Categorías
Historias

Las paredes cantan

A veces me despierto con la sensación de tener aquella primera canción que garabateamos en las paredes del baño atorada en la garganta. “Viento, amárranos. Tiempo, detente muchos años”. 

Tenía 15 años. Iba en tercero de secundaria. Pero hace tiempo que no tengo 15 años ni voy en tercero de secundaria. Me gustaría tenerlos otra vez. Bendita adolescencia. A veces, al despertar, aún espero ver mi rostro lampiño y de cabellos largos. Nunca se digna a aparecer. De vez en cuando, antes de dormir, preparo la ropa del día siguiente, como si aún debiese tener el uniforme listo. Y lo que es peor: en ocasiones me asalta la sensación de que aún tengo pendiente la tarea de matemáticas. 

Curioso tener atravesada en la garganta la tarea de mate, porque en la secundaria rara vez me importó. No quiero mentir más. La verdad es que pude haber sido mejor estudiante. Pero me resultaba imposible prestar atención a las interminables clases de álgebra, física, educación cívica y lengua inglesa. Prefería escuchar música al fondo de la clase o leer los cuentos de José Emilio Pacheco o reír con Adrián por algún video tonto.

Por citar al propio Pacheco al inicio de Las batallas en el desierto: “Me acuerdo, no me acuerdo”. Creo que todo empezó cuando el profesor de matemáticas (para variar), se hartó de nosotros por reír en clase y nos prohibió el ingreso. No había nada que hacer en aquella escuela. El terreno en el que reposaba era pequeño. Dos edificios con dos patios pequeños, una cafetería, una enfermería, dos talleres, uno de artes y otro de electrónica y dos laboratorios. 

Primero intentamos refugiarnos en la enfermería. Estaba oculta en la planta baja del edificio mas alejado de la dirección. Sin embargo, siempre llegaba algún profesor con migrañas. A la enfermera no le molestaba que los alumnos fueran a perder tiempo. Supongo que le hacíamos compañía en el aburrimiento. Los primeros dos días fuimos novedad y durante las dos horas que duraba la clase nos recibía gustosa. Hasta que la agotamos.

No la culpo, éramos cansones. Adrián era un obseso del rock setentero y yo del trap americano que ganaba popularidad por aquellos años. Empezábamos a hablar y de pronto todo caía en lo mismo. Una oleada de nombres: The Doors, Lil Peep, Jimi Hendrix, XXXTentacion, Caifanes, Kanye West y The Who. La primera vez que alguien nos escuchaba quedaba fascinado. La octava la desesperación le desbordaba los ojos. 

“La pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado”, dice Jules Renard en Journal. Nosotros nos lo tomábamos a pecho. No estábamos cansados, porque no hacíamos nada. Pero podíamos permitirnos descansar. El problema es que después de un rato hasta el descanso aburre. Fue por eso por lo que tuvimos la idea de escuchar música, en vez de hablar sobre ella. Se complicaba por nuestro exilio de la enfermería. 

Nuestro segundo intento de refugio fue en un rincón del patio donde en los recesos se jugaba voleibol. También alejado de la dirección. Además, el sol pegaba a esa hora y permitía relajarse. El gran problema es que estábamos muy expuestos. Los profesores pasaban e increpaban nuestra estancia en el patio en horario de clase. Empezaba de nuevo nuestra peregrinación. 

Un día, uno de los dos se iluminó. Había unos baños en el pasillo que llevaba hasta el taller de artes. Excelente refugio. Era raro que un profesor fuera para allá, y las profesoras de artes no iban a utilizar el baño para hombres. Y, para terminar de presentarse a nosotros como tierra prometida, las aulas de nuestros amigos estaban cerca: podíamos recibir visitas. 

Al principio, el único inconveniente era el penetrante olor a orina. Bueno, no se puede tener todo: la felicidad siempre tiene una esquina rota. Comenzamos a pasar las horas de clase de matemáticas escuchando música en aquellos baños. Un día, Adrián llegó con una canción nueva. Empezaba así: “Préstame tu peine y péiname el alma. Desenrédame, fuera de este mundo”. La piel se me erizó. 

Cuando aquella canción retumbó hacia mis adentros por vez primera era primavera. Estaba a punto de salir de la secundaria. Me cambiaba de escuela y me habían roto el corazón. “Dime que no estoy, soñándote. Enséñame, de qué estamos hechos”. Aquellas eran las últimas tardes en las que no aprendía álgebra y Adrián me hablaba sobre Caifanes

De pronto, hubo otro inconveniente. En las paredes del baño abundaban los dibujos de penes, las esvásticas y el clásico “Juanito Pérez es puto”. Las primeras horas no nos molestaron. Casi todo el mobiliario de la escuela tuvo, tenía o tendría un pene dibujado. Es una secundaria. Estábamos acostumbrados. 

Hay gente que dice lo que ya sabemos. Blaise Pascal dijo: “La pereza es el refugio de los mediocres”. Nosotros éramos mediocres. De no haberlo sido hubiéramos estado aprendiendo álgebra. Pero la mediocridad no quiere decir infelicidad. Nosotros éramos muy felices. Un día la pereza hizo que con una pluma apareciera sobre uno de los dibujos lo siguiente: “Que quiero orbitar planetas, hasta ver uno vacío. Que quiero irme a vivir, pero que sea contigo”. 

Con el tiempo, apareció completa la canción. Después, nosotros hicimos que apareciera entera la letra de Dust in the wind de Kansas. Apareció de nuestras manos Wild horses de los Rolling Stones. Un día de abril, estaba Angie en la pared. Otro apreció Stuck on the puzzle y otro Caraluna. El baño terminó por ser un concierto.

Todo termina y nosotros pudimos regresar a clase de matemáticas. Las canciones siguieron allí un tiempo. Al año siguiente no estaba en la secundaria y no tenía quince años. Borraron las canciones y pintaron el baño. Adrián y yo entramos a la universidad. Vendieron la escuela a una red de escuelas británica y el profesor de matemáticas ya no da clases allí. Ya no queda rastro de nosotros. 

A veces me despierto con la sensación de tener aquella primera canción que garabateamos en las paredes del baño atorada en la garganta. “Viento, amárranos. Tiempo, detente muchos años”. 

Hay cosas que se escriben sin pensar en su regreso. Hoy esa canción regresa. Tiempo, detente muchos años.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *