No sería del todo exagerado iniciar este texto afirmando que James Brown bajó a la tierra anoche para presentarse en el Foro Indie Rocks. No sería del todo exagerado, pero sería injusto con el gran Lee Fields. Hablamos, quizá, de un resquicio del soul. Nacido en el condado de Wilson, Carolina del Sur, en 1950, Fields es uno de esos últimos artistas a quienes resultaría ocioso (o innecesario, o ingenuo) preguntar si se convirtieron en cantantes por ansia de fama y reconocimiento. Su educación musical giró en torno al soul y al gospel porque era lo que sonaba cada domingo en la iglesia; era una composición identitaria más que un gusto adquirido. Se obsesionó, eso sí, a temprana edad con los Beatles; no quiso ser como ellos, pero sí atisbó el desparpajo del primigenio rock and roll como un mundo que le seducía fuertemente. Crecer, sin embargo, bajo el yugo de una tierra fértil para el movimiento del Ku-Klux-Klan fue, cuando menos, complejo.
No pretendo establecer una semblanza exhaustiva de Lee Fields como artista ni trazar su importancia histórica (que no es poco) dentro del género. Escribo lo anterior simplemente para aclarar que la noche de anoche en el Foro Indie Rocks, por más o menos expectativas que uno pudiera tener al formarse sobre la banqueta de Zacatecas, casi esquina con Mérida, no era poca cosa. Lo que vi me reventó por completo: fue un recital dignísimo de una leyenda gigantesca. Me acordé de cómo en el Corona Capital, tras el show que nos tiró en la jeta el gran Iggy Pop, tuve que perderme a Beck (a quien el buen Rojo Vega establece como el James Brown blanco) por el mero hecho de necesitar aire. Fields nos dejó a mí y a mi madre en la fila de las playeras intentando recobrar la vertical.
La comparación con James Brown no se me ocurrió a mí, por supuesto. Desde sus inicios Lee Fields fue marcado a fuego con el sobrenombre de Little JB. Al ser entrevistado en el pódcast de la Brooklyn Magazine, le preguntaron si había gozado recibir tal apodo (y, claro, tal responsabilidad); resultaría ocioso (o innecesario, o ingenuo) preguntarle si le gustaba o le atraía la música de James Brown, pero quizá la búsqueda o el deseo de Fields giraba en torno a construir un nombre y una identidad propios sobre el escenario. Su respuesta fue sencilla: era imposible desmarcarse de la sombra James Brown. Incluso Mick Jagger, quizá el frontman más importante del siglo XX, construyó su identidad sobre el escenario a partir de dos claros profesores: Tina Turner y James Brown. Pero hubo un momento en el cual Fields giró imbuido por una fuerza externa, se aferró al tripoide del micrófono, lo atrajo hacia él y soltó algo a mitad de camino entre grito y gruñido que todo el mundo, ya fuese en silencio o vitoreándolo, debe haber asociado con aquella alargada sombra. James Brown bajó un martes de enero al Foro Indie Rocks de la colonia Roma.
El soul de Lee Fields siempre ha cargado con el estigma de tener el amor como tema principal y no constituir un grito de protesta o igualdad. La crítica es válida, aunque, en honor a la verdad, no es del todo cierto que escape al hecho de cuestionar ese tipo de cosas. Según lo ha dicho en múltiples entrevistas, crecer bajo un clima hostil en términos racistas lo llevó a hacerse una y otra vez, en distintos momentos de su vida, la misma pregunta: ¿dónde demonios queda el amor? El show de Fields es un canto al amor en todas sus manifestaciones: es una invitación, sobre todo, a expresarlo. Digamos que traza sobre el escenario el clima que le gustaría haber vivido. Creo, desde mi muy humilde punto de vista, que esa crítica solamente puede realizarla un artista con todas las letras: asume el problema y devuelve un acto transformado.
Lee Fields se fue pronto, quizá porque, a veces, lo bueno dura poco. Nos dejó con su grupo, The Expressions: otra maravilla tremenda. Resultaría ocioso (o innecesario, o ingenuo) decir que el soul está muriendo cuando hay tantos proyectos interesantes ahí fuera luchando por reivindicar el género. Sí podríamos decir, sin embargo, que Lee Fields es uno de los pocos exponentes que nos quedan de ese soul americano sureño, sesentero, mayoritariamente de la costa este, que tiene otro saborcito. Se nota, luego-luego, quién es y de dónde viene. Ojalá lo tengamos presente mucho tiempo más.