Macario es México. Este filme de 1960, dirigido por Roberto Gavaldón, ha sido revisado, comentado y analizado hasta el cansancio, prueba de ello es que algunas de sus escenas perviven en la memoria colectiva cinematográfica a 61 años de su estreno. Pero creo que nunca hemos podido darle distancia, creo que la humanidad siempre ha preferido polarizar lo que produce y adoptar posturas maniqueas ante el arte.
Hay que empezar aceptando que no existe película perfecta, que no hay tal cosa como un filme que tenga la capacidad de complacer a cada uno de los espectadores que le observen. Y como un producto de la humanidad, Macario peca de querer ser un filme atemporal, cuando, si bien su trama y mensaje se mantienen vigentes, su estructura mística está, sinceramente, caduca.
Comencemos con una breve sinópsis: un leñador de nombre Macario (Ignacio López Tarso) vive sumergido en la pobreza junto a sus hijos y esposa. Es un tipo sencillo, servicial, honesto y trabajador que ha dado a manos llenas y que considera que su único anhelo tiene la validez necesaria para ser llevado a cabo: comerse un guajolote entero él solo.
Su esposa, a sabiendas de ello, roba y cocina un ejemplar de esta especie de animal de corral y se lo entrega a su esposo. Macario huye al monte, con un sentimiento de prohibición, de pecado justificado, de deseo culposo y cuando está a punto de cumplir su capricho, tres misteriosos personajes llaman a la puerta de su razón y desafían su juicio.
Debo detenerme en el papel de proveedora de la esposa de Macario (interpretada por la niña con ojos de flor que partió el corazón de Pita Amor, Pina Pellicer, luego de atestar su cuerpo con barbitúricos en 1964). La esposa de Macario solo funciona como medio de placer, y no de índole sexual, para satisfacer la felicidad de Macario e inclusive para condonar el robo del animal.
La mujer rural es retratada aún como un ser sobajado (y comprendo perfectamente que la historia se desarrolla en el periodo colonial de México, pero creo que pudieron haberle dado más voz, siento que pudieron haberse aventurado; tuvieron la oportunidad de salir del molde y aprovechar 1953, año en el que la mujer tuvo acceso al voto en México y comenzó a ser una ciudadana en serio, para agregar características emancipadoras a su pensamiento), como un adorno hogareño, como proveedora de hijos; y he aquí el problema: no podemos justificar papeles así por la “situación histórica”.
Necesitamos puntos medios, es evidente que algunos directores quieren dar a conocer todo con realismo (el mismo Gavaldón usó troncos de madera reales para que López Tarso los cargara en las escenas de la película), pero no puedo ver actrices interpretando personajes pasivos, carentes de ideología propia. Ahora, existe otro punto a considerar sobre esto: el idealismo y la emancipación falsas. Esto no se trata ni de llevar a los personajes a un vacío espiritual y mental, ni de darles discursos prefabricados que suenen plásticos y que estén mal implementados.
El medio, para mí, es hacer roles que verdaderamente retraten la época, sin llegar al punto de dejar sin identidad al personaje. Recordemos que no se trata de un libro, una película es una experiencia con ventajas audiovisuales que permiten ciertas libertades creativas. Concluyendo este punto, el personaje de Pellicer es débil en su construcción, solo ayuda a cumplir el objetivo de un personaje varón y no aporta mucho de manera individual.
Dejando de lado esta parte, pero no este tema, quiero hacer hincapié en los personajes legendarios que interceptan a Macario por el monte.
Primero, tenemos al demonio, representando por un hacendado bien parecido, estereotípicamente osado, firme, astuto, de edad madura, afortunado y claro, viril. Macario lo desprecia y continúa su camino, solo para encontrarse con Dios, un hombre pacífico, calmado e incluso benevolente que no está interesado en su exquisitez, sino en lo que puede decirle y en su actuar. Finalmente, aparece la muerte y con él, llega la sorpresa: todos son hombres.
Se entiende que los dos primeros personajes sean hombres, pero siento poco acertada la decisión de manejar el papel de la muerte con un actor y no una actriz, que pudo haber aportado mayor elegancia, mayor lujo, que pudo haber equilibrado esta balanza de cosmovisiones llenas de hombres, que no toman en serio a la mujer y piensan que la única virtud que merece es la virginidad (que se reduce a un mito de producción machista).
Y aquí vuelvo al punto sobre la esposa de Macario: no se puede ver con anteojos de 2021 algo que se produjo hace más de sesenta años. Se puede criticar, se puede analizar, pero a mi parecer, no se puede censurar o “cancelar”. Hay que entender, hay que asimilar, que era otro tiempo, que había otros modos de hacer cine, que existía otra política. Y con lo que salga de esos pensamientos, mejorar lo que tenemos al alcance e implementarlo en el cine nacional moderno.
Habiendo tocado el tema de género en Macario, quiero dirigirme hacia la crítica de clases, hacia ese sueño tan extraño, lleno de marionetas y música inquietante que Macario tiene antes de ir al monte, en el que él por fin es dueño de algo, en el que controla la situación del mundo onírico y al parecer, lidera un ataque en contra de los burgueses que nadan en lujos y privilegios.
Tocante a ello, puedo decir que Gavaldón supo retratar al México rural, con esos maravilloso paisajes de Taxco, Puebla y Guerrero; supo comprender el amplio misticismo interno que acompaña al pueblo mexicano (que se ejemplifica en que Macario reconoce sin problemas a los seres mágicos que ante él se presentan, ya apropiados por nuestra cultura, con vestimenta y maneras propias de México) y no podía faltar: el catolicismo.
Este catolicismo es muy interesante, pues se muestra como látigo y sostén espiritual, como la fuerza del desvalido y como su verdugo (encarnado en la inquisición, que se muestra letalmente celosa cuando alguien o algo más pretende sacar un beneficio económico de algún fenómeno paranormal). A través del largometraje, el hambre, la tristeza, la pobreza y la necesidad son abatidas por la fe y las creencias, denotando el poder indiscutible de la iglesia católica en la época virreinal de México (que de cierta manera persiste hasta nuestros días, con 77.7% de católicos del 100% de la población mexicana total, según los datos arrojados por el Censo de Población y Vivienda de 2020).
Y entre tantos dilemas religiosos, esta película a blanco y negro, se pinta de advertencia, se diseña como un aviso total hacia la muerte, como una constante exhortación a sabernos mortales, frágiles, desprotegidos ante el cumplimiento del destino e incapaces de comprender el ciclo de la vida y los mecanismos del más allá. Estas admoniciones vienen envueltas en una banda sonora única y genuinamente sensible a las emociones y reacciones de los protagonistas.
Pero debo decir, que no he olvidado continuar con la cronología, pues, después de rechazar al demonio y al creador, Macario se topa con la muerte, con quien comparte su vianda y forja una alianza que deja un poder inconmensurable: un cántaro con agua que brota de la tierra y que puede curar cualquier mal, mientras la muerte no se ponga en la cabecera del moribundo.
Después de este suceso, comienza la segunda parte de Macario, aquella que en realidad no sucede, o, mejor dicho, sucede en otro plano, en otro tiempo y me arriesgo a decir que, en otra dimensión, en la onírica. Todo lo que vamos a ver, hasta que su esposa descubre su cadáver, es producto de la imaginación y los delirios de grandeza de nuestro protagonista.
Este líquido se convierte en el objeto del deseo, en la causa de la bonanza de Macario y el cambio total de sus reacciones, de la música misma y de su modo de vida. Pero en realidad, todo es parte de sus manías y de sus aficiones, pues él es presa de un ser mucho más astuto.
Y ya que hablamos de la muerte, creo firmemente que este filme nos muestra, tal vez de manera inconsciente, algo de los inicios del culto a la Santa Muerte que existe en México, pues podemos ver la búsqueda del sentido de la vida y el acercamiento a la muerte para sentirse cobijado por ella.
Para concluir todo esto, quiero resaltar dos escenas importantísimas para el filme: la primera, aquella en la que la muerte habla con Macario en la gruta, rodeados de cientos de velas, que, según el personaje, son la humanidad misma. Este momento nos deja postales inolvidables, que siguen protagonizando carteles de festivales y vienen a la mente de los cinéfilos cuando se habla de Macario.
Y la última escena a remarcar, es el acercamiento final hacia la esposa de Macario, que encuentra el cadáver de su marido y que nos deja fascinados. Es una actuación extraordinaria, llena de dramatismo, que cierra el paréntesis de la historia que sucede en nuestra realidad y que fue detenida cuando Macario pacta con la muerte. Así que no puedo decir otra cosa, que pedir encarecidamente, que observen Macario, que la disfruten, que valoren la joya que es, sin dejar de lado lo que su crítica conlleva y sin dejar pasar los detalles que pudieron haber sido de otra manera. Y como rezan algunos de los diálogos finales: “La vida no fue fácil, Macario, pero fue buena vivirla juntos”.