una actriz que puede lucir siendo mesurada hasta en el trabajo de su voz. Con esta trilogía, Mia ha pasado de ser actriz de ensamble, a protagonista, a co-guionista, a productora y por ende a cimentarse no únicamente como una estrella del cine de género, sino como uno de los más grandes diamantes que se han pulido en los últimos años, capaz de adaptar cualquier personaje a su persona y probando que, contrario a lo que Tabby (Halsey) le comenta a Maxine en camino por un perro caliente: sí se puede ser una estrella haciendo cine de horror. Con una trilogía que logra mantenerse en pie a pesar de un cierre tibio y que se posicionará todavía más con el paso de los años, es gracias a Mia Goth que tanto Pearl Douglas como Maxine Minx pueden descansar en paz en la historia del cine de género.