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Leer el aire en la Granada de Lorca

Pienso en la tarea tan ardua que supondría recuperar los significados y exponerlos sin ninguna huella que rastrear. La verdadera batalla que librar está en el hecho de nunca más tener que volver a «leer el aire».

Hace un tiempo anduve por las calles de Granada y me perdí entre sus edificaciones y sus pasajes laberínticos, su clima tan único, su historia e historias tan cautivadoras. Me prometí volver, porque es de esas ciudades a las que tienes que volver. Volver como si nunca hubieras ido y todo fuera eternamente una primera vez. Eso sí, con una parada obligatoria en Fuente Vaqueros, el pueblo natal del gran poeta granadino Federico García Lorca

Durante mi visita al sur de España pude hacer el tour que aborda la vida y desventura del poeta. El punto de encuentro fue en la iglesia que le vio crecer, donde recibió los sacramentos y donde, también, nos contaron el motivo de su largo nombre: Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca. Seguimos el recorrido por las calles cuyo legado árabe es, hasta el último reducto, imposible de ignorar. Qué difícil es esconder el pasado, pensé, taparse los ojos con una venda cuando sabemos que con el tiempo se desliza y cae. Aunque no es una herencia a la que la oficina de turismo se agarre con convicción, la verdad siempre se asoma a la calle. 

El paisaje y el aroma de la ciudad no pueden opacar su realidad. No hay mayor sensación de autodeterminación que saber cuáles son tus raíces; tu rostro y cuerpo nacen de la tierra. Entiéndase que no partimos de la palabra enferma «nacionalismo», sino más bien, como diría el poeta: «Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos».

Al abandonarme a las cuestas y bajadas del Albaicín, me guié a través de murales, pintadas y versos hechos para reivindicar la Granada de Lorca. Recuerdo a la guía recitar unos versos indicando el hecho de que no era muy entusiasta de este recorrido. Intuí los motivos, pero no escarbé más. Llegué hasta el mirador de San Nicolás, con sus hermosos arreboles bajo la atenta mirada de la montaña nevada. Durante la travesía no hallé ni placa ni insignia, incluso en la universidad donde estudió no lo recuerdan. De hecho, la guía nos comentó que ese fue el lugar donde le vieron entrar por última vez entrar para nunca más salir.

La sobrina de Lorca realizó, por suerte, un edificio que recuerda su vida y obra, aunque con la amenaza latente de que puedan cerrarlo. Fuente Vaqueros, por otro lado, sí que le reconoce y contagia unas ganas brutales de compartir su espíritu. Aunque éste habita en cada cuerpo que le recita o canta. 

Hablaba el poeta en sus últimos días de un acecho negro que le perseguía, una suerte de manto que cubre ahora muchos lugares. Su cuerpo seguimos sin encontrarlo, por lo que la herida sigue abierta, a la espera de cicatrizar.

Entonces reflexioné sobre cómo Lorca, en su condición de perseguido, aprendió a «leer el viento», a saber andar y comunicarse sin ser descubierto. Una mirada, un gesto o una palabra sobran para saber si ese es el camino o no.

Es, de alguna manera, la eterna batalla de la cultura: emerger de los contextos más oscuros. Es difícil detenerme en este punto y seguir escribiendo. Confirmo que no se puede desgranar a un país sin apelar a su herencia cultural. La democracia es indistinguible de la memoria histórica. Pienso en la tarea tan ardua que supondría recuperar los significados y exponerlos sin ninguna huella que rastrear. La verdadera batalla que librar está en el hecho de nunca más tener que volver a «leer el aire».

Por Alba Otero

Periodista. Observar, escuchar y reflexionar, mi mantra periodístico.

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