Desde hace unos años se oye con insistencia el neologismo “maternar”; en la última semana escuché tres veces el nuevo verbo que atribuye a las personas cualidades maternales. ¿Cuáles son tales características? ¿A qué se refieren los diferentes matices de esta expresión? Para indagar se puede hacer un rodeo cinematográfico donde, como en la vida, hay de madres a madres. Se puede pensar, por ejemplo, en la abnegada Marga López en Corona de lágrimas (1968), de Alejandro Galindo: su título, que recompensa y premia el sufrimiento materno, lo dice todo; también en la alcahueta y deliciosamente manipuladora mamá de Doña Herlinda y su hijo (1985) de Jaime Humberto Hermosillo e incluso en la Medea chilanga que interpreta Arcelia Ramírez en Así es la vida… (2000) de Arturo Ripstein. Ahora en la cartelera, la película argentina Mamá, mamá, mamá (2020) da una idea diferente de la maternidad y de la palabra que inspira esta reflexión.
El filme de Sol Berruezo Pichon-Rivière inicia de forma trágica. Cuando su hermana menor Erín se ahoga en la piscina, Cleo, de doce años, se enfrenta al duelo y a una serie de sucesos, entre ellos la llegada de la menstruación, acompañada de sus primas Nerina, Manuela y Leoncia —en las cuales se distinguen distintas fases del crecimiento: adolescencia, pubertad y niñez— con las que comparte la casa de descanso durante el verano. De fondo, aunque no menos importante, la tía de Cleo intenta consolar a su mamá, en shock por la muerte de la niña. Más tarde se unen al cuadro la empleada doméstica y su hija. El punto de vista de la directora parte de la maternidad y pronto se desplaza a una idea de maternar que retomo de Helena Chávez Mc Gregor y Alejandra Labastida, curadoras de la muestra Maternar que presentó el MUAC entre 2021 y 2022, “que no está relacionada con una condición biológica ni ontológica: es una acción de cuidado y de sostenimiento”.
Mamá, mamá, mamá es una película cenagosa; lo que quiero decir es que sigue la estela de Lucrecia Martel (La ciénaga, 2001), Milagros Mumenthaler (La idea de un lago, 2017) y María Alché (Familia sumergida, 2018), todas directoras del espacio íntimo, en especial el femenino, donde los detalles y lo nimio son potencias reveladoras, y que de forma curiosa han utilizado el agua como metáfora. Es verdad que el filme de Berruezo recuerda a Las vírgenes suicidas (2001) de Sofia Coppola, más que nada por la finura de las texturas; hay ecos de la fotografía de Ed Lachman en el filme argentino, por ejemplo una rebanada de pastel en el pasto verde que, sin querer, se convida a las hormigas o la volátil luz que alumbra una bañera que bajo el agua esconde un mundo hondo, oculto, privado. Esta urdimbre cromática y sensorial une a sus protagonistas, sus afectos, el cariño, la ternura: su casa.
De igual forma la cinta dialoga con otra película reciente sobre la solidaridad familiar: Pequeña mamá (2021) de Céline Sciamma. También para la creadora francesa el amor y el cuidado no son unidireccionales: en su filme es la pequeña hija la que, a su manera, consuela a su madre, huérfana y desamparada ante la muerte de su progenitora; su amor se teje con las miradas y el silencio, otro tipo de entendimiento, como el que anima la dilación de las experiencias que viven las primas de la película de Berruezo.
Un marinerito me tiró un papel / el papel decía que me case con él / yo agarré la pluma y le contesté / que me casaría pero no con él / dime, chiquitita, dime la verdad / si te casarías con ese animal / no, mamá, no, papá / soy muy chiquitita para ser mamá / tengo que lavar, tengo que planchar / y a mi marido tengo que aguantar.
Así cantan Leoncia, la más pequeña de las primas de Cleo, y Aylín, la chiquilla hija de la empleada doméstica, que por un momento se queda a cargo de ellas cuando las adultas se ausentan. Con curiosos juegos de palabras, la canción popular argentina reflexiona sobre el tema que de inicio sobrevuela la trama: la maternidad. La explicación que ofrece Nerina —que para provocar a uno de los trabajadores encargado de cercar la alberca se moja con el agua de una manguera— a Cleo sobre la menstruación es que se trata de niños que no llegaron a nacer; entonces hacen un ritual para despedir al primer bebé que no llegó a ser. Las imágenes y el desarrollo de la trama, poco a poco, toman una nueva senda, la del apoyo franco, que fortalece su unión, lado a lado, acompañándose, ampliando la frontera de sus afectos.